La pregunta más repetida, entre los analistas que son capaces de mirar más allá de coyuntura y anteojeras neoliberales, es si el Gobierno cree auténticamente en la fórmula machacada que dice haber encontrado para salir de su desquicio.

El ajuste sobre el ajuste a fin de achicar el gasto del Estado, como si esa fuera la causa padre y madre de todos los males y como si las experiencias históricas no demostrasen lo contrario, invita a trazar aquél interrogante que desafía al conjunto de la dirigencia política. 

Hace al modelo de país, y no es un lugar común.

Cuando se plantean las bondades y maldades de un plan económico, suponiendo que el macrismo tiene alguno que no consista en meras estratagemas financieras, debe hacérselo en función de sus motivos y consecuencias estructurales.

Si no es así, lo que se analizará es espuma.

Alfredo Zaiat, en su columna “Macri no entiende”, publicada en PáginaI12 el jueves pasado, expresó con una sencillez admirable el nodo de la cuestión. Un núcleo que, advierte asimismo allí, es manipulado desde el ocultamiento por la enorme red de propaganda pública y privada. Y por casi todos los economistas que circulan en los medios.

La fragilidad de la economía, como subraya el colega a través de la obviedad técnica que ese aparato de difusión ignora a sabiendas, no está dada por las cuentas fiscales nominadas en pesos, sino por las cuentas externas nominadas en dólares. 

Hace ochenta años que termina pasando lo mismo respecto de eso que se llama restricción externa, que es decir “la escasez relativa de divisas (...) porque no hay suficientes dólares para satisfacer la constante e importante demanda de diferentes actores económicos”. 

País dependiente, qué más vueltas. Le pasó al propio Perón sobre el cierre de su segundo mandato y le pasó al kirchnerismo en el último tramo de Cristina, producto de circunstancias propias e internacionales –estas últimas, justamente, debidas al acceso restringido a capitales externos– que el macrismo llama “turbulencias” con una liviandad asombrosa. 

Guste o no, la gestión K resolvió la coyuntura mediante el llamado cepo cambiario y entregó un país desendeudado en dólares como pocos en el mundo. De no haber sido así, y gracias también al ingreso de divisas provenientes de las retenciones agrarias, el gobierno de Cambiemos jamás hubiera tenido el colchón que le permitió convocar a los capitales especulativos para financiarse desde su asunción. Esa es la estricta verdad técnica. 

Si quisiera hablarse de pesada herencia, debiera hacérselo acerca de que el kirchnerismo no llegó –no supo, no quiso o no pudo, también por deficiencias internas y dificultades exógenas– a cambiar la ecuación de un modelo basado exclusivamente en la renta de “el campo”, sin diferenciación productivo-exportadora para generar divisas genuinas que quedaran, relativamente, a salvo de los vaivenes en el precio internacional de los granos. Pero, aun así, sería mucho más un legado de carencia histórica que la tontería infinita del kirchnerismo corrupto como eje de todas las desgracias. 

“El argumento falaz para avanzar en el ajuste regresivo (contra quienes menos tienen) es que disminuyendo el déficit fiscal no habrá que seguir mendigando dólares en Wall Street. Financiar necesidades en pesos con endeudamiento en dólares fue (es) uno de los mayores desatinos de la economía macrista.” Incluso si se alcanzara el déficit fiscal cero, como advierte Zaiat (cero, quede claro, ni siquiera su disminución: cero), el peligro de otra fase de corrida cambiaria seguirá presente porque “la debilidad de la economía argentina no son los pesos, moneda que emite, sino los dólares, que no genera ni tiene suficientes (...) Mientras no se comprenda que éste es el principal problema y no la cuestión fiscal, como afirma Macri, y se promueva que con el ajuste del gasto público disminuirán las necesidades de financiamiento en dólares, el riesgo de una corrida cambiaria y el colapso de la economía macrista seguirán estando latentes”.

La espuma que se vende en dirección inversa tiene dos niveles. Ambos son de una frivolidad analítica complementaria y espantosa. El primero es que Argentina no produce lo que consume, como guión prioritario de la derecha para que el segundo sea que, entonces, debe ahorrar achicando el gasto público. 

¿En qué cabeza puede caber que ahorrar es producir? 

O, más precisamente, ¿a quién puede ocurrírsele que ahorrar en pesos permite generar dólares, cuando los dólares son prestados para cambiarlos por pesos a tasas de interés estratosféricas que después sirven para tener una ganancia en dólares que no se consigue en ninguna parte? 

¿A quién se le ocurre que el Fondo Monetario prestaría dólares como no sea para que haya más pesos dispuestos a la bicicleta, en condiciones de repagarle los dólares prestados a través del ahorro en pesos que no producen nada mediante el mecanismo de poner más pesos en el bolsillo de quienes pueden comprar más dólares?

¿Cómo podría suceder el ahorro ése si no gracias a un ajuste descomunal que a su vez achica el mercado interno porque la gente del común tiene cada vez menos pesos en el bolsillo?

La pregunta de si al establishment verdaderamente puede ocurrírsele como eficaz una fórmula de ese tipo es posterior, o inherente, a la de si una grande y hasta mayoritaria cantidad de los argentinos seguirá creyendo que el problema son los empleados públicos, la cantidad de ministerios, la confianza de Trump en el gobierno de Macri, los planes sociales o que los K se robaron todo. 

Creer todo eso a la par de que los capitales especulativos entran y salen cuando quieren; de que el complejo agroexportador retiene liquidaciones por cinco mil millones de los dólares que ahora se acercan a la cotización que deseaba; de que el Banco Central “independiente” financia la fuga y de que Macri aparece tras el supermartes de las Lebacs con cierta euforia, reconociendo que pecó de optimismo porque él es así, un optimista incorregible, requiere de un psicólogo social. Pongámosle.

En el medio, esa cínica incorregibilidad del Presidente llevó a quemar una porción insólita de las reservas monetarias, que tanto le preocupan, en el inédito plazo de apenas dos semanas, al solo efecto de congraciar a sus socios especuladores, con la excusa de que todo residió en insuficiencias de comunicación y que aquí no ha pasado nada salvo pedirle la inútil escupidera al FMI.

De paso, ya avanzaron algunos casilleros en bajar el costo laboral argentino en dólares. Es lo que pedían los amigotes y eso también es objetivo, no una inferencia ideológica.

El problema no está en el Gobierno, fuera de que sus integrantes –los directos, los mediáticos, los consultores– confíen o no en lo que arguyen como salvación nacional. Es decir: fuera de si son una banda de brutos técnicos, políticamente torpes, u otra de despreocupados por el inevitable rumbo final. Se va al iceberg más tarde o más temprano. El grueso de los argentinos, no ellos.

En una composición de estas horas, en las redes que sirven para algo o mucho, se lee que un grupo ideó un plan monumental para fugar miles de millones de divisas de la Casa de la Moneda sin disparar un solo tiro. 

El otro grupo protagonizó una serie para Netflix.