Era una casa en la que sobraban sueños pero faltaban espacios. Ahí sentado, junto a sus otros seis hermanos, estaba Gonzalo, uno de los hijos más grandes de la familia que formaron Luis y Liliana. No importaba en que momento del día, ni bajo que circunstancias lo encontraran. Allí estaba él junto a un objeto que lo marcó para siempre. Ese juguete que esperaba en cada llegada de los Reyes Magos fue el que lo acompañó en cada una de las actividades de su niñez. Porque en el barrio Nueva Esperanza, de Guaymallén, el hoy número diez de River comía, estudiaba, iba al baño y dormía con el objeto que más amaba: la pelota. Tanto es así que hace poco un tío le regaló una pelota que el pateaba cuando era chico y que había guardado por pedido suyo.

Pasó el tiempo. Hoy ya no es ese nene que se ganó el apodo del Pity, como le puso su mamá por la similitud en su hiperactividad al pájaro Pititorra. Es un padre de familia, que supo adaptarse a la lejanía de sus afectos desde muy joven y que creció a pasos agigantados a sus 25 años. Es un veterano de mil batallas. Sin ir más lejos, es el hombre que más partidos jugó en la era Gallardo (144) y el que supo revertir una historia que parecía la de un cuento de terror y terminó siendo como la pelota perfecta que siempre añoró patear en Mendoza. 

-¿Qué primer recuerdo tenés sobre una pelota de fútbol?

-Del barrio. De jugar en el fondo de mi casa con mis hermanos, a ellos, más allá de que les gustaba el fútbol, los volvía loco para patear todo el día. Tengo dos más chicos y uno más grande. El primer recuerdo que tengo, pudo haber sido a los diez años, mis hermanos tendrían 8 y 7, y el más grande 16. Somos siete hermanos. Teníamos la parte de delante de la casa en la que había dos habitaciones, en una mis dos hermanas y nosotros cinco en otra. En el fondo mis viejos. No nos aburríamos nunca. Estábamos todo el día detrás de la pelota.

-¿Te acordás qué pelota era?

-Era cualquiera. En Reyes mi vieja sabía que no había otro regalo posible. Se rompían a pesar de cuidarlas mucho. No aguantaban un año ni loco, por eso me compraban una mas o menos buena para que dure y yo la emparchaba. A veces lo hacía yo y otras mis amigos que la tenían más clara. Ante la desesperación cortabas y sacabas la cámara, la inflábamos para ver donde estaba la pinchadura, le poníamos el parche y la cosíamos para volver a jugar. 

-No había otro futuro que ser futbolista...

-En el barrio no había muchas pelotas, entonces el que la tenía la brindaba para la tarde cuando volvíamos del colegio o después de la siesta ya ponernos a jugar. La cuidábamos entre todos. 

-Ya eras el dueño de la pelota... ¿Creés que antes se la valoraba mucho más?

-Sin dudas. Para mí fue el sinónimo de mi infancia, si tuviera que identificarla con algo lo haría con una pelota. Fue toda mi infancia al lado de ella. Hoy es más fácil por ahí tenerla. Se te rompe y comprás otra, las cosas cambian y los chicos no toman esa consciencia que antes había. 

-¿Cuándo te diste cuenta que eras bueno para jugar al fútbol?

-No sé si te das cuenta que sos distinto a los demás, pero ves que hacés algo que ellos no hacen. O que te cuidan un poco más, que no van a trabarte fuerte, esos son indicios. Después te suben a Primera y ahí ves que estás en condiciones de mantenerte en este juego. 

-En una actualidad en la que se habla mucho de las Sociedades Anónimas, que se crió dentro de un club de barrio, ¿cuán importante es la formación que recibe un chico cuando recién arranca? 

-Muy importante. Es la base de todo. Se arranca en el barrio, por más que no quieras. Se arranca en los potreros, con los amigos, en el colegio que armás una pelota con papeles de basura y una bolsita. Eso va formando. Ahí te das cuenta para qué estas. En el barrio por ahí jodés con amigos, pero siempre hay un padre que te lleva a un club y te incentiva a que vayas, a que seas parte de eso. Por eso siempre digo que la base del fútbol está en el barrio. 

-Parece que tenés diez años en Primera, pero sos pibe. ¿Tan intenso fue todo lo que te pasó? Porque te pasaron muchas cosas... 

-No sé si fueron muchas cosas, pero fueron casi todas juntas. Eso hizo que haya madurado bastante. Vengo de jugar en el Nacional B casi cuatro años y la verdad que las cosas que viví ahí ojalá que no las vuelva a pasar, porque si bien son lindas, no creo que un jugador quiera ser futbolista para jugar en la B Nacional. Todos aspiramos a más. O por lo menos yo lo hago. Pasé grandes momentos en la B, pero estoy preparado para jugar en otras ligas y eso me hizo madurar futbolísticamente hablando. 

-¿Sentís que tenés más edad de la que en realidad tenés? 

-Sí. Porque me lo dicen. No sabés si tomarlo bien o mal, pero el fútbol te hace madurar mucho. Me vine muy chico de Mendoza solo, acostumbrado a viajar desde los doce años en micro, de rebuscármela en Buenos Aires, la vida del futbolista que viene del interior y que está acá te hace madurar mucho más rápido. 

-¿Dónde viviste acá?

-Tuve la suerte que mi representante me trajo a vivir a los 14 años a su casa. Pero pasé por muchas pensiones. Viví muchas cosas que hoy me hacen estar mucho más fuerte de la cabeza, que no me voy a olvidar. 

-¿Faltó el plato de comida en esos momentos?

-No faltó, pero capaz a veces era un sánguche. Más allá de eso tratábamos de pasarla bien aunque nos faltaran cosas que un chico en una vida normal debe tener. Se disfrutaba igual. Mis papás me criaron con mucho esfuerzo, en casa nunca nos faltó para comer, a veces había sánguches y mis viejos tomaban mate. No nos dábamos cuenta que en ese momento no había para todos y que ellos dejaban de comer para darnos a nosotros. Ya de grande valorás muchísimo esas cosas. 

-¿Te acordás el día que decidiste viajar a Buenos Aires?

-Me llamaron a casa, Goyo Carrizo, que lo nombro siempre, para decirme que había una oportunidad muy importante de un representante reconocido en el mundo y por ahí no caíamos de que fuera cierto. Pasaron los días y nos dijo que nos iba a ir a buscar Roberto Fernández, otro gran amigo, para traernos en avión a Buenos Aires. Fue muy sorprendente porque fue un llamado sorpresivo y en dos semanas se resolvió todo. Yo jugaba en el Centro de empleados de Comercio, de Guaymallén.

-¿Te asustó algo de Buenos Aires?

-No, porque tuve la suerte de que me ayudaron mucho. Me protegieron mucho, siempre confiando en que podía llegar, en mis condiciones, en el objetivo principal y fui por eso. 

-¿Siempre con la 10 en la espalda?

-Sí, pero por la posición. Era volante por izquierda y generalmente se heredaba, por ser zurdo. Ahí me empezó a gustar el número y hoy tengo la suerte de usar la 10 de River, algo increíble en mi carrera. 

-¿Cuán importante es el entorno?

-Muchísimo. Más allá de que uno tiene que estar concentrado en lo que uno quiere, se escucha, y tenés amistades o allegados que te hacen escuchar muchas cosas. Tuve la suerte de vivir en una oficina de representantes en la que se viven situaciones, eso me ayudó mucho. 

-¿Qué no perdiste en el juego cuando pasaste del Pity del barrio al jugador profesional?

-El atrevimiento. De ser atrevido, de encarar, de pedirla siempre. Esas cosas son las que vienen del barrio, después en los clubes mejorás la técnica, el pase, los movimientos, pero el atrevimiento viene con uno. 

-¿Cómo es jugar en Primera? 

-La precisión con la que se juega. En la B es más lucha, en Primera son momentos puntuales en los que si no sos preciso terminás siendo mal visto. En la B la podés perder más. En la A tienen que salir las jugadas limpias. 

-¿En el día a día te cansa ser el 10 de River?

-¡No! Si es lo más lindo que hay. Para mí que un nene venga y te pida una foto es hermoso. Seas el 10 o no, ya el hecho de estar acá en River es una felicidad tremenda. Es un sueño cumplido. 

-¿Por qué no te quejas cuando te pegan?

-Porque nunca creo que me peguen con mala leche. Obvio, a veces tengo choques fuertes, pero para qué quejarme si eso lo único que logra es sacarme del partido. Le doy más importancia cuando erro un pase que cuando me pegan una patada. 

Carlos Sarraf

Después de convertirse en el único refuerzo de River en el mercado de pases de 2015, los cuarenta millones de pesos que pagaron por él se convirtieron en un peso muy difícil de contener en el primer semestre de su paso por Núñez. Pero ese mismo chico que se las ingeniaba para emparchar la cámara de las pelotas que se le pinchaban convirtió ese mal momento en gasolina para explotar y terminó siendo clave en el ciclo más victorioso de la historia internacional de River. El veterano de apenas 25 años cuenta la fórmula que lo sacó de aquél mal momento: “¿Cómo salí de eso? Laburando. Con trabajo. Los periodistas viven de nosotros y nosotros de ellos. A ellos le demostramos dentro de la cancha porque tienen la suerte de tener un micrófono todos los días, de no ver el entrenamiento y no ver el esfuerzo que uno hace para cambiar esas palabras”. Y agrega: “Se habla demasiado rápido en River, porque acá es venir y rendir. A mí me pasó bastante tiempo, la pasé mal, pero siempre trabajé y luché para dar vuelta la página y ser quien soy hoy. A la hora de hacer el balance el resultado me deja feliz porque pude revertirlo”. 

-¿Metiste mucho trabajo con un psicólogo?

 -No soy tanto de eso. No, porque no sirve, sino que me refugio en mis compañeros, en el Club. Venir a entrenar te hace levantar bien. El Club es el psicólogo para mí. Venir acá me despeja, me hace bien. 

-¿Dudaste de tus condiciones cuando por ahí las cosas no salían?

-No. Por eso no quise irme. Nunca dudé en quedarme y pelearla. La gente del Club creyó en mi y eso me daba fuerzas. El técnico, mis compañeros… Es cuestión dvw e trabajar y respetar a los que te critican. 

-¿A quién imitabas cuando eras chico?

-Teníamos tele en casa pero no podíamos ver fútbol en vivo porque no teníamos cable. No veíamos fútbol salvo cuando en el Superclásico el vecino nos invitaba y éramos quince o veinte dentro de la casa del hombre. Pero miraba mucho a D’Alessandro, y después a Robben. Igual no imitaba a nadie.

-¿Cómo eras en la escuela?

-Me iba bien pero era muy vago. Pensaba en ir a entrenar todas las tardes, entonces costaba. Mal no me fue. Me quedan dos años en Buenos Aires, pero no era ningún burrito. 

-Fabricio Coloccini nos dijo que está terminando el secundario a los 36 años porque quería dejarle un ejemplo a sus hijas. ¿Tenés pensado terminarlo?

 -Sí, pero no es el momento. Quiero dedicarle mucho tiempo a mi carrera, por ahí más adelante lo termine. No sería lindo que mi hija Pilar me pregunte porque no terminé el colegio. 

-¿Qué haces cuando no estás con el Club?

-Despejarme con mi hija. La voy a buscar al jardín, vamos a la plaza a jugar, o trato de dormir un rato y después dedicarme a ella y a mi mujer. Nosotros somos un poco egoístas porque concentramos y perdemos el día a día de la familia. Es muy difícil estar en los dos lados, pero estoy disfrutando más ahora. 

-¿Te cambió mucho la cabeza haber sido padre joven?

-Sí. Por ahí uno tiene la mente en juntarse con amigos, ir a comer un asado, cosas que yo hacía antes siempre porque desde los 14 que vivo solo. Ahora hay responsabilidades. Estoy en River, y todo va de la mano. Como la cuido a ella, me cuido yo también. 

-¿Cómo sos como padre?

-Muy tranquilo. Cambio pañales, como corresponde. Con mi mujer tratamos de organizarnos bien para que cada uno sepa que es lo que tiene que hacer. Tengo la suerte de que mi mujer estudia nutrición y a mí me gusta mucho cocinar, cuando no está ella cocino, no tengo problema. Ella dice que cocino bien, y aprendió un montón, que era lo que nos costaba al principio. Pero tiene dos veces por semana que cursa a la noche y me toca cocinar a mí. Ahí es cuando hay más tiempo para estar con mi hija. Se porta muy bien. 

-¿Tu especialidad?

-Me gusta mucho hacer pastel de papa. Cosas al horno cocino mucho. Me gusta. Tuve que criar cocinándome. Arranqué con arroz, fideos, salchichas y Paty pero después, viendo a mi vieja cocinar, porque en Mendoza no se pide mucho delivery, aprendí mucho. 

-¿Son de juntarse con los muchachos del plantel?

-Nos juntamos. Siempre tenés un grupo con el que te juntas más y por ahí vienen a comer a casa. Hago un guisito yo algunas veces, otra cocina mi mujer, pero vienen varios.  

-¿Cómo te imaginás el futuro cercano?

-Acá todavía. Si llega alguna oferta se verá. Tengo la suerte de mantenerme más de tres temporadas en un club como River. Aunque voy a cumplir 25 años y es hora de dar un paso en mi carrera.

-¿Por qué creés que desaparecen los enganches? 

-Porque el fútbol es mucho más físico que antes. Se dejó de usar a ese jugador que flotaba libre de mitad de cancha para arriba. Pero siguen saliendo jugadores interesantes de esas características en la Argentina. Por ahí en varios lados no te dan bola por esa característica, pero es la esencia del fútbol argentino. Un fútbol que creció en base al talento de sus enganches. 

-¿Qué te dio Gallardo?

-A la hora de hablar, de ser sincero. De exigirnos en las prácticas, de corregirnos los errores, de retarnos por errar un pase. Eso te hace crecer. 

-Si tuvieses que darle un consejo a un chico, ¿qué le dirías?

-Que entrene. El esfuerzo te lleva a pelear. Por ahí cuando llueve no te gusta entrenar pero es cuando más tenés que estar porque ahí le sacás la diferencia al que se queda en la casa. Hoy, por más que lo físico sea más preponderante que el talento, el esfuerzo debe estar acorde a tus expectativas.