Antes de haberlo conocido personalmente, lo había visto a Luis en fotos. Recuerdo haberme topado con su figura cuando estaba escribiendo un ensayo sobre la historia de su referente, Carlos Mugica, y del mío, Marshall Meyer. Ahí lo pude reconocer en blanco y negro, jovencito, morocho y con una toga clara, mezclándose entre la muchedumbre que acompañaba al féretro del cura villero vilmente asesinado por la Triple A, a la salida de una parroquia. Unos años después me llamó por teléfono para invitarme a contarle a la gente de su iglesia de qué se trataba la experiencia religiosa judía. Que me haya llamado el propio Farinello era para mí todo un gesto de gratitud, desafío y compromiso. Y obviamente que iba a ir. Antes les conté a mis viejos que su hijo, un rabino recién ordenado, iría a hablar por primera vez a una iglesia. Sabía que no iba a ser de su agrado. Sin embargo, la de Farinello no les pareció tan mal. El encuentro resultó una experiencia mística inolvidable. Fue a partir de allí que se creó una corriente de afecto intensa. Con el tiempo, nos tocó caminar juntos en tantas manifestaciones, denunciando atrocidades e injusticias que se producían en nuestra sociedad. Colaboramos mutuamente en el mantenimiento de comedores populares que lamentablemente tuvieron que establecerse en este bendito país, producto de la falta de trabajo y de las aberrantes políticas distributivas. Acompañamos a familiares cuyos hijos desaparecieron o fueron asesinados por la ilegal ley del gatillo fácil. En algún momento llegamos a soñar juntos hasta en sumarnos a una opción política. Era un tipo con profundas creencias en un Dios que traza una senda y una misión. Hablaba de manera honda y simple. Y su mensaje conmovía. 

En marzo de 2007 tuvimos un amargo debate epistolar, porque Luis había decidido viajar a un simposio organizado por el gobierno de Ahmadinejad. No nos vimos más. 

Hace dos años lo encontré en la marcha del 24, apoyado en un farol de una vereda de Avenida de Mayo. Lo vi desmejorado y con una dificultad en el habla. Me abrazó solo como él lo sabía hacer y me dijo tres veces seguidas que me quería. 

Luis representó un período significativo en mi vida y en la de muchos argentinos. Elevo mi oración en su memoria, llevando su afecto en el recuerdo.

* Rabino.