En el auditorio de la Fundación Instituto Leloir, miembros de la comunidad científica realizaron un homenaje a Otilia Vainstok, fundadora y coordinadora del Comité Nacional de Ética de la Ciencia y la Tecnología (2001-2017). La apertura del evento estuvo a cargo del titular del ministro Lino Barañao, y también participaron con disertaciones Hebe Vessuri –cuyo contrato no fue renovado por el Conicet–, Matthias Kaiser, Ennio Candotti y el escritor y ex integrante del Comité Nacional de Ética en la Ciencia y la Tecnología (Cecte), Noé Jitrik.

Los referentes recordaron su legado, su convicción y tenacidad, y sus energías para no dejar de ser optimista, incluso, en las situaciones más críticas. Vainstok fue una socióloga feminista pionera en Argentina. Tras su exilio en México ingresó como investigadora en el Conicet y concentró sus esfuerzos intelectuales en el Centro de Estudios Avanzados de la UBA. Se preocupó, en especial, por los conflictos de interés y la promoción de la ciencia y la tecnología para el desarrollo productivo de la nación. En 2001, Adriana Puiggrós –en ese entonces al frente de la Secretaría de Ciencia y Tecnología (hoy MinCyT)– le propuso que coordinara un equipo multidisciplinario que se encargara de discutir “asuntos controvertidos”. Así emergió el Cecte, desde donde conoció a Jitrik, quien aprovecha la oportunidad para refrescar su legado y discutir qué rol ocupa la ética en un escenario tan particular como el científico.

–¿Qué lugar ocupó el Comité de Ética en el sistema científico bajo la coordinación de Vainstok?

–Con el empuje, la obstinación y la perseverancia de Otilia logró visibilidad. Tenía una fascinación por los científicos que podría traducirse en un deslumbramiento por contribuir a la inteligencia argentina. Sin embargo, más allá de sus esfuerzos, en otros países (como Noruega, por ejemplo) la ética asociada al campo científico constituye una política de Estado. En nuestro caso, eso nunca ocurrió; ocupamos un rol marginal aunque hacíamos todo lo que estaba a nuestro alcance.

–¿Por qué, entonces, la ética no constituyó una política de Estado?

–Porque el Estado no parece tener una percepción clara acerca de la problemática. El Comité fue fundado en un instante de luminosidad, a partir del cual, las autoridades se interesaron por la ética como tema emergente que se desprendía de una preocupación general por el desarrollo de la ciencia y la tecnología. En 2001, Adriana Puiggrós tuvo la iniciativa de crear el Cecte y contactó a Otilia, sin embargo, el gobierno de la Alianza culminó penosamente y, en este escenario, cualquier objetivo debió ser reprogramado. Desde aquel momento, el espacio tuvo que sobrevivir y soportar a nuevos secretarios de CyT que conocían bastante de sus investigaciones, pero no se preocupaban demasiado por los conflictos éticos. En el medio, tuvimos personajes nefastos de la política como Domingo Cavallo y su desafortunada invitación a lavar los platos. Un ejemplo perfecto de culminación de esa ignorancia respecto al papel que puede desempeñar el desarrollo científico para la soberanía del país.

–Cavallo volvió...

–No me parece casual su aparición en este momento; un presente que también marcha hacia el desmantelamiento del sector, realidad expresada en los ajustes y recortes presupuestarios del Conicet y otras entidades (como el INTI, el INTA). Cavallo es una especie de Capitán Ahab (personaje de Moby Dick) que persigue a la ballena (la ciencia y sus actores) de manera obsesionada para conseguir destruirla. Debemos luchar porque nuestro país no sea, otra vez, una colonia. Echar investigadores o cerrar las puertas para impedir nuevos ingresos es una vía directa hacia el coloniaje.

–¿Cómo trabajaba este Comité durante su participación y la de Otilia? ¿Qué conflictos éticos estudiaban?

–Nos encargábamos de debatir acerca de casos de corrupción vinculados a la comunidad científica; problemas de negociación con patentes; la utilización y el trato hacia los animales en el laboratorio; así como también la relación de los investigadores con sus subordinados, las tácticas de aprovechamiento de lo ajeno y la explotación respecto a los becarios. No obstante, como no teníamos capacidad ejecutiva, solo nos limitábamos a realizar declaraciones como colectivo de especialistas interesados en estos temas.

–Bueno, pero al menos el Comité sirvió para advertir que los investigadores no viven en una “comunidad científica”, idílica, desprovista de conflictos...

–Por supuesto, y desde aquí, Otilia desempeñó un papel central. Tengo un profundo respeto por el trabajo que desarrolló y puedo decir que lo seguí con lealtad personal durante todo el tiempo que nos tocó actuar juntos.

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