–¿Por qué todavía hay que justificar la importancia de la ciencia básica? ¿Cómo superar esa falsa dicotomía respecto de las aplicadas?

A.K.: –Lamentablemente, algunas autoridades se agarran de una falsa concepción que plantea que se pueden promover las aplicaciones y la transferencia solo a través de la voluntad, sin tener en cuenta la demanda del sector productivo y estatal de bienes, servicios y productos de la ciencia. En este sentido, no somos los científicos los culpables de que no haya suficiente transferencia sino que es el sistema económico que plantea el modelo de país actual que, en este momento, prescinde de las investigaciones para generar valor agregado. En ese contexto, se produce un análisis erróneo respecto de una premisa conocida a nivel mundial: es necesario apoyar la ciencia básica porque es la única que, por su originalidad, puede proveernos no solo de bienes y servicios sino también de mentes preparadas y bien despiertas para resolver cualquier tipo de problema. El discurso, entonces, que propone financiar “ciencia útil” es una falacia en la medida en que solo sirve para promover la desconfianza social ante el trabajo de los científicos y para justificar el ajuste.

M.P.: –Adhiero, pienso que se utiliza como pretexto y no como argumento. La investigación es un proceso de largo plazo, de hecho, es prácticamente imposible que los científicos vayan a la solución aplicada de modo directo. En general, el camino es más aleatorio y mediado; no es posible diseñar una vacuna sin antes haber estudiado la anatomía y la fisiología del cuerpo humano. En el ámbito de las ciencias sociales ocurre lo mismo: es necesario conocer, por ejemplo, el modo en que se construyen las relaciones entre los adolescentes para luego definir políticas que prevengan el embarazo temprano, la violencia de género y el consumo abusivo de drogas. Si solo abordamos los conflictos a partir de sus productos las investigaciones se vuelven ineficientes y caras. El problema estructural es que la lógica cortoplacista del gobierno no permite comprender que los tiempos de la ciencia son otros. 

–Sin ir más lejos, su tesis de 1993 versó sobre el aborto como cuestión política. Recién hoy, por el contexto en que vivimos, adquiere una relevancia muy particular...

M.P.: –Tal cual. Hace 25 años no era un tema que estuviese en agenda y hoy se discute en el Congreso de una manera muy intensa. Tanto Alberto como yo fuimos a brindar nuestro granito de arena, mediante presentaciones que son el producto de investigaciones de largo aliento. 

–¿Argentina debería tener una ciencia planificada o se debe respetar la autonomía de los investigadores respecto a la elección de sus temas de interés? 

A.K.: –Depende, es posible tener iniciativas planificadas como Y-TEC (centro de investigación coparticipativo entre el Conicet e YPF) que implicó una inversión dirigida hacia un proyecto particular y, además, tuvo la virtud de arrastrar consigo otros beneficios. Ahora bien, pretender que los investigadores descubran la pólvora y se conviertan en emprendedores capaces de generar productos de manera constante es utópico.  

M.P.: –Aquí me parece oportuno aclarar que defender la autonomía de los investigadores no implica la elección de temas descontextualizados.  Es un ejercicio dialéctico en que el Estado debe financiar actividades puntuales bien identificadas y, por otra parte, también apoyar espacios de investigaciones escogidas con mayores grados de autonomía. Toda la ciencia no puede ser producto de la demanda porque uno nunca sabe hacia dónde irán las necesidades de la sociedad. 

–En la actualidad, se suele decir que la ciencia está “más política que nunca”. ¿Por qué?

A.K.: –La política es todo aquello que se vincula con tomar decisiones que afectan a la nación, gobernar y distribuir recursos. Desde aquí, si se bajan las retenciones a la minería y a la soja, se toma una decisión que afecta al financiamiento de otras áreas como la educación, la salud y la ciencia y la tecnología. Cualquier actividad humana que se realice de manera consciente se enfrenta con situaciones y problemas que se vinculan de modo directo con la política. 

–Me interesaban sus respuestas porque aún persisten los discursos que afirman su neutralidad. Como si en los laboratorios la ideología saliese por la ventana.

A.K.: –Existen valores “epistémicos” y “no epistémicos”. Los primeros tienen que ver con la búsqueda del conocimiento, la pretensión de verdad y la validez de ciertas situaciones hasta su refutación; mientras los otros se relacionan con la subjetividad, las creencias y la responsabilidad. Si un científico descubre un fenómeno que perjudica a las clases vulnerables tiene la responsabilidad de alertar sobre sus daños. Si bien la ciencia trata de ser objetiva –en cuanto a las conclusiones que extrae de sus estudios– sus resultados no pueden ser utilizados con neutralidad. A pesar de afirmar o no la neutralidad de la ciencia, quienes jamás seremos neutrales somos los científicos. 

–¿Por qué decidieron intervenir en la arena política cuando estaban cómodos con su realidad profesional?

M.P.: –Hace algunos años comencé a pensar la propuesta por tres razones: por el malestar, la incertidumbre del sector y el boicot mediático que ponía en duda la calidad de nuestros trabajos; porque creía en el futuro de las nuevas generaciones y sentía que tenía herramientas para aportar; y porque siempre me interesó la política. Estoy llegando a los cincuenta años y es un momento oportuno para dar una mano.

A.K.: –No considero que este paso como miembro del Directorio sea un beneficio para mi carrera profesional sino, más bien, lo siento como un deber público en un contexto adverso. Estoy ligado al grupo Ciencia y Técnica Argentina, y desde allí hemos tomado posición respecto a todos los problemas que, desde el cambio de gobierno, enfrenta el sistema científico y tecnológico. También debo confesar que el impulso de muchos colegas fue vital para lanzarme a esta elección y, para ser franco, no esperaba tantos votos.  

–Pero los han obtenido, siempre es positivo contar con tanta legitimidad. Por último, ¿cómo imaginan el Conicet de aquí a diez años? 

A.K.: –Resulta muy difícil hacer proyecciones. Debemos salvar al Conicet, de la misma manera que tenemos que proteger la educación y las universidades públicas. Me gusta pensar en un Conicet floreciente, que impulsa a los jóvenes y les brinda horizontes,  y paga salarios decentes. En la actualidad, tenemos subsidios de investigación cuyos montos fueron diseñados hace dos o tres años y que hoy en día causan vergüenza internacional. 

M.P.: –Imagino al Consejo como un navío que recupera su senda y su velocidad de crucero, con una política firme en ciencia y técnica. El objetivo es que el Conicet recupere su liderazgo y vamos a hacer todo para que así sea.