Una obra musical desplegada a partir de un texto de Dante Alighieri. No el poeta político de La Divina Comedia, sino el joven enamorado que antes, impetuoso y dolido, atropelló las convenciones del amor cortés en lo que se considera su primera obra, escrita entre 1292 y 1293. Así fue pensada La vita nuova, ese conjunto de sonetos, baladas y canciones sobre los que Nicola Piovani compuso una cantata para narrador, soprano y conjunto instrumental. Una experiencia que el compositor italiano considera, antes que nada, una lectura del poeta fiorentino. “En realidad lo que intento es poner en música mi recorrido como lector de Dante”, explica a PáginaI12 el músico italiano, que dirigirá su obra mañana a las 20.30 en el Teatro Coliseo (Marcelo T. De Alvear 1125), en el marco del ciclo de Nuova Harmonia. Al frente de la Orquesta Académica de Buenos Aires, Piovani contará además con la colaboración de la saxofonista Marina Cesari y el percusionista Ivan Gambibni, además de la soprano Valentina Varriale y el actor Oreste Valente. 

“Si en La Divina Comedia Dante nos habla de la humanidad terrenal, como el amor de Francesca y Paolo, mostrándonos al hombre y sus rostros infinitos, en La vita nuova nos cuenta sobre todo acerca de sí mismo y de su amor sideral y monomaníaco”, describe Piovani, compositor celebrado también por su trabajo para el cine, ámbito en el que entre otras cosas en 1998 ganó un Oscar por la música compuesta para La vida es bella, de Roberto Benigni. “La vita nuova es la obra de un hombre joven, muy joven, escrita con una estructura increíblemente libre, creativa y nueva. Ahí Dante nos revela cuál es su verdadero gran amor, más allá de la Beatriz imaginada e ‘inexistente’, y de las relaciones carnales eróticas, a veces mercenarias, que tuvo con las mujeres. El verdadero amor eterno de Dante fue, en mi opinión, el endecasílabo, la métrica perseguida, practicada y amada durante toda la vida”, sostiene Piovani. Y cuenta sobre la obra que se estrenó en Ravenna en 2015: “Desde esa idea trabajé con el mayor respeto por el verso de Dante. En la cantata La vita nuova los sonetos se recitan sobre un acompañamiento musical que marca la dinámica entre cuartetos y tercetos. En cambio las baladas y las canciones son cantadas”.

Piovani compuso música para películas de Federico Fellini, los hermanos Paolo y Vittorio Taviani, Mario Mnicelli, Marco Bellocchio, Giuseppe Tornatore, Nanni Moretti, Roberto Benigni, entre más de 130 columnas sonoras para el cine y otras para el teatro. También colaboró con grandes de la canción italiana de autor, como Fabrizio de André, con quien compartió discos que hoy son clásicos, como No al dinero, no al amor ni al cielo (1971) e Historia de un empleado (1973) y obras de cámara y sinfónicas. A los 72 años, el compositor asegura sentirse parte de esa tradición del artesano musical que a través nombres como los de Nino Rota, Angelo Lavagnino, Alessandro Cicognini y Ennio Morricone, trazaron un recorrido que en muchos sentidos continua el que comenzaron los compositores de la ópera. “Hice música en muchos contextos y de muchas maneras, pero diría que en la actualidad es el teatro la forma de comunicación que mejor puede representar y transmitir alguna reflexión profunda sobre el mundo, sobre el hombre, sobre el presente. El cine, que es una de mis grandes pasiones, ahora circula principalmente en video privado, ya sea en televisión, teléfonos o tablets, y esto inmediatamente me hace pensar en una atención interrumpida, distraída y contraída. El ritual teatral de la sala oscura, en silencio, que promueve la concentración durante una hora o más, es el que nos puede acercar al conocimiento artístico, al contacto humano significativo, a la vitalidad de la comunicación. Y, en particular, el teatro musical tiene muchos medios lingüísticos para conmover al corazón y estimular la razón”, analiza. 

–¿No teme que el éxito del cine, por ejemplo, fagocite su trabajo de compositor?

–Por el contrario, el trabajo para el cine, que está más expuesto, ha fomentado el conocimiento de mi música en general. El cine ha desempeñado un papel “publicitario” también para mis obras sinfónicas, de cámara y teatrales. Si no hubiera existido la visibilidad del cine, probablemente no hubiera podido presentar La vita nuova en Buenos Aires. Por supuesto, la mayoría del público me conoce por mi música para cine, sobre todo la de La vida es bella.

–¿Para usted qué es lo que distingue a la música para una película, de una para el teatro o para un concierto? 

–La relación lingüística con la complejidad: si escribo una cantata sinfónica, puedo, más bien debo, probar un lenguaje musical complejo, dedicado a un oyente que escucha atentamente en la oscuridad de un teatro, atento a los detalles. Es diferente si pienso en un espectador que escucha mi música a medida que pasan las imágenes, los actores juegan, los créditos se desplazan. Tengo la obligación de una mayor simplicidad de la escritura.

–Nino Rota decía que no él no hacía música para películas, sino que resolvía problemas cinematográficos a través de la música. ¿Se siente cerca de esta definición?

–Es una definición del músico artesano que me gusta mucho: frente a una película recién ensamblada, lo primero que hay que hacer es aportar para resolver con la música ciertos problemas narrativos que podrían no estar resueltos, algunas cuestiones que siempre quedan pendientes en cualquier esquema narrativo y que la música termina de redondear. 

Una de las más recientes producciones de Piovani se llama La música es peligrosa. Se trata de una especie de varieté musical que va trazando una historia de las rutas que lo llevaron a trabajar con personajes sin los cuales sería imposible contar la historia de la cultura italiana del Siglo XX, desde Fabrizio De André hasta Fellini, pasando por una infinidad de directores de diversas nacionalidades para cine, teatro y televisión. 

–¿Y qué sería lo “peligroso” de la música?

–Los gozosos peligros de los encuentros con la belleza, los encuentros profundos, los hedonísticos, los no superficiales ni consumistas. Esos momentos de la vida conllevan una cuota de peligro, de pérdida íntima, de certezas vacilantes, que son las emociones por las que vale la pena vivir. Enamorarse, por ejemplo.

–En este punto de su vida artística, ¿siente que ha alcanzado la libertad expresiva?

–La libertad es un logro cotidiano. Uno trabaja todos los días para liberarse del mercado, de los prejuicios, del deseo de complacer a todos, de la búsqueda de gratificaciones, de la pereza mental, del conformismo. Personalmente siento que la libertad expresiva tiene que ver  con un largo viaje que emprendí durante mucho tiempo, pero al que todavía le quedan trechos muy largos.