No es difícil explicar lo que es Infernales, el nuevo libro de Laura Ramos: una extensa y documentadísima biografía de lxs hermanxs Brontë, escrita a lo largo de diez años a partir de innumerables fuentes (cartas, diarios íntimos, testimonios, otras biografías) y después de tres viajes a Haworth, el pueblo de Inglaterra en el que lxs Brontë produjeron toda su obra hacia mediados del siglo XIX y del que apenas salieron. Pero a la vez toda esa información no dice nada sobre el libro, o no da la clave de su particularidad, aquello que lo vuelve un fenómeno extrañísimo en el campo literario argentino de esta década: que no solo se lo puede leer como una novela donde el gran suspenso reside en saber de qué modo Charlotte, Branwell, Emily y Anne se convertirán en escritorxs (solo para lxs que temblamos con la literatura puede ser esa intriga fuente de semejante tensión), sino que esa novela pertenece casi por entero al siglo al que refiere, y al mismo tiempo no. Porque Infernales brilla como un objeto anacrónico, casi un OVNI, escrito en el lenguaje de otra época y desentendiéndose por completo de la agenda del pensamiento contemporáneo (especialmente el feminismo). 

Laura Ramos leyó lo que había que leer respecto a lxs Brontë (desde el marxista Terry Eagleton hasta Virginia Woolf y Muriel Spark) y luego se salteó los últimos 150 años para discutir directamente con la versión de Elizabeth Gaskell, biógrafa de Charlotte que la conoció poco antes de su muerte y escribió bajo el influjo de su voluntad final: la de ofrecer una imagen redentora de la familia donde el hermano no existía como autor y las hermanas se habían hecho escritoras casi sin quererlo. A partir del libro de Gaskell, publicado en 1857, la existencia de novelas como Cumbres borrascosas o La inquilina de Wildfell Hall -historias de pasiones rabiosas, de mujeres adelantadas a la época que abandonan a un marido maltratador o de amantes vengadores que prefieren convertirse en fantasmas antes que separarse- resulta incomprensible. Pero no tanto en Infernales, donde los universos de ficción creados por los cuatro hermanos prácticamente desde la infancia y cargados de traiciones, adulterios, mentiras, pasiones inmorales y arrebatadas, se cuentan en contrapunto con las existencias aparentemente más serenas de los hijos de un párroco de pueblo.

A Branwell, Charlotte, Emily y Anne se los puede ver conversando sobre las historias que imaginaban en la cocina, al calor del fuego, mientras al otro lado de las ventanas ruge el viento, el mismo que se colaba por las rendijas en sus novelas situadas en el ambiente rural y algo salvaje de Yorkshire. Porque Ramos no los desprende de las condiciones materiales de su época ni de una sensibilidad particular gestada a la sombra de la literatura gótica, el romanticismo y la muerte: la muy prematura de la madre, la de las hermanas mayores, Mary y Elizabeth, fallecidas a los nueve y diez, y luego, en cascada, la de lxs cuatro hermanxs escritorxs. Infernales consigna de qué modo las hermanas se hicieron escritoras, e incluso las más famosas de su época, justo antes de morir (mientras que Branwell se circunscribió a la poesía y llegó a publicar apenas algunos poemas en periódicos de la zona). Pero el proceso no fue fluido sino que se dio a través de dramas familiares, ocultamientos y múltiples desobediencias: hacia el padre que las quería institutrices o damas de compañía, hacia la tía que les legó un dinero que debía servir para instalar una escuela y ellas usaron para financiar su primer libro. Hacia una sociedad comandada por varones, también, que habló por boca de sus críticos y editores para sugerirles que mejor se dedicaran a las labores domésticas, o que en lugar de producir esos relatos que muchos consideraron de mal gusto (especialmente Cumbres borrascosas, por violenta e impía) leyeran a la más sobria Jane Austen. Desobediencia también fue la osadía de Charlotte Brontë, que contra todo consejo optó por presentar en Jane Eyre a la primera heroína fea de la historia. Y algo de ese desacato tiene su eco en la elección de Laura Ramos por la biografía de lxs hermanxs Brontë, ella que es hija de Jorge Abelardo Ramos, fundador de la izquierda nacional en Argentina y el mismo que le pidió antes de morir que visitara el escritorio donde Marx escribió El Capital, en el Museo Británico. Ella, en cambio, se escapó a Haworth a mirar los vestidos de Charlotte Brontë, el sillón donde supuestamente había muerto Emily, y luego se hundió de lleno en el siglo XIX para escribir una biografía a la que considera también (así lo explica en el epílogo de Infernales) un parricidio.

Es muy impresionante el trabajo de escribir una biografía colectiva que se adivina detrás de tu libro. ¿Cómo fue ese proceso y por qué sentiste que había que narrar a los Brontë como conjunto?

-En un principio quise escribir sobre Branwell, porque me llamó la atención la figura de la exclusión. Después, al saber más sobre él, me gustó la idea del fracaso, del artista fracasado. Cuando leí su obra me atrajo todavía más porque, teniendo en cuenta que son poemas narrativos sin revisar ni corregir, y la edad en que fue escrita, es una obra muy ambiciosa y en ocasiones hasta hermosa. Al investigar más descubrí que no era un poeta fracasado, que había logrado construir una obra y una pequeña parte de esa obra se había publicado en periódicos de Yorkshire, al noroeste de Inglaterra. Su figura era más compleja de lo que parecía y en tal caso había que observarla en relación a la de Charlotte. A su vez, Emily fue la más genial de la hermandad, y al principio eran seis. Así que decidí escribir sobre las relaciones entre los hermanos. 

Branwell parece una especie de figura trágica que, quizá por tomarse el romanticismo de modo demasiado literal, se malogró como escritor. ¿Por qué te pareció importante completar el cuadro con esa figura?

-Porque por una cuestión de linaje siempre me atrajeron los fracasados, los excluidos, las causas perdidas. Las tres Brontë también tienen esa cualidad vistas desde afuera. Pero en las políticas internas familiares Branwell jugó el papel del excluido, al menos hacia el final. En el principio, por las características de la cultura victoriana, fue el elegido, el preferido, el más dotado, el genio prometedor de la familia. Luego las miles de aventuras y comedias, y sobre todo tragedias por las que pasaron los hermanos, barajaron las cartas de nuevo y eso cambió.

Una decisión en Infernales que lo acerca a la literatura y hace que pueda leerse como una novela es el énfasis en los detalles, que van tramando una vida material muy palpable. ¿Cómo pensaste este aspecto del libro? Muy alejado, por otra parte, del despliegue conceptual del discurso académico.

-Escribí siguiendo las instrucciones, al pie de la letra, de mi capricho. Hay una biógrafa inglesa, Juliet Barker, que escribió un volumen de más de mil páginas que se lleva un tercio contando las políticas internas de la Iglesia de Haworth y las luchas y negociaciones del párroco Brontë para mantener su puesto, para darte una idea de su rigurosidad. Ahí donde ella lleva una información sobre las cartas de amor del profesor de Retórica de Emily y Charlotte, yo agrando la tipografía y lo pongo en el centro, para hacer de esas cartas un motivo que luego volverá y tendrá sus consecuencias a lo largo del libro. Mi biografía, sin perder su rigurosidad ni sus más de setecientas notas, puede parecer una novela porque la vida de la hermandad Brontë es tan rica y llena de acontecimientos dramáticos como cualquiera de sus novelas. 

Me hace acordar a esa afirmación de Proust de que la única vida verdadera es la literatura. Es una idea muy potente tratándose de vidas que podrían considerarse opacas, recluidas, y que en tu libro en cambio aparecen riquísimas, llenas de vitalidad, hasta turbulentas.

-La vida imaginaria de las hermanas es su verdadera vida, esa parece ser la regla que las rige. En Emily absolutamente, de principio a fin. Cuando se va con Anne de viaje a York, a muy pocas horas de Haworth, por tres días, el único viaje de placer que Emily hizo en su vida, se van como personajes de Gondal (un reino ficcional que habían inventado los hermanos en sus textos de juventud). En el tren, en la ciudad, juegan sus papeles. Es algo asombroso además porque son dos jóvenes maduras, de más de veinte.

En tu libro hay una identificación con el estilo de los Brontë y el lenguaje de su época. Es una escritura anacrónica en cierta forma, y quizás es lo que genera ese efecto hipnótico de estar leyendo las biografías en un universo que está muy cerca de las ficciones brontianas. Me gustaría saber cómo te funciona esta identificación con la escritura de las Brontë. 

-Porque yo pienso así. Cuando era chica hablaba así. Mis padres y mi hermano se reían pero hablaba como los personajes de las novelas que me gustaban, porque mi mundo interior siempre fue más poderoso para mí que el exterior. Por eso siento que escribí mi biografía, porque es una biografía del deseo, hay una vampirización de mi parte. Soy un vampiro de esas vidas que me fascinan. Me fascina su escenario, sus ropas, sus rezos y blasfemias, siempre quise ser ellas. No me importa el sufrimiento ni el frío ni la nieve; quiero, quise siempre, habitar ese mundo. Esta biografía me lo posibilitó. Yo escribo con pluma y tintero (no escribí Infernales así, pero a veces escribo), mi lugar de trabajo es una cabaña revestida en una madera finita sacada de un desván de una casa vieja a punto de ser demolida, prendo la salamandra, uso mantitas de lana, estoy en completa mimetización con el arquetipo de mujer del siglo diecinueve. Podría ser Eduardita Mansilla si ella hubiera sido pobre.

¿Y en qué momento de tu vida te acercaste a novelas como Jane Eyre o Cumbres borrascosas? ¿Qué recuerdo tenés del impacto de esas lecturas? ¿Hay algo del esfuerzo de las Brontë por convertirse en escritoras siendo mujeres que resuene en tu propia experiencia?

-Jane Eyre lo leí de púber, no sé si a los nueve o a los once. Prefería Mujercitas y las novelas de Walter Scott, justamente el autor favorito de los Brontë siendo niños, La montaña mágica, todo Thomas Mann, Balzac; soy fanática de Balzac. Pero cuando leí Cumbres Borrascosas entendí que estaba leyendo algo majestuoso, del orden de lo infernal o celestial, una novela estructurada extraordinariamente, con narradores tipo caja rusa. Y volví a Jane Eyre, leí una traducción del original, no el que había leído abreviado cuando era chica, y caí bajo el embrujo de las Brontë. Anne cerró el círculo, era mi mundo. El esfuerzo de ellas siendo escritoras es monumental. Fueron las primeras feministas viscerales porque ponen el cuerpo. Porque decidieron no casarse y vivir de su trabajo. Solo tenían dos opciones: ser institutrices o damas de compañía. Ellas odiaban enseñar y odiaban a las damas de clase alta, Emily por ejemplo no soportaba tener relación con otras personas fuera de su círculo familiar, de modo que no servían para ninguna de las dos profesiones posibles. Entonces, en una maniobra política perfecta, Charlotte logró que ella y Emily dejaran los puestos de institutriz que debían tomar y viajaran a Bruselas a perfeccionar su educación. Bruselas significó el amor enloquecido y enloquecedor y también la formación de excelencia. Volvieron escritoras. En cambio yo me hice periodista por error o por casualidad, lo único que soy es lectora. Soy una lectora maníaca, dependiente de la literatura o, más que de la literatura, del mundo irreal. Siempre estoy pensando en el libro que estoy leyendo, mientras transcurre la vida real. Me hice escritora para habitar mis mundos imaginarios. Durante siete años fui una Brontë y habité ese mundo.

En la misma línea, ¿por dónde pasó tu fascinación con el universo de los Brontë y el impulso para escribir Infernales?

-Creo que era el punto del tiempo y el lugar más distante de la Buenos Aires de los años setenta y los que siguieron, que no me gustaban. No me identificaba con la estética militante y revolucionaria y moderna que había en mi casa y en las ciudades que habitaba. Me gustaba Rosa Luxemburgo porque me gustaba esa época pero no mi realidad: las caminatas a Ezeiza a buscar a Perón, que hacía como un niño hijo de un cura que va a la iglesia, con esa naturalidad y fatalismo.

Es significativo también que en pleno auge del feminismo, tu libro cuente la historia más feminista posible y al mismo tiempo no cargue las tintas sobre el género. ¿Esto fue una decisión consciente?

-No hacía falta. Charlotte recibió cuatro propuestas de matrimonio, las rechazó y eligió trabajar de institutriz antes que casarse sin amor. Y no es que le faltara capacidad de amor, porque después de los descubrimientos de sus cartas de amor, encontradas rotas en pedazos en el papelero de su destinatario, y de otros descubrimientos, sabemos que era demencialmente enamoradiza. Charlotte creó a la primera heroína fea de la literatura, y esa fue una decisión política. Desafió a sus hermanas, les dijo “Van a ver si mi heroína lo es menos por no ser hermosa”. Todas las heroínas de los Brontë hasta el momento habían sido bellas, perfectas. Fue un gran desafío por parte de Charlotte: fue Jane Eyre, a pesar de que las adaptaciones cinematográficas insisten en poner actrices hermosas en el papel de Jane. Con respecto a Emily, que no soportaba estar lejos de su casa, la decisión de no casarse era una decisión política también. Ella parece no haberse enamorado de ningún hombre, hay un indicio de que pudo haber estado enamorada de una condiscípula. Ninguna de las tres hermanas dependió de un hombre. Más aún, mantuvieron a la familia, o ayudaron a hacerlo, desde que fueron adolescentes. El posterior casamiento de una de ellas, en un principio sin amor, en realidad reafirma su voluntad de experimentarlo todo en la vida, hasta el matrimonio y el sexo. Además las tres hermanas, cuando decidieron publicar, lo hicieron con seudónimos masculinos o andróginos, cada uno con la inicial de su nombre: Emily fue Ellis, Charlotte Currer y Anne Acton, con el apellido Bell. Así, fueron conocidas como los hermanos Bell. 

La tuya es una obra donde el límite entre autobiografía y biografías ajenas se desdibuja, pienso en La niña guerrera por ejemplo. Y donde también aparece la idea de estilo como expresión de una verdad, ya que en Diario íntimo de una niña anticuada te valés de distintos estilos para contar tu historia.  ¿Será que decir de manera directa no tiene tanto valor como nos acostumbramos a pensar, ni la biografía es un material transparente?

-Sos la única persona aparte de mí misma que puede ver como un todo a mis libros, incluyendo a Infernales. Quiero decir que veo lo que hice hasta el momento como algo fragmentado y solo ahora, con Infernales, siento que empecé a escribir mi autobiografía, en un sentido muy elíptico, claro. A tu reflexión le diría sí sí sí, en referencia a Diario íntimo de una niña anticuada, La niña guerrera e Infernales. Es verdad, no lo había visto de esa manera. Estoy escribiendo, por medio de la forma, o encubierta detrás del motivo, mi propia biografía. Me encanta la idea del estilo como expresión de una verdad, sí. No es lo mío la manera directa. Soy muy henryjamesiana para eso.