Tras seis meses de obras cuestionadas por organizaciones que defienden el patrimonio de la Ciudad, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, junto al secretario general de Presidencia de la Nación, Fernando De Andreis, reinauguró la Plaza de Mayo, con un diseño que la acerca al proyectado por el arquitecto y paisajista Carlos Thays a fines del siglo XIX. Ayer, tras la reapertura de la plaza, el centro de las críticas y repudios, de transeúntes y organizaciones de derechos humanos (ver aparte) estuvieron dirigidas al nuevo enrejado que, del mismo estilo del que rodea a la Casa Rosada, reemplazó a las viejas vallas de contención policiales. El presidente del Observatorio del Derecho a la Ciudad, Jonatan Baldiviezo, dijo a este diario que hay un amparo presentado por las rejas y “el juez le dio al gobierno hasta hoy para presentar la documentación”. Explicó que

“si uno plantea en el espacio público un elemento expulsivo como ese, está atentando contra ese patrimonio”, y señaló que no es para sorprenderse porque “el enrejado es parte de cómo piensa el PRO el acervo urbano”.

Por la mañana, en un acto reducido en espectadores y funcionarios, el jefe de gobierno porteño celebró la finalización de las obras, que demandaron una inversión de casi 44 millones de pesos y mantuvieron cerrada la plaza durante seis meses.

El funcionario aclaró que la remodelación fue “un trabajo en coordinación con el gobierno nacional”, y defendió el proyecto que, según aseguró, implicará “una gran transformación” en la Ciudad. 

“Estamos ganando metros cuadrados de espacio verde para los vecinos de la Ciudad en nuestro plan de generar más y más espacios verdes en todo Buenos Aires”, destacó el funcionario sobre el rediseño que sumó 730 metros cuadrados de espacios verdes a la Plaza, elevando a 7600 metros cuadrados de espacios verdes totales, y 450 metros cuadrados en el entorno a la Casa Rosada. En tanto la superficie total de la plaza pasó de 19.343 metros cuadrados a 23.665, tras ganar dos carriles de cada lado de las avenidas Hipólito Yrigoyen y Rivadavia.

Sin embargo, para quienes se acercaron ayer a la Plaza, los cambios más notorios fueron el corredor central, de tránsito peatonal, que quedó despejado, sin canteros, el blanco de las baldosas que reemplazaron a las rojas que había colocado la dictadura cívico-militar, y las rejas, con sistema de puertas plegable, que como un costurón negro dividen a la plaza casi en dos y que se llevaron las críticas de quienes recorrían ayer por la tarde el lugar, así como el repudio de los organismos defensores de los derechos humanos, que son parte constitutiva de la historia material y simbólica de una Plaza, principal escenario de la vida política del país.

Fernando, un empleado del microcentro porteño, sentado bajo el sol de la tarde en uno de los tantos bancos de granito que respetan el diseño original, dijo que “la reforma no está mal. Pero hay prioridades y, dada la situación del país, ésta no era una de ellas”, y con ironía sostuvo que “despejar la parte central de la plaza, con las protestas que hay, va a permitir a más personas manifestarse”.

Para Valentina, estudiante universitaria de la Plata, el tiempo de obras le pareció excesivo, desilusionante y un poco sospechoso: “¿Seis meses para cambiar baldosas, arreglar unas luces y poner un poco de pasto?, parece un poco mucho, en menos tiempo se levantan edificios de 50 pisos. ¿Tendrá que ver con el negocio de la obra pública”, preguntó de forma retórica. En tanto su amigo Juan apuntó contra las rejas que a partir del arco de la circunferencia que rodea la Pirámide de Mayo, en cuyo interior las Madres de Plaza de Mayo han vuelto a pintar los pañuelos blancos que las identifican, y que se extienden hacia ambos lados de la plaza, a la altura de la calle Reconquista, sobre Rivadavia, y de Defensa, sobre Hipólito Yrigoyen. “Aunque son más estéticas que las vallas antimotines que había desde el 2001, después de la crisis, integrarlas al paisaje es como institucionalizarlas”, remarcó el estudiante platense.

Para otros caminantes, como Clara, una jubilada del barrio de Constitución, las rejas, que aún se amontonan sobre los laterales de la plaza, “son más prolijas que las que había”, y aunque dice que no le molestan, aclara que “tendrían que ocupar menos espacio en la plaza, porque cuando las cierren (ayer estaban abiertas luego de la inauguración) van a seguir sacando  mucho espacio”, advirtió.

En tanto, el referente del Observatorio de la Ciudad sostuvo que “la remodelación es el paradigma de cómo piensa el Pro el patrimonio. Van modificando el paisaje sin discutir con la ciudadanía ni tener los avales legales, entre ellos, como era necesario en el caso de un área con protección como la Plaza, el de la Legislatura, y es una deficiencia democrática fuerte”. Además, cuestionó la visión histórica: “volver a un tiempo histórico lejano, recuperar la plaza de 1893, desconociendo el hacer ciudadano en ese espacio durante el siglo xx, es soslayar toda una parte de la historia”.