Hablando de las de obras clásicas, Alexander Kluge dijo una vez que son materiales tan complejos que un director podría elegir una obra –una sola– para reversionarla durante toda su vida. Así, el espectador podría seguir las puestas de un mismo texto que un autor hiciera a los largo de los años. Kluge arriesgaba que nunca habría sensación de hartazgo si el autor seguía manteniendo una relación viva con el material, un diálogo siempre actualizado según contextos históricos y personales. Actualmente en el Teatro Nacional Cervantes Emilio García Wehbi presenta Tiestes y Atreo, una versión de la tragedia que Séneca escribió en el primer siglo de la era cristiana basada en el mito griego de dos hermanos en guerra de poder que termina con Atreo invitando a Tiestes a un banquete en el que le servirá –sin que este último lo sepa– la carne de sus hijos en estofado a modo de venganza última. No sólo asesina al hijo de su hermano sino que se los da para que el propio padre se los coma. Y se lo revela cuando ya terminaron el plato, con la última copa de vino: ésa es la mueca final. Pero si Séneca pone el acento en la venganza y el odio, Wehbi decide iluminar otro asunto: los padres se comen a los hijos; el pasado se come al futuro, lo devora, le impide existir. 

Es significativo que en esa misma sala donde antes de que Alejandro Tantanian asumiera la dirección del teatro se montaban obras clásicas que se desentendían por completo de la contemporaneidad, hoy se esté mostrando exactamente lo opuesto: una versión que actualiza de manera furiosa las preguntas de la obra sin faltar al corazón del mito, con una propuesta estética que pone en escena un elenco de todas mujeres (Analía Couceyro y Maricel Alvarez hacen de Tiestes y Atreo), una pandilla de niñas de lengua filosa mezcla de maras con azafatas retrofuturistas y una banda que hace covers de Tom Waits y Tindersticks entre otras referencias culturales.

En la imponente sala principal del Cervantes Wehbi se confirma como uno de los más hábiles puestistas del teatro argentino y también como uno de los más arriesgados, entendiendo el teatro como una máquina de sentidos que puede ser todo aquello que quiera ser. “En el caso de Tiestes y Atreo”, dice Wehbi, “desde el principio pensé en un material dividido en dos partes: una que hicera referencia específica a la tragedia senecana y otra que jugase por contraste con ella. Así surgió la idea de la primera parte en oposición a la idea de antigüedad griega; el pasado sucede en un futuro distópico, postapocalíptico, en el que los que de alguna manera gobiernan los niños”. 

En una escena contemporánea que cuenta sobre todo con autores de obras originales, Wehbi –quien en sus ultimos trabajos dirigió obras de Eurípides y de Shakespeare– se constituye como un artista que elije estar en permanente diálogo con otros autores y otras épocas. Y hay algo particular en la manera en la que se acerca como escritor y director a esos materiales. Lo que hace no es solamente trasladar las historias a contextos contemporáneos –a la manera del alemán Thomas Ostermeier que decide, por ejemplo, montar Hamlet dentro de una familia psuedo narco de los ‘90 con una Ofelia de Alplax platinada– sino que atraviesa los textos de manera exuberante con mútiples referencias, haciendo de la obra una gran fiesta donde el diálogo intelectual es promiscuo e irreverente. De esta manera, sus obras resultan casi ensayos visuales que despliegan múltiples voces, puntos de vista y estéticas para abordar un tema que se vuelve cada vez más ubicuo y complejo. Para la puesta en escena de la primera parte de la obra, en la que un grupo de niñas toman la escena como sobrevivientes de un mundo en decadencia, refugiadas en la televisión y sin miedo a nada, Wehbi tomó como referencia imágenes de Stalker de Tarkovsky, pero también fotos de Chernobyl mezcladas con el imaginario de cuentos infantiles y películas de monstruos. Para el texto de esa parte, se nutrió de lecturas que van desde La cruzada de los niños, de Marcel Schwob; República luminosa, de Andrés Barba; El gran cuaderno, de Agota Kristof, pasando por Donde viven lo monstruos, de Maurice Sendak. El resultado es una fábula de atmósfera inquietante que sin falta de humor habla de algo innombrable que no es ajeno, como los cuentos de monstruos que en realidad hablan de la oscuridad más próxima. En la segunda parte (“El banquete”) se presenta una versión más fiel al clásico, con ‘las hermanas’ Tiestes y Atreo en un comedor coronado por una versión bizarra y enorme de Saturno devorando a sus hijos de Goya. “De este modo –explica–, las palabras de los textos surgían de entre las ideas de puesta y las imágenes para la puesta. Y en el medio (ya que necesitaba un intervalo para cambiar la escenografía y detesto hacer salir al público de la sala) armé un número vivo de rap en donde se interpreta una versión en rima y muy ácida de Una modesta proposición de Johnatan Swift.” Ése resulta uno de los momentos más vitales y atractivos de la puesta, con Maricel Alvarez, Analía Couceyro y Carla Crespo como raperas con cadena de oro y pantalones Adidas y una de las niñas bailando mientras se canta esa sátira en la que el escritor de Los viajes de Gulliver propone comerse a los niños pobres para evitar que se conviertan en una carga para sus padres o para el país, y ser, en cambio, de provecho para la sociedad. Así, queda expuesto el dolor de la tragedia de Wehbi: son las generaciones mayores las que devoran a las nuevas generaciones; es la tradición la que quiere conservar el poder y silencia –o reprime– lo nuevo. 

El texto dice que en las guerras son los padres los que mandan a morir a los hijos, como una trampa que usa su coraje y juventud para hacerlos desaparecer con su utopía a cuestas. Uno podría pensar que al trabajar con obras clásicas, se genera indefectiblemente una línea histórica que subraya el mal humano como algo ineludible y constitutivo, presente desde el comienzo de los tiempos. Y una especie de pesimismo radical podría guiar la puesta. Sin embargo, Wehbi prefiere hablar de “utopismo negativo”: “El pesismismo radical no es propositivo ni productivo, por lo tanto suele ser cínico. En cambio, el utopismo negativo subraya el mal humano con la expectativa de generar un cambio. Se intenta una modificación. El utopismo negativo es vitalista. Hay una frase de Tahar Djaout que uso de guía: ‘Si hablas, mueres; si callas, mueres; habla entonces, y muere’.” u

Tiestes y Atreo va de jueves a domingo a las 20 en la sala María Guerrero del Teatro Cervantes, Libertad 815.