Una pareja de treinta y tantos va a una fiesta; ella es una profesional y trabaja fuera de casa, él hace ese trabajo no reconocido que es quedarse en casa a cuidar a lxs chicxs. La cosa funciona para ellxs, pero cuando en esa fiesta alguien comenta que según un artículo las parejas en las que el hombre no es el sostén económico tienen menos sexo, los dos vuelven a casa horrorizados como si una bomba hubiera caído en el medio de su mundo consensuado pero, claro, no tradicional. Ahora hay una sombra sobre la vida sexual de esta pareja, y en el intento de exorcizarla se consiguen los disfraces más estereotipados posibles –ella mucamita, él constructor con casco y cinturón de herramientas–, con la esperanza de que un polvo bien puesto en el que puedan jugar a ser el macho y la minita les demuestre algo, aunque no sepan del todo qué. El final de la historia es levemente amargo, levemente insatisfactorio. ¿Quizás, como la vida?

Este es el tipo de historias que contiene Easy, la serie de Joe Swanberg que puede verse en Netflix y donde se exploran las relaciones contemporáneas –sexuales sobre todo, pero no solamente– en clave de comedia y en ocho episodios de poco menos de media hora, con algunos actores conocidos como Orlando Bloom, Malin Ackerman, Dave Franco, y otros de menos renombre que en general, hacen que la consigna de “muestreo lo más amplio posible del modo de relacionarse en la actualidad de la clase media culta entre los veinte y los sesenta” funcione mejor.  Algo de eso hay también en las películas que Swanberg dirigió antes que esta serie, como Drinking buddies (2013) o Happy Christmas (2014), que exploran la amistad entre varones y mujeres alrededor de los treinta o la inquietud de una pareja casada y con bebé frente a la visita de una pariente joven que todavía está en ese período irresponsable y alocado del que ellos acaban de salir. Pero si en las películas son más dilatados los tiempos para plantear las situaciones y armar relatos que muestren a los personajes y exploren sus razones sin sacar conclusiones o encasillarlos, los treinta tiranos minutos de la serie hacen que un universo parecido en principio se termine pareciendo más, por momentos, a las viñetas de una especie de costumbrismo contemporáneo.

En parte porque, como dije, el esfuerzo por ser demográficamente representativa está a la vista, y así aparece la pareja que estrena paternidad/maternidad y se hacen una cuenta de Tinder para buscar un trío, solo por curiosidad, la chica lesbiana que conoce a otra chica y se deslumbra, tanto que está dispuesta a hacerse vegana para conquistarla, el escritor ya grande que siempre usó las vidas de lxs otrxs para su escritura y ahora se cruza con una chica que le devuelve un poco de su propia medicina, la treintañera que se acaba de separar y a la que otra pareja que busca un bebé, ya al borde de la edad reproductiva, le hace replantearse lo que está haciendo con su vida y sus tiempos. O el chico que está por ser padre y, entre freakeado y aburrido, se tienta con acompañar al hermano más joven y con menos responsabilidades en el plan de poner una cervecería ilegal. La gran cuestión que podría abarcar a todas las historias de Easy es, en definitiva, esa difícil negociación entre el propio deseo y la multitud de imposiciones más o menos sutiles que buscan dirigirlo, moldearlo, pautar en qué nos debemos convertir, sobre todo tratándose de una sociedad que se mira a sí misma como nunca en la historia de la humanidad ningún grupo humano se miró –por eso el celular, la selfie, y esa pesadilla máxima de convertirse en una persona frustrada o aburrida, circulan por toda la serie–. Significativamente, lo que mejor funciona en Easy es todo lo que se escapa de ese muestreo, como el personaje de Anabelle Jones (Jane Adams), una mujer sola que elige no teñirse las canas y cuando coge, hace que todo el resto de la serie se parezca bastante poco a cualquier cosa real.