“Trabajo fundamentalmente en los asentamientos en donde las mujeres no tienen opción. Por eso creo que no puedo atarme a mis creencias. Soy católica. Me he criado, me ha criado mi abuela rezando el rosario, pero este tiempo que ha transcurrido y el trabajo cotidiano me hace ver que no puede haber una cuestión de hipocresía, una cuestión de irresponsabilidad en donde no escuche a las miles de mujeres con las que hablo”, dijo, mientras la voz se le entrecortaba pero no de debilidad, porque cada vez era más firme, sino de pena, por algunas lágrimas, la diputada jujeña Alejandra Martínez (UCR). La presidenta de la Comisión de Familia, Mujer, Niñez y Adolescencia dirigió su intervención especialmente al interbloque que integra (y del que, horas después, un pequeño grupo de once representantes dieron a conocer un comunicado rechazando la legalización), y dijo a sus pares: “ni se imaginan lo que es ver a mujeres muy jóvenes que estaban y que ya no están. Que las visité en sus casas en algún momento y que me respondieran sus hermanos chiquitos ‘ya no está porque se pudrió por dentro’. Me gustaría que esté. No pudimos hacer nada. El Estado fracasó de la forma más espantosa. No estuvo ahí al lado. Lo que necesitaba esa chica era, sencillamente, tener acceso a un hospital. Es una realidad dramática que nos tiene que interpelar”. La intervención de Martínez, la última antes del cierre a cargo del presidente del plenario y de la comisión de Legislación General, Daniel Lipovetzky (“les pido que en estos días que nos quedan reflexionen, pensemos si Argentina hoy requiere mantener el status quo votado hace más de un siglo; creo que al final del día la mayoría vamos a coincidir en que no”), que a media tarde puso fin a una reunión tensa, con cruces duros y hasta un momento de gritos, cuando una presunta periodista se acercaba lo más posible al sector de diputados sosteniendo, entre sus manos, un muñequito de plástico que llamaba “el bebito”.

El sector donde se ubicaban los diputados antiderechos (un término que ofuscó ostensiblemente a la presidenta de la Comisión de Acción Social y Salud Pública, que reclamó “¿quién se pone en el lugar de decir quién es antiderechos y quién no? Todos estamos preocupados” por “nuestras mujeres”) estaba raleado. Los pocos presentes se dedicaron a intervenciones como la del diputado Javier Pretto (para quien “el debate no alcanzó la maduración necesaria”, aunque reclamó “proteger las dos vidas”), que habló y se retiró raudo, o la de Horacio Goicoechea, quien comenzó invocando a Deepak Chopra y señaló luego: “me han calificado, y lo asumo, como antiderechos”. En la misma línea, y con algún cruce con otras de sus pares, se encontraba Silvina Frana, quien aseguró: “no hace falta liberarlo al aborto, debería ser una práctica de excepción, de vida o muerte, no una práctica liberada. ¿Por qué no exigimos con la misma fuerza trabajar sobre la pobreza cuando se giraron 10 mil millones de dólares?”.

“El aborto es el último delito con estigmas de género, por eso tiene que ser derogado en este diálogo y esta democracia”, ratificó a su turno Araceli Ferreyra, quien señaló que acompañará el proyecto de dictamen propuesto aun cuando no apoye enteramente el articulado sobre objeción de conciencia, “porque eso siempre funcionó para obstaculizar”. A su turno, Mayra Mendoza definió con “importante que sigamos debatiendo, entendiendo que es una cuestión de salud pública y justicia social”, y se refirió especialmente a “aquellos diputados que manifestaron su posición en contra y hoy acompañan, entendiendo que legalizar no es promover”. “Entendieron lo que sienten las mujeres que deciden abortar y lo tienen que hacer, si no tienen poder adquisitivo para ir a una clínica privada, de manera también clandestina pero insegura”.

Cecilia Moreau, quien junto con Mendoza sobre el mediodía reclamó por la presencia de activistas antiderechos, munidos de muñequitos, en una reunión no abierta para público, señaló en su intervención que había llegado cuando Donda y Macha leían el proyecto consensuado, “que llevó días, consultamos con médicos, juristas”. “Cuando entré y estaban leyendo, sentí una tranquilidad de conciencia que me dejó en estado de alegría. Podemos, finalmente, después de haber buscado los consensos, decir lo que pensamos sin miedo, con fundamentos, con consistencia. Valió la pena el debate, el esfuerzo, las horas sin dormir, las discusiones”. Luego, agregó que le hubiese gustado que los opositores a la legalización presentaran también un proyecto y lo fundamentaran. Le gustaría, dijo que hubiera sido presentado, “leído y discutido con la misma honestidad intelectual con que nosotros pudimos a disposición nuestro dictamen. Las pibas que están mirando necesitan escuchar fundamentos, ideas. Pero necesitan saber también que hay quienes hoy no dan fundamentos, dicen que no a sus derechos, dicen que no ampliar sus derechos. Volvemos a decir educación sexual para decidir, aborto legal para no morir y anticonceptivos para no abortar”.