“Los nietos que todavía no aparecieron están entre nosotros” le dijo Manuel Gonçalves Granada a Ángela Pradelli cuando la escritora realizó la investigación para En mi nombre (historias de identidades restituidas) hace unos cuatro años. Aquel libro recogía testimonios trabajados en primera persona de Ángela Urondo Raboy, Macarena Gelman García Iruretagoyena, Leonardo Fossati Ortega y Jorgelina Paula Molina Planas. El eco de esas voces sigue resonando en La respiración violenta del mundo, la nueva novela de Pradelli. Y es que, como le dijo su amiga Esther Cross, hay libros que descienden de otros libros.

Esta ficción está alimentada por esos hilos delgados pero resistentes que unen pasado y presente. Emilia Tappatá, nacida en 1971, hija de Ernesto y Adriana, queda sola en una casa tomada por asalto en Burzaco. Los parapoliciales son pacientes y esperan el momento oportuno para iniciar la cacería. Una noche irrumpen en el lugar, secuestran a la madre y revuelven todo buscando información sobre un padre que también permanecerá desaparecido. Emilia, de cinco años, será llevada al Hogar Infancias de Longchamps, donde una jueza decidirá que no tiene nombre ni fecha exacta de nacimiento. La niña atravesará el portón del lugar para irse junto a una pareja que la llama “Florencia” y que luego, durante décadas, le dirá que mejor es olvidar. Llevan con ellos un expediente falso, firmado por la jueza, donde se indica que la nena es hija de ese matrimonio: los Silente. Sí, la literatura es capaz de llenar de sentido algunas casualidades cotidianas. 

Mientras tanto, su abuela Lina recibirá una carta anónima donde le avisarán lo que pasó. Desde entonces removerá cielo y tierra buscando a su nieta. La misma jueza que se la entrega a otra familia la recibirá a ella y a sus amigas, Quica y Herminia, y les dirá que no sabe nada. A la vez, Quica busca a su hija y su nieto, que tenía seis años cuando lo llevaron. La hija de Herminia estaba embarazada de ocho meses al ser secuestrada. Después de golpear las puertas del juzgado, las mujeres esperan el tren que las devuelva a casa y se levanta una nube de ceniza que las cubre.

“Florencia Silente”, le hará escribir la apropiadora a esa nena en las etiquetas de los cuadernos de la primaria. “Emilia va por la mitad de las etiquetas. Le duelen los dedos de la mano, el estómago; le duele Emilia Tappatá, su nombre, que se escurre”, escribe Pradelli. La novela está estructurada en capítulos que abarcan diversos años: 1976, 1977, 1980, 1983 y 1992. Así, el texto acompaña el crecimiento de Emilia, sus recuerdos borrosos que cuando parecen sepultados, emergen en sueños con una transparencia escalofriante. Y también, el retorno de una democracia donde las Abuelas de Plaza de Mayo empiezan a ser escuchadas por los medios mientras piden la restitución de sus nietxs. 

Así, una mujer que se había encariñado con Emilia mientras estuvo en el Hogar, ve a Quica y a Herminia sosteniendo una foto de la nena, durante una marcha que emiten en la tele. Las contacta. Les cuenta de Emilia, de su muñeco Emy que quizás la mujer tenga guardado en un ropero, de los zapatitos verdes que tenía la nena al llegar, comprados por su abuela. Lina vive ahora en Suiza e intenta recuperar a su nieta pero las cosas no son fáciles. Los Silente, con los años, se mudarán a Burzaco a sabiendas que la hija quizás recuerde. Y Florencia se reconocerá como Emilia. Y recordará.

“Tan fácilmente uno se esconde en otro; / y, no obstante, cada uno, siendo todos, / no escapa a ninguno”, dice E.E. Cummings en uno de los epígrafes elegidos por Pradelli. En ese uno que va siendo todos, la respiración encuentra su cauce, exige su lugar verdadero, explota a pesar del silencio. Si la novela resulta conmovedora, es porque está hecha de jadeos, susurros, silencios. Pero esa materia innombrable está destinada a estallar. Así se transforma en palabra, para que todxs lxs nietxs que faltan puedan respirar un aire verdadero: el del propio origen. 

La respiración violenta del mundo

Ángela Pradelli

Emecé

200 páginas