Nada más perimido en estos días que el mito de Penélope. La votación en la Cámara de Diputados tiene un archivo gigantesco de lenguas de argumentación irrefutable y retórica eficaz moviéndose en torno al aborto legal, seguro y gratuito. Ninguna espera es más activa, más fervorosa, más encendida por la unanimidad de la marcha del 4 de junio donde tanta agua no logró apagar tanto fuego. Mabel Bellucci siente que su libro Historia de una desobediencia, aborto y feminismo actúa hoy con más eficacia que cuando apareció por primera vez, en 2014. En cierto modo el libro en sí mismo es una larga marcha hacia la gesta de la Comisión por el derecho al Aborto. Internacionalista y federal, Historia de una desobediencia, en cada uno de sus borradores, fue puesto a prueba en el espacio Sexualidades del Instituto Guido Germani cuyos lectores  acercaron una sororidad más allá del género y son los coautores de esta memoria que parecía invisible.

¿Dónde está la memoria de los feminismo en los primeros años de la democracia, que en parte retoma tu libro?

–Creo que cuando nos reuníamos para hacer acciones colectivas estábamos recibiendo un resabio de los años 70. Yo me dedico a la genealogía y a veces me preguntan ¿esto lo estás inventando? Y no lo estoy inventando. En los '60 y '70 se hizo todo. Si ves los documentales del mayo francés, por ejemplo, las performances, las acciones, estaba todo ahí. 

Che, vamos a terminar diciendo como Jean Louis Godard a las jóvenes: “Nosotras inventamos hasta el jean ¿ustedes qué inventaron?” 

–La acción colectiva se pierde con el neoliberalismo que no es propio del menemato. Después cuando se abrió la universidad, cuando empezaron a funcionar las instituciones y se empiezan a incorporar mujeres, empieza también la etapa más neoliberal donde tenías que poner la firma, el sello, la institución y eso generó un debilitamiento de la memoria. Igualmente se podían hacer cosas autogestivas como Alfonsina, Brujas, Feminaria, publicaciones de una producción colectiva, autoconvocada. Eso se rompe cuando el Estado se abre y se astilla toda esa posibilidad de pensamiento colectivo.  Y si no hay pensamiento colectivo no hay memoria.

La tecnología, las redes, permiten una especie de memoria sincrónica pero menos genealógica. Podés recibir la experiencia de los feminismos del otro lado del planeta pero quizás se ignore quién era María Elena Oddone.

–Las redes te vuelven internacionalista y en ese sentido me apropio de la noción de globalización. La posibilidad de cruzar las fronteras.  Ni Escarapela ni Patria Grande. El pase a las instituciones evita la formación de archivos que son propios de esa experiencia colectivas y autogestionadas. Ni en la carrera de especialización en Estudios de la Mujer que es la primera que hay en el cono sur hay archivos. Cuando hicimos con Diana Maffia el seminario Feminismos en dictadura, yo la invité a Mirtha Henaut y cuando ella daba su testimonio, a veces yo la corregía. El testimonio te da el sabor de la cotidianeidad que no te puede dar un archivo pero hay que cruzarlos.  

Según la investigación de Alejandra Vassallo,  la condesa italiana Gabriella Christeller, fundadora del  Centro de Investigación y Conexiones sobre la Comunicación Hombre-Mujer, relación para la que se acuñó en un principio el término parejología, aplicada archivista de las novedades teóricas del feminismo internacional y en relación con  sus diversos colectivos,  y la cineasta María Luisa Bemberg  que había despuntado como feminista a través del guión de Crónica de una señora, ambas lectoras de El segundo sexo  en su lengua original, se asociaron  en 1970 para fundar UFA (Unión Feminista Argentina). Luego se sumaría, entre otras Nelly Bugallo, Leonor Calvera y María Elena Walsh.

A UFA se acercaron grupos de mujeres políticas como las pertenecientes al grupo Muchacha, del PST (Partido Socialista de los Trabajadores), que lograron incorporar algunas reivindicaciones feministas en el interior del partido y Nueva Mujer liderado por Mirta Henault, en su origen perteneciente al grupo Palabra Obrera. Estos cruces proteicos fueron interrupidos por la dictadura militar.

En tu libro la cuestión del aborto es el eje pero también una coartada para hacer una genealogía de los feminismos que actuaron aún en la dictadura ¿Cuáles fueron para vos los momentos de conflicto y los momentos fundantes de esos años?

–Un hecho fundante es el grupo de Política Sexual.   

Con Néstor Perlongher y que nucleaba disidentes sexuales, pedagogos piageteanos y feministas.

–Una coalición que nunca volvió a experimentarse. Ufa fue el grupo más sostenido y las que no eran del riñón tenían un activismo fuera.  Me acuerdo de una anécdota: la vez en que Martha Ferro se encuentra con María Luis Bemberg y ella le dice que en una reunión le habían robado un perfume. Y Martha le contesta: "¡Pero si éstas usan Polyana 55!" Esas tensiones estaban presentes. Había unas que eran feministas a secas y otras que tenían una doble pertenencia como Mirta Henault a quien en Ufa la consideraban guerrillera por ser trotskista. Ella llevaba toda la corresponsalía internacional de Palabra Obrera.

En tu libro hacés como una versión de izquierda de Victoria Ocampo y la revista Sur con su política de la traducción 

- Eso es lo que tenían los escritores altos:  manejaban varias lenguas y eso les permitía viajar y traducir. Cuando Milcíades Peña se suicida Mirta Henault y Regina Rosen (la mujer de Milcíades) toman la oficina. Y empiezan a revisar los materiales y entre ellos muchos feministas que venían en las revistas francesas e inglesas. Es que el troskismo siempre tuvo la peculiaridad de hacer alianzas con el feminismo y los grupos de disidencia sexual tanto en EEUU como en Francia. Entonces ellas empiezan a traducir y dicen vamos a hacer una editorial. Pero después no tienen un libro para publicar. Por eso sacan Las mujeres dicen basta de Mirta Henault, Peggy Morton e Isabel Larguía.  Pero ahí dentro de su trabajo titulado La mujer y los cambios sociales sólo alude al aborto entre los logros de los últimos años en términos de “los anticonceptivos son libres sin restricciones y el aborto es legal” mientras que Peggy Morton consideraba la anticoncepción y el aborto como medidas reformistas y por tanto conseguibles, ya que no amenazaban el sistema.

En 1974 Sara Torres y Néstor Perlongher hicieron una campaña por la derogación del decreto que prohibía la información y difusión de métodos anticonceptivos, a partir de lo cual se habían cerrado todos los centros asistenciales gratuitos de los hospitales. Entonces fueron a hablar con Nahuel Moreno y el tema fue tomado por el PST, si bien de manera muy marginal. Sarita siempre cuenta que Moreno destinó una habitación de un local en el Once para que se reuniera el Frente de Liberación Homosexual. En la puerta había un cartel que decía Prohibida la entrada.

–Pero el PST también financió publicaciones que fueron efímeras pero feministas como es el caso de Todas, que salía en una semi clandestinidad pero iba a los kioscos y dirigía Martha Ferro y donde participaban Sara Facio y María Elena Walsh.

En principio el aborto no es una reivindicación feminista .

–La demanda por el aborto es una demanda donde convergen todos los feminismos. Y fue un lema históricamente aunque aún no hubiera un constructo teórico. O sea que cualquiera lo levantaba pero no había un argumento de por qué abortar. Tengo la sospecha de que en los países anglosajones el punitivismo era muy grande: las mujeres cumplían treinta años de condena. En 1969 la justicia de Nueva York intimó a varias personas a comparecer ante un jurado del Bronx imputadas de proporcionar información sobre dónde obtener una práctica abortiva sin riesgos pero también hubo resistencia como el grupo Jane, Servicio de Consejería en Aborto para la liberación de las Mujeres que empezó como un grupo de derivación pero que luego hizo abortos, primero con médicos y luego hechos por sus mismas militantes luego de un entrenamiento. Los hacían en hoteles que contrataban. Después, sí, están las francesas con su “Manifiesto de las 343 salopes” que no eran sólo intelectuales. Yo siempre que activo el aborto en todos los lugares lo primero que digo es "yo aborté". 

No lo hacés en el libro.

–Pero muchas cosas que aparecen en el libro yo las experimenté. En 1999, en la CTA que es la segunda central obrera en Latinonamérica que tiene entre sus pautas programáticas el aborto legal, el “yo aborté” quedó impreso. Es una política de poner el cuerpo porque una cosa es explicar que las mujeres abortan y otra ponerlo en primera persona.  Porque cuando entrás con el cuerpo rompés todo. Yo siempre me presento diciendo “yo me hice tres abortos”. Así personifico la acción y la pongo más allá del reconocimiento jurídico y estatal. La primera persona es una tradición vieja del feminismo.

Durante el 2001 tuviste una gran participación en las asambleas y durante una entrevista me dijiste que para plantear un tema como el aborto había que esperar que sucediera en el marco de la Asamblea.  Textualmente: “Me parece que si se está abordando el tema del impacto de la deuda externa o la reforma electoral, que yo irrumpa con mi discurso viendo cómo puedo penetrar con el tema de la despenalización del aborto es, a mi entender, como seguir aparateando desde las formas más tradicionales”. Yo te planteé que  eso sonaba a la famosa cantilena de los partidos de que “hay prioridades”.

–Y yo te contesté que desde mi sentido común político no compartía las decisiones de muchas agrupaciones políticas, entre ellas el activismo feminista, de imponer temáticas cuando las condiciones aún no están maduras para abordar determinadas cuestiones, más que nada por las urgencias de recomponer una construcción colectiva. Pero después compañeras como Dora Coledesky o Martha Rosenberg lo instalaron en el debate y armamos una asamblea propia de aborto, aunque después me metí más en el tema de la disidencia sexual. Porque en un momento siento que no puedo activar sólo con mujeres. Y empiezo a hacerlo con Carlos Jáuregui y Marcelo Ferreyra, con compañeras del lesbo feminismo como Ilse Fucova y las de ATEM como Martha Fontenla y Magui Belloti que me vuelan la cabeza. Lohana Berkins transversalizó todos los movimientos y terminó siendo un personaje nacional. Y tuvo una mirada a futuro que pocas la tuvieron y activó por el aborto llevando carteles de “Yo aborté” y eso me parece totalmente revulsivo. Hoy busco una coalición en un movimiento por fuera del hétero feminismo ya que la heterosexualidad no es una elección sino una imposición. Estoy contra la masculinidad hegemónica, los debates binarios que presentan a los cuerpos homogéneos y no como territorios vivenciales y lugares de resistencias y deseos. Hace poco, durante un debate en el CCC llamado “Varones y Aborto. Decisión de ellxs. Conquista de Todxs”, algunas impugnamos la posición que sostiene que la principal protagonista en la práctica abortiva es la mujer heterosexual, sin incluir de pleno derecho a los varones trans, a las lesbianas y a las bisexuales como sujetos de aborto, de la experiencia y de la lucha, como cuerpos gestantes. 

Mabel Bellucci que prefiera llamarse “activista” a “militante” dice que “militó” su libro volviéndolo federal pero también una coartada para intercambiar experiencias fuera de los paraninfos, claustros y centros culturales que secan la savia de la acción. 

–Lo llevé a 18 ciudades, básicamente con las Socorristas en Red, a veces en las universidades; yo le compraba una tanda a la editorial y después me la llevaba. Y eso me provocó una tendinitis. El libro es porteñocentrista pero después empecé a abrir el abanico. Yo creo que me tomé un LSD vencido porque me iba a una plaza con las Socorristas, ponía el pañuelito en una plaza y se empezaba a acercar el mundo y sus alrededores y ahí veías como la ley de matrimonio igualitario había de alguna manera ingresado. No acuerdo con las instituciones burguesas. No acuerdo con la conyugalidad ni con la familia ni con el matrimonio. Son formas de sujeción y puedo decir que me equivoqué porque veo los efectos que ha tenido el matrimonio igualitario. Visibilizó algo que estaba muy en el closet. Más allá de que se casen o no se casen permitió una oxigenación que antes no estaba. Y a eso lo notaba cuando recorría las provincias invitando a conversar, más allá del aborto 

Eso suena muy cristiano para quien se puso de apodo La Virgen Roja. 

–Más bien propia de los movimientos libertarios, ácratas. Esa experiencia me dio muchos bríos. Y ya no me importaba el libro.  Me interesaba esa acción colectiva que sentía que en Buenos Aires ya la teníamos perdida. Ahora es el momento de abroquelar fuerzas pero recordando las luchas del feminismo abortero que es un feminismo totalmente invisibilizado por el feminismo hegemónico. Y de no soltar las banderas verdes.