París 2010 / Santiago 1971 

“Esta salió a lo Dylan”, se ríe guitarra en alto antes de aclarar que, por aquel entonces, ni siquiera de nombre conocía al hoy Nobel rebelde. Y larga el canto: “Hay que juntar toda la ciencia antes que se acabe la paciencia”. 

La “Letanía para una computadora y para un niño que va a nacer” fue compuesta por el cantante en 1972, luego de largas noches de charla con un científico inglés de dos metros de alto que asistía, curioso, a la peña familiar más famosa de Santiago. Quien recuerda es Ángel Parra, el hijo de Violeta, el hermano de Isabel, anfitriones en el enclave folclórico del 340 de la calle Carmen. En el júbilo de la esperanza todo se conectaba: cibernética, música, empanadas.

“Si no es diario, el control no tiene sentido: así funciona en todos los organismos. Lo que ya pasó, está fuera de control”, dijo acerca del proyecto para el que lo habían ido a buscar a 13.000 kilómetros. El 12 de Noviembre de 1971, lejos de su tierra y en manos de un funcionario traductor, el inglés Stafford Beer hizo su primera exposición sobre el encargo que lo llevaría a Chile otras veinte veces en los 18 meses siguientes. “Basé el control y la administración cibernética de la información económica en el mismo esquema que el cerebro ejerce sobre el cuerpo humano. Es lo más perfecto como modo de control. Sirve para mantener la viabilidad del sistema a través del tiempo, en el largo plazo, como la neuroestructura”, precisó el cibernetista. Además de presidente, el comitente era médico. Control en ese sentido no es dominación, sino diseminación a las bases implicadas. Se entendieron desde el vamos Salvador Allende y Stafford Beer. 

Londres, 2016 / Santiago 1971 

Utopía y Diseño fue el llamado de la 1ª Bienal de Diseño británica, al que 37 países respondieron con envíos oficiales en septiembre. “La muestra de Chile presenta una de las historias contemporáneas más intrigantes; la sala de operaciones parece de ciencia ficción”, dijo en The Guardian Oliver Wainwright. Otros medios exaltaron al CyberSyn como precursor de las smart-cities de hoy. Rodeados de tres pantallas con consolas de datafeed, dos pantallas algedónicas y un display de animación en un espacio poligonal de unos 50 metros cuadrados alfombrado en marrón, se dispusieron en círculo siete sillones giratorios de poliéster blanco, con sus sectores mullidos color naranja y apoyabrazos que de un lado tienen un cenicero y, del otro, un panel de control: 10 teclas con íconos distribuídas en 3 líneas. El espacio podrá remitir al living aéreo de los Supersónicos o dar Star Trek, pero The Contraculture Room –como llamaron a su recreación de la sala de operaciones (Opsroom) del CyberSyn los arquitectos Andrés Briceño y Tomás Vivanco, de Fab Lab Santiago–, no apuesta al revival retrofuturista ni cerca. Busca narrar un capítulo central de una gesta infelizmente perdida, provocar un reseteo para dimensionar aquel pasado. Por eso contracultura, algo que tuvo (y cuánto) la experiencia de la Unidad Popular. 

Así, a 45 años de su creación en 1971, la reconstrucción simbólica de la mayor innovación tecnológica de América y quizá del globo (¡gobernar desde la economía con cibernética!), pone en valor un episodio anticipatorio por más de dos décadas a casi todas las vertientes de la innovación: en 1971, en Chile se hablaba de redes como si nada. La experiencia, que debería marcar un grado previo a la utopía (al fin y al cabo, se realizó), fue abortada dos años después junto al proyecto de una sociedad más justa que gestionaba el primer gobierno socialista votado del continente. Hasta bien entrado el SXXI, el CyberSyn estuvo a punto de convertirse en fósil de la historiografía contemporánea, tan poco atenta a la cultura material. 

Apenas conocido en el mundo por personas vinculadas a la historia del diseño, de la cibernética y/o la tecnología, el nombre CyberSyn deriva del acrónimo en inglés de sinergía + cibernética. En español, al proyecto también se lo divulgó en su momento como Synco (sistema de información y control), nombre que posiblemente recuerden los lectores de la novela homónima del chileno Jorge Baradit, de 2008: un delirete de ciencia ficción que invierte el curso de la historia transandina. 

Ubicada la Opsroom en un depósito en desuso de la revista Readers Digest, en un primer piso del centro de Santiago, la red operaba a través de télex, que estaban fuera de la sala, detrás de los tabiques terciados que le daban la forma polygonal al recinto. Así, a las 4 de la tarde de un día, Salvador Allende sabía todo lo que había pasado el anterior. Los informes llegaban desde las mismas empresas a Santiago a partir de las 2 de la mañana: a través de las tarjetas perforadas de los télex pasaban a una cinta magnética. A las 6 AM se ingresaban a un software que permitía detectar tendencias y elaborar estadísticas. A las 11 AM salía un informe diario para los ministros quienes, a través de un proceso manual lo acercaban al presidente. Era lo más próximo al real time, con un desfasaje de casi 24 horas. 

La Plata 2016 / Santiago 1971 

Despunta diciembre con los tilos a pleno y la calle huele exquisita, sobre todo en las vías principales de la única ciudad prediseñada del siglo XIX. Que el diseñador y teórico alemán Gui Bonsiepe viva aquí –con estadías que alterna en Brasil–, hace pensar en la propia trama que desanda su camino de trabajo, estudios, docencia, producción escrita y, en fin, su biografía de saludables 82 años entre centro y periferia, cruzada por la reflexión en torno a la autonomía y la globalización y aquello que tracciona en su itinerario: el proyecto, su causa.

Digno representante de la HfG/ Escuela de Diseño de Ulm (1953-1968), hace seis décadas que Bonsiepe actualiza una trayectoria fiel a aquel ideario disciplinar, que nació con un doble objetivo al fin de la Segunda Guerra: reconstruir moralmente a una sociedad devastada por el nazismo e incorporar la dimensión científica al diseño de todo aquello que demandara la vida cotidiana. Luego de que los nazis truncaran la experiencia de la Bauhaus (1919-1933), Ulm encarnó en Alemania el segundo modelo pedagógico del siglo XX para el diseño y un bastión de pensamiento progresista. 

A poco de egresar y ya docente allí, los años 60 lo trajeron hasta Latinoamérica, incentivado por su ex profesor y amigo de vida Tomás Maldonado. Aunque había hecho escalas sociales y profesionales en Brasil y Argentina, un puesto del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo marcó en Chile el primer destino con residencia: de 1968 hasta el 73. 

Justamente, Gui Bonsiepe acaba de publicar Del archipiélago de proyectos / diseño industrial en Chile (1971-1973), un libro de formato pequeño que, en 120 páginas, compila los 15 proyectos realizados mientras integró el área de diseño industrial del INTEC (Comité de Investigaciones Tecnológicas), creado apenas asumió Salvador Allende. Así, junto al desarrollo de un dosificador y envase de leche en polvo (para que las 800.000 familias que recibían esa asistencia pudieran tomarla de forma nutricionalmente adecuada), el conjunto de muebles para viviendas sociales; una caja apilable para el transporte de pescado y un tocadiscos portátil para el consumo popular, entre otros proyectos, el libro también explica medularmente el funcionamiento y las partes del CyberSyn desde la interface Opsroom o sala de operaciones. 

Es curioso, aunque entendible, que no existieran por escrito los requerimientos y condicionantes para armar la sala. “En este aspecto, el proceso proyectual infringió la regla básica de la ciencia de los sistemas”, dice riguroso. Eran todos pedidos presenciales. No fue nada fácil, contará Bonsiepe, y hasta reconocerá que los primeros bocetos fueron llanamente descartados. Tan digitalizados vivimos que cuesta creer el trabajo que requería el material visual: “Era producido artesanalmente, se usaban cartones coloreados y letrógrafos para los textos, que luego eran fotografiados para hacer diapositivas, los negativos se pintaban”. Entre la entrada de datos y la diapo lista, se necesitaba un día. Lo curioso es que “aunque esa implementación del diseño de la información está técnicamente superada, nada cambió en la problemática de representación para la compresión y visualización de datos económicos complejos”, asegura.

Acerca del desafío, cuenta Bonsiepe que antes de convocarlo, el ingeniero Fernando Flores (mentor general del proyecto, fue él quien contrató a Beer; presidente de la CORFO / Corporación de Fomento que nucleaba a todas las empresas chilenas y luego Ministro de Economía) fue a verlo. Tiempo después, ya trabajando en el CyberSyn, le dijo: “Mira Gui, cuando llegué a tu casa tenía una gran desconfianza. ¿Por qué?, le pregunté. Porque no tenía una idea positiva de los arquitectos y diseñadores: los consideraba confucionistas y viendo tu biblioteca detecté un libro de Stafford Beer. Sólo dos personas en Chile conocían el libro y a Beer: vos eras uno. Eso me generó confianza, un diseñador que lee a Beer no puede ser confucionista”, cuenta y se ríe. En la anécdota, Bonsiepe detecta un puente a Ulm: “En los ‘50 teníamos clases de cibernética y de teoría de sistemas. Si hoy existiera Ulm, habría clases de neurociencias”. 

Se le agradece a Bonsiepe poder entender esta proeza científico proyectual en detalle y síntesis (complejo de reproducir aquí, sepan disculpar lectorxs). Es que en su nuevo libro están, desde la propuesta central y el detalle constructivo y de funcionamiento de los elementos físicos hasta la síntesis teórica del Teorema de la variedad requerida. 

“Esto es lo menos que puede hacerse: una colección mínima, libros compactos que se pueden transportar, llevar puestos. Es divulgación, incluso para un público general que no es del diseño. Porque éste es uno de los dramas de nuestra área: estamos en un punto neurálgico de la vida cotidiana, la de concebir los artefactos e interfaces que nos rodean y hay muy poca gente que toma conciencia de este fenómeno; por ejemplo la temática del proyecto es la gran ausente en la filosofía”, dispara, siempre crítico. 

¿Por qué?

–Nos hay libros que hablen de la civilización moderna tecnológica e industrial en que el diseño tenga su lugar. Tenemos una valoración del diseño muy aislada y acotada, que habla de la sillas, las lámparas y alguna otra cosita, con eso no llegamos demasiado lejos... es muy efímero ¿Quién desde la ciencia enfoca al diseño? Tampoco desde la filosofía, que avanzó desde la estética hasta el arte pero no tiene un andamiaje teórico conceptual que se haya acercado al diseño, al proyecto. Esto ha llevado a grandes confusiones del siglo XX como, por ejemplo, borrar la diferencia entre arte y diseño, o pensar que el diseño tiene que ver con la creatividad .

Para el teórico, el rescate de este tema tiene que ver con el auge del Big Data y es mérito de la tesis que la historiadora de la informática Eden Medina publicó en 2011. Como parte de este argumento, siempre documentado y atento a la circulación global de ediciones temáticas, desenfunda un ejemplar de la revista The New Yorker de 2014, con el artículo “La Máquina de Planear - Proyecto Cybersyn y el origen de la Nación Big Data”, “un término que no existía en aquel tiempo, hoy central en la agenda”, observa. 

Pensativo, reconoce que recién a mediados de los 80 él pudo dimensionar la importancia del CyberSyn. “Hubo un programa sociopolítico, socioeconómico. Fue una rarísima coincidencia que pocas veces se da en la historia que tecnología, industria-ciencia y un objetivo social amplio se junten en esta intersección. Fue un diseño para satisfacer necesidades mayoritarias, nada que ver con populismo, que se jugó por la incorporación de la ciencia y, desde el punto de vista macro, por reducir la dependencia tecnológico industrial. Fue muy utópico, muy ambicioso. Y muy solitario. No por casualidad la respuesta fue un golpe militar, el primero de la región, con una sangrienta dictadura de 17 años”.

En su libro, el fragmento dedicado al proyecto concluye así: “Hoy Synco constituye un capítulo en la historia de la tecnología en América latina en un campo cubierto de ruinas y tumbas de intentos de autonomía”. Aún así, en el documental que acompañó el envío chileno a Londres, su testimonio cierra optimista: “La experiencia chilena quebró el paradigma hegemónico. En un contexto histórico más amplio, esto muestra que es posible hacer cosas nuevas en la periferia. Es posible”.

Gui Bonsiepe
Opsroom Cybersyn