Están el jeringozo, el esperanto y el mauribol. El primero ya se sabe que se arma con un juego de sílabas; el segundo con palabras de distintos idiomas y el último lleva la primera fracción de su nombre en homenaje a su principal promotor y el “bol” del final es porque, al hablar ese idioma, se trata de hacerse el tonto. Como los chicos. Por ejemplo cuando se dice: “este es otro FMI”. Todos saben que nunca hubo otro, más que el tristemente famoso representante de las economías centrales que ponen la mayor parte del dinero de sus préstamos. Como es lenguaje de tontos, hay que ponerse en ese lugar e imaginar que si las potencias prestan 25 o 30 mil millones de dólares a un país en crisis –pongamos Argentina– no le impondrán ninguna condición. En el mauribol hay que entenderlo así. Por eso los de Cambiemos, que ya van por el decimoquinto nivel de ese lenguaje tontón, dicen: “este es un FMI distinto”, niños.

Ellos saben que no es así –por eso hablan mauribol–, porque lo que cambió del FMI es que ahora no quiere pagar los costos políticos de sus medidas y las impone en forma secreta. El Gobierno se hace cargo. Es la nueva condición. Por eso Macri dijo, mauriboludeando, que “la gente quiere que le saquen la mochila de encima”, dando a entender como mochila el presupuesto para políticas sociales, educativas o de salud, los subsidios a los servicios y bajar el alto costo salarial, entre otras cuestiones. O sea, el que entiende mauribol, traduce que la gente quiere que la revienten, que ya está cansada de vivir así, quiere que le rebajen el salario, la jubilación y los maten con el precio de los alimentos y las tarifas. Hay que sacarle esa mochila de encima a la gente, dice Macri. Y algunos le creen. Por eso lo de mauribol, es una lengua ad hoc para un público especial.

Todos en Cambiemos hablan mauribol para un público mauriboleado. Por ejemplo, la disculpa del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne: “Nos cuesta bajar la inflación porque estamos haciendo muchas cosas a la vez”. En la primaria la profe te arrancaba la cabeza si ibas con esa excusa. Y lo dice un ministro al que la inflación –de la que es responsable– no lo perjudica porque tiene su fortuna millonaria en dólares y en el exterior.

En otro país, la vergüenza le impediría hablar de inflación con sus dólares afuera, pero aquí, como se habla mauribol, es lo natural. “El gradualismo es hijo del pragmatismo –dijo, en auxilio de su presidente y de la gente que no quiere su mochila–, si las condiciones internacionales cambian, debemos cambiar”. Al diablo con el gradualismo y lo primero fue blanquear el vínculo con el FMI. Como se dice lo distinto a lo que sucede en la realidad, ahora que ya no queda margen para la política, el presidente Mauricio convoca a un Gran Acuerdo Nacional. Mientras afila la guadaña para el ajuste de su política de shock, convoca al diálogo. Y los que acudan aparecerán como cómplices por los  millones de víctimas del guadañazo. Hacia el interior de Cambiemos decidió agrandar su mesa chica con el ala supuestamente más política, que incluye al desairado titular de Diputados, Emilio Monzó. Lo único que importa en esta apertura política es conseguir respaldo para el ajuste.

El Gobierno quiere que la oposición desista de impugnar el tarifazo que deberá ser debatido en el Senado. Y que apruebe la reforma laboral. Será brutal la presión sobre los gobernadores, que mayoritariamente dejaron en libertad en este tema a sus legisladores. Ya no será apriete con la oferta de más obras. Los gobernadores ya están desilusionados de esas promesas. Ahora será por la negativa, para evitar el guadañazo en algún flanco. Se terminó el gradualismo y para salir de la crisis el Gobierno se propone profundizar el camino que la provocó.

El diseño de un lenguaje representa la visión del mundo del que lo habla. Pero en este caso se trata de un lenguaje construido para que el poderoso persuada a un gran sector de la población para que desista de sus derechos. Trata de convencer de que lo único posible, razonable y natural es la preeminencia del poderoso, el único sujeto pleno de derecho. Pero entre los poderosos no hablan este lenguaje que se usa para convencer a los demás. Hay dos lenguajes, el mauribol para la “gilada” y el que más los representa, que es el que usan entre ellos, más elitista, despreciativo y autoritario. “Estoy podrido de que los bolivianos vengan a atenderse en nuestros hospitales”, dijo Beatriz Sarlo que lo escuchó decir a Macri la única vez que se reunió con él. A veces el inconsciente es más fuerte y se filtra en frases como “les hicieron creer que con un sueldo promedio podían viajar, tener un celular y un plasma”.

Hay un lenguaje diseñado como herramienta de dominación, como antes fue el golpe militar o el fraude electoral. “La pesada herencia” o “pobreza cero” fueron ideas fuerza de esa construcción. El kirchnerismo  no gobernó dos meses o un año, durante los cuales se puede tapar una crisis de la dimensión de la que provocó el macrismo. Estuvo doce años y cuando se fue entregó un país en situación normal. El macrismo quiso generar una crisis durante el gobierno de Cristina Kirchner y no lo logró. Solamente pudo generarla a partir de sus medidas cuando le tocó gobernar. “La pesada herencia” es: “todo lo que tenías era imaginario y estaba incubando una crisis”. “Pobreza cero” es la imagen hacia el futuro. Están tan confiados en el poder del lenguaje que han podido construir con asistencia de sociólogos, comunicólogos y semiólogos que el ministro de Energía, Juan José Aranguren, afirmó que aplicaban los tarifazos “para combatir la pobreza”.

Hay otras frases como la “crisis asintomática”. Durante el kirchnerismo no hubo turbulencias tan graves como ahora, entonces inventaron el término “crisis asintomática”. Y después, cuando se vio que la economía macrista era un desastre, inventaron el “crecimiento invisible”. Hasta el ex ministro Alfonso Prat-Gay habló de “equilibrio inestable”. Es como decir “lo negro blanco”. Si es invisible, no hay crecimiento. Si no hay síntoma, no hay crisis. Si es inestable, no es equilibrio. Pero de todas esas palabras, el que entiende mauribol y lo asume como su propia idiosincracia se queda con la certeza de que el pasado fue crisis y lo actual es crecimiento con equilibrio. Eso a pesar de que llevan más de dos años con el doble de inflación que en el kirchnerismo, se destruyeron miles de pequeños y medianos comercios e industrias y crecieron la desocupación y la pobreza.

Es un discurso que no se construye sobre datos concretos sino sobre prejuicios y pilares emotivos que le ofrecen al mauriboleado el sueño de un lugar de primacía sobre otros que están aún más abajo. Esporádicamente lanzan algún dato. Hablan de un “festival de subsidios” que no se puede aguantar, pero resulta que en la escala mundial, Argentina estaría en un lugar intermedio (número 38) con relación a la aplicación de subsidios. Está por debajo, incluso, de los Estados Unidos.

Se dice de las tarifas que la gente consumía mucho más que en los países vecinos porque las tarifas estaban muy baratas. Pero no se puede comparar el consumo de energía con países que tienen clima cálido todo el año como Brasil o que son llanos como Uruguay. Por supuesto que las tarifas eran más baratas, pero eso era una decisión política que se sostenía sin déficit y sin necesidad de tomar deuda. Las compañías de energía habían formado un lobby con ex secretarios de Energía, manejados entre bambalinas por el titular de Shell. Con el macrismo, Aranguren se convirtió en ministro de Energía con la misión de aumentar el fabuloso margen de ganancia de las empresas del ramo, entre las que está Shell. El discurso dicho en mauribol fue que las tarifas eran tan bajas que las empresas no invertían y por eso se producían los cortes. Una mentira porque justamente los subsidios les aseguraban una fuerte ganancia.   

Desde la pesada herencia o la crisis asintomática, hasta el crecimiento invisible o la inflación núcleo (que por supuesto es mucho menor que la inflación verdadera), pasando por “este es otro FMI” y “aumentamos las tarifas para bajar la pobreza”, “el pueblo quiere que le saquemos esa mochila” y otra cantidad de frases huecas, vendebuzones y meteperros, hay una parte de la sociedad que acepta esa construcción tan infantil de sentido y otra que se va desprendiendo de ella para salir de esa Matrix de dibujitos del Gato Félix. La crisis rompió gran parte de esa lógica tan elemental para mauriboleados.