Tres meses y una semana después, acá estamos. Rodeadas de mística. El verde está de moda, escuchamos lo de siempre y también lo que nunca pensamos que podía pasar. Corrijo: lo que durante años imaginamos, queríamos que pasara y no llegaba. En estos tres meses y una semana atravesamos lo que de lejos parecía un desierto y, al pisarlo, resultó ser un mundo florecido de manos, sonrisas, voces amigas. A muchas no sólo no las conocíamos, directamente ni las sospechábamos; pero están. Entonces estamos todas. Durante años el movimiento de mujeres sostuvo en soledad, con más tozudez que apoyos, la bandera del derecho del aborto. Sin esa persistencia de años (trece, exactamente, de la Campaña), seis proyectos de despenalización ingresados en el Congreso y caídos a fuerza de ninguneo, perdido el estado parlamentario, un séptimo que ahora atraviesa todo el proceso legislativo como una carrera de postas; sin todo eso, imposible haber terminado el verano y comenzado el otoño como lo hicimos.

Después de años, alcanzó un cambio de estación para dejar en claro que, a veces, el mundo de la política partidaria está alejadísimo del pulso social. 

Se me disculpe el vicio periodístico tan común (tan vulgar, ya sé) de la primera persona, pero: en estas semanas de concurrir a las audiencias informativas de Diputados vi y escuché tantas cosas que el jueves, después de la última, después de tuitearla y pensar y escribir la nota y cerrar, oficialmente, la jornada laboral, no podía despegarme. La adrenalina alta en sangre es así. La obsesión también. Entonces repasé, y volví a observar lo que –hoy– es obvio: hasta enero, las voluntades políticas que entendían lo que pasaba por debajo de la superficie eran pocas. No sólo en noviembre del año pasado se escuchó el clásico “la sociedad no está preparada”, también a mediados de febrero de este año, cuando la Campaña se disponía a presentar en el Congreso por séptima vez un proyecto, voceros de Casa Rosada aclararon que “la legalización del aborto no es un tema que esté hoy en la agenda del Gobierno”. Y dos semanas después, ya sabemos: en la apertura de sesiones el presidente dijo que abría el juego; le siguió la sorpresa por el oportunismo que podía suponer, pero ganó la astucia de entender que la ventana de oportunidad era única y la había abierto el movimiento de mujeres. El éxito, finalmente, era que la política reclamara para sí la agenda de género.

La sociedad es un laboratorio de voluntades extraño. A veces no alcanza con que estén los ingredientes, el orden de los factores sí altera el producto. A veces, basta un fogonazo para iluminar lo que yacía ahí, a la espera, 

¿Puede un fragmento del mundo cambiar en tres meses? Puede. También puede pasar que se trate de abrir los ojos y dar el último empujón a algo que ya venía andando. Lo demuestran las fotos de estas semanas: la agenda de las mujeres (como había pasado el año pasado con la ley de paridad) salta barreras partidarias, y por tratarla, las diputadas de distintos bloques, que suelen mirar el universo desde lugares diametralmente opuestos, tejen complicidades y se vuelven –literalmente, en las audiencias– compañeras de banco. La agenda de las mujeres también es transversal, oh, en términos de género: no se sostiene solamente con la fuerza de las mujeres. Se dirá que es una obviedad, pero una cosa es decirlo y otra, observar que efectivamente está sucediendo. Sí, está sucediendo. 

¿Será que para muchos es moda? Tal vez, ¿y qué? Hay caminos que, una vez recorridos, no se deshacen. Y menos cuando el futuro está ahí mismo: la agenda de las mujeres es transversal en edades, pero el pañuelo verde recorre los días en mochilas de chicas y chicos que, además, estas semanas tomaron las calles y dieron debates también puertas adentro. La conciencia de que lo personal es político hoy en Argentina está radicalmente viva. ¿Qué otro nombre, sino, ponerle a lo que pasa en las casas, inclusive (especialmente) en las de diputados donde las hijas y convencen a padres y madres de la necesidad, la justicia de legalizar el aborto? 

Para algunos, estar de moda es malo, incómodo, una condena. Hay quienes reclaman patente. Como si la antigüedad o la exclusividad acreditaran valor de cambio. Pero cómo no celebrar los ingresos. A fin de cuentas la puerta se abrió para algo: para que lleguen voces nuevas, inclusive aquellas que –con sorpresa– desaprendieron y aprendieron todo de nuevo.

Y sin embargo no veo la hora de que la moda pase. Que sea obvia esta agenda de una vez. El piso, lo natural, lo cotidiano. ¿Lo veremos? Quién sabe. 

El verde está de moda. Hace tres meses y una semana nadie pensaba que íbamos a estar donde estamos hoy. Estamos juntas y nos ven, pero también nos vemos nosotras.

El oportunismo es nuestro. La alegría, también. Y eso no falla nunca.