La necesidad de escribir estas líneas nace de haber oído la exposición sobre el aborto que diera, unas semanas atrás, el padre Pepe. Exposición  en la cual no encontré, ni encuentro ahora que lo escribo, coincidencia alguna con el querido y valioso sacerdote.

Es importante aclarar que no estoy a favor del aborto. Mis tres hijos, de madres diferentes los tres, son los tres embarazos en los cuales tuve un poco que ver. Digo “un poco” porque el hombre aporta eso, poco: un cincuenta por ciento mínimos de un trabajoso milagro que está hecho de mucho, muchísimo más que un cien por ciento. No estoy a favor del aborto porque mis principios se basan en una moral religiosa, de un catolicismo personal y reflexivo, acomodado a mi mirada del mundo, pero catolicismo al fin. Soy católico y no creo en el aborto. Pero claro, la sociedad hoy no está discutiendo el aborto, está discutiendo una ley de aborto. Una ley que ampare a las mujeres, maridos hijos y familia general que en torno a ella graviten, una ley que convierta en derecho la necesidad de decidir dar o no a luz, tener o no tener un hijo que no sea ha buscado o que por determinadas circunstancias personales no se desea. Y por supuesto que estoy enfáticamente de acuerdo con esa ley.

Y en esta diferencia me parece que está la principal patinada del sacerdote. Escuché su alegato varias veces y lo considero una disertación sobre lo moral o inmoral del aborto: del acto de abortar (disertación que es válida también, pero en el ámbito teológico o al menos religioso) y no sobre lo moral o inmoral de una ley de aborto. El padre Pepe no puede olvidar que es (que somos) católicos, y la relación de nuestra iglesia con las necesidades de la sociedad deja mucho que desear, al menos lo dejaba hasta que el Espíritu Santo entró en el cuerpo del cuestionable Bergoglio y lo convirtió en el maravilloso Francisco. De hecho poco hizo nuestra iglesia cuando el nazismo convirtió en ley un prejuicio racial y condenó a la muerte a millones de personas. Eso entre otras cosas.

Pero el cura condensó su posición moral (repito, sobre el aborto y no sobre una ley de aborto) en una formula errada, tan errada como la idea anterior de que el universo giraba en torno a la Tierra: Aborto=FMI. Argumentando que los ricos no quieren que nazcan más pobres, casi que desean que los pobres desaparezcan. Es exactamente lo contrario, de hecho que haya una sobrepoblación de desesperados es lo que les permite a todas las empresitas y corporaciones de toda índole desde la textil esclava de la primera dama a la mega IBM o Apple del nefasto fallecido Steve Jobs, tener un abastecimiento infinito de personas dispuestas a trabajar de lunes a lunes 15 horas por día por un salario de miseria. El único costo que las empresas bajan siempre sin límite alguno (excepto el que le ponemos los peronistas organizados y unidos) es el costo de la hora hombre (varón y mujer). 

Pongamos un ejemplo de ficción, imagínese padre: un pibe de veinte años llamado Julio, como mi hijo del medio, en edad y nombre. Tiene tres hermanitos chicos y como el padre trabaja en la construcción más o menos efectivo sin sufrir accidentes que lo dejen paralítico y logra, supongamos, parar la olla todos los días, Julio tiene que buscarse un trabajo que le permita soñar con la facu, con una carrera universitaria, supongamos medicina. Pero un día el papi viene contento y la vacuna a la mami y ella se da cuenta de que la quedó, así lo piensa ella: la quedé. Esa familia va a recibir la noticia del embarazo tardío de mamá como una catástrofe, como una mala noticia. Imaginen toda esa situación: padre y madre insomnes, culposos, sintiéndose estúpidos.

–¿Cómo pudo pasarme a los 45, Carlos?

–No sé, Miriam, qué se yo, tengo 44, tan viejos no estamos. Me quiero morir, negrita, me quiero morir.

La solución final (lamento a lo que esto suena) va a ser hablar que el pibe de 20 años, Julito, decirle que por ahora deje de soñar con medicina, y agarre la cuchara pero no la del jarabe y labure con el papi 15 horas por día para levantar la olla.

–Total, después podés hacer la facultad de noche o darla libre.

Yo laburé en la construcción mucho tiempo. Después de 10 horas (y casi nunca se trabaja solo 10 horas) con solo dormir, si la espalda te lo permite, te sentís satisfecho. Dormir de un tirón de las 11 de la noche a las 4 de la mañana. Claro, el pibe vive en La Matanza y desde que el Procrear se abortó sin que la Iglesia moviera un pelo, los únicos ladrillos que se apilan se apilan en Buenos Aires y son dos horas de ida más dos de vuelta. Mínimo.

Creo que la analogía correcta hoy es Iglesia Católica = FMI. La Iglesia Católica, a la cual pertenezco, o al menos pertenecía hasta la publicación de esta nota, al igual que las corporaciones, tiene siempre la preocupación de quedarse sin pobres, que son el 90 por ciento de sus fieles. Y ya que se ha dedicado por siglos a enseñar la religión de manera deplorable, chata. Repitiendo cuentos gastados, dogmatizándola más de lo teológicamente necesario, repitiendo, en la mayoría de los casos, sermones gastados y poco comprometidos, relatos como para niños bobos, infundiendo el miedo como virtud, y la indolencia como sensatez.  Convirtiendo los antiguos y valiosos pecados capitales de 9 a 7, restando siempre lo que no le convine. Sobando al poder, manteniendo a raya al pobre, confundiendo la mansedumbre de Cristo con sumisión. El cristianismo es una religión de acción, el pecado de omisión es uno de los peores pecados que un cristiano puede cometer, amén de los mortales, más vale. Pero la iglesia debería fomentar el gnosticismo como camino ineludible hacia una concepción personal e íntima de Cristo, tratando de hacer entender al pueblo que es necesario justamente “entender”, llegar al conocimiento y entonces al ver la cruz y a un flaco sufriente clavado en ella, no vea eso como un elemento de dolor y de tortura, Cristo en la cruz es la alegría del cristiano, porque eso es lo que Él nos dijo: esta, tu cruz es ahora Mi cruz: y es la puerta de la misericordia.

Una ley de aborto es una de las tantas otras puertas que debemos construir si queremos una sociedad más equitativa. Luchar por una ley de aborto es justamente luchar por la vida. Para que la mujer que esté en una situación que la hiciera pensar en que lo peor que pudo pasar en ese momento es el hecho de haber quedado embarazada. Para que pueda informarse, reflexionar acompañada de profesionales que la asistan y la contengan, también de un cura o rabino o lo que fuera que le dé su parecer, para que ella solita llegue al fin de cuentas a la decisión de abortar o no. Si fuera una amiga le diría, tenelo, loca, un hijo es un milagro, es lo más hermoso que te puede pasar, tenelo que yo te ayudo. Pero no todo el mundo tiene amigos como yo.

Disculpe querido padre, ya que yo lo respeto y admiro, pero es lo que pienso y creo que es mi deber de cristiano decir lo que pienso, escribir, en este caso, y ponerle mi firma. Si el aborto fuera el deseo de la clase dominante, si fuera así, estimado padre, habría sido legal hace muchos años ya. Si son ellos los que mandan, si son ellos los que siempre mandan, los que casi siempre ganan. Nosotros luchamos, recuerde padre Pepe al hermoso Angeleli, “con un oído en el pueblo, y otro en el evangelio”.