• Ocurrió hace mucho, en un tiempo casi bíblico. Jugaban dos pibes en un patio de tierra. Uno, con un autito con masilla debajo; el otro, con un pedacito de plástico que al sol brillaba formando un prisma.

    -‑¿Ves? Esto somos nosotros... un montón de estrellitas sueltas que un día se van a juntar.

    El otro pibe, que ya conocía sus delirios pre adolescentes, repletos de misticismo, le confirmó el augurio.

    -‑Sí, ya sé, y vamos a hacer una música nueva que pinte esta ciudad...! Ya me lo sé de memoria! -musitó un poco contrariado y se levantó a tomar agua del pico de la bomba. El otro, el medium, se quedó sonriendo pero estaba serio por dentro.

    -‑De acá a dos años... -le dijo- Sí, sí, mejor vamos a laburar. Y empezó el mismo a dar el ejemplo cargándose al hombro la bolsa de arena. El otro, el místico jovencito, solo murmuró: "Y todas las minas de la Tierra se habrán de postrar ante nuestra música".

    Años más, años menos, frases más, frases menos, locura suave o encono, visiones o malhumor, la cuestión es que la predicción se cumplió y a un hoy el primer pibe, el del autito, sigue recordando las profecías de quien es hoy un consolidado compositor en solitario.

     
  • El Gordo amasa las tortas asadas con una fruición encomiable. La casaca de Boca luce mojada, pero no permite que gota alguna de sudor caiga sobre el tablón. Está bajo un paraíso de la calle Centeno y espera el arribo de los comensales pobres, de los camioneros, para saciarlos con esa habilidad que heredó de su madre. Al atardecer se saca la de fútbol y se pone una blanca inmaculada, como un chef cinco estrellas. Enciende la parrilla. Ni el calor, ni la falta de divisas habrán de impedir que el Gordo cuide las formas y el estilo. Reconoce a un autor de la Trova que llega para uno de matambre y con ampulosidad anuncia a los presentes quien ha arribado a su chiringuito. Pero su clientela ignora al músico.

    -‑¡Ustedes no saben nada de poesía! -grita envuelto en el humo de los choris. Y con el dedo meñique toca el equipo de audio que pasa de Los Palmeras a Silvina Garré sin escalas.

     
  • Un auto quemado, abandonado en el corazón de barrio La Lata, se asemeja a esas carrocerías que dejan abandonadas en el fondo del mar para que se formen arrecifes artificiales. Solo que acá las anémonas y los corales lo constituyen los grafitis, quemaduras, bollos plásticos, las bolsas de residuos. El escritor de canciones toma una foto celular. Se le acercan dos pibes.

    --¿Es un rati?", inquiere uno provocándolo. El otro, más avispado, explora las fotos que pasan.

    --¡Es un artista el señor, gil!

    --Hago letras de canciones con estas imágenes, les juro.

    --Sí... Deben ser canciones de guerra! -le replica uno, y los tres se ríen.

     
  • Tres perrazos ladran a las ruedas de la moto. Él piensa: "El perro actúa cuando ha sido golpeado, pero ¿tres a la vez?" Entiende entonces aquello de la fortaleza de una patota y la fidelidad canina entre pares. No sabe porqué, pero recuerda fraternalmente a sus compañeros de la Trova. De haberlo sabido hubiesen mordido todos a la vez y la historia sería otra y mejor para todos.

     
  • Una bolsita de papel parece moverse sola bajo el sol; las paletas del ventilador chirrían un nombre; aquella dama se asemeja a una novia difunta; los de Gendarmería juegan como chicos a la sombra con el celu pero en cámara lenta. Todo es extraño en la siesta del verano africano que vino prepoteando al otoño rosarino. Suena Goldín en un auto y la tarde se acomoda sola y se pone más linda, como una novia primeriza de un film antiguo.

     
  • Juana se ha muerto. Era bella, generosa, honesta y esperanzadora. Su vecino, un adolescente acusado por dos muertes y -con la de ella- la tercera aparece en todos los medios. A Juana ni en los avisos fúnebres la nombran. Nos escuchaba desde siempre. Solo yo le he confeccionado una canción y estoy más triste que cualquiera pueda estarlo en este mundo. Y eso que nunca la conocí.

     
  • El camionero Atilio no sabe qué transporta, y no lo han dejado revisar la carga. Elige no discutir. En los puestos lo dejan avanzar y debe hacer noche en un pueblito de Córdoba. Por la mañana hay dos gatos muertos bajo el tren trasero. No son armas ni drogas, algo peor... un veneno invisible que apresuradanente deja en destino para luego ducharse con vehemencia. En la oficina lo felicitan y le pagan extra. El no sabe si terminará como los gatos o se salvará. No hay tiempo para pensar, solo cobrar la paga y silenciarse. Toda la familia depende de sus viajes. Hay en su guantera un cassette de Santa Fe en tu Corazón, regalo de su esposa cuando creían en todo. Eran más jóvenes, felices, y estaban más sanos.

     
  • El pibe se refería a su guitarra con nombre de mujer y a su compañera la presentaba como "mi mujercita". Nunca ejerció el oficio de otear los clasificados, ni lavar la ropa, ni cocinar. La que paraba la olla era la chica, vendiendo artesanías, y llegaban justo para el alquiler. Por las noches, mientras ella descansaba sus pies maltrechos dentro de un balde de agua con sal, él le cantaba sus nuevas canciones. Así vivieron hasta que un aventurero de la Trova enamoró a la dama y se la llevó, donde tendría algo más de comida, buen trato y sin la necesidad de yugar como una burra. Cuando el hippie gentil se enteró, murmuró que ella no lo había abandonado, solamente "había transado con el sistema".

     
  • La chica limpia en el atardecer de Oroño la alfombra que tiene una leyenda que reza Rehabilitación, y él piensa en la suya mientras escribe sobre un cuadernito de tapas duras una historia con acordes acerca de los que nunca se rehabilitarán porque este sistema se los impide. "Yo no, yo me salvé", susurra besando una medallita que le dieran cuando estuvo desintoxicándose y Cristo vino a él y de la mano lo sacó del pozo.

     
  • Escribo un poema en un sábado cualquiera, mientras llovizna y sale el sol a la misma vez:

    Es la puerta de la iglesia adventista del Séptimo Día

    Los miro desde el auto, debo parecer malo y sospechoso

    Son tres: un maturrango de cara blanca y dos gordis pintaditas y ceremoniales

    Lo que me perturba es lo que adoran: en el hall de entrada sobresale por sobre todas las almas y la cosas

    Un matafuegos

    Rojo. Alargado

    con faja de seguridad.

    La rubiecita canta en un susurro Oración del Remanso. El mundo es así de misterioso: caben muchos en uno solo.

 

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