Noticias de medios y portales de Tierra del Fuego vienen señalando la torpeza (en el mejor de los casos) o lisa y llana traición a la Patria del gobierno macrista-radical. Hay artículos sobre pruebas misilísticas desde la base de la OTAN en Malvinas, apuntando hacia territorio fueguino. Y hay otros que especulan sobre el control que estarían ya ejerciendo, o por ejercer, los Estados Unidos y Gran Bretaña sobre las rutas marítimas en el Pasaje de Drake, estrecho que debiéramos llamar Luis Piedrabuena en homenaje a nuestro marino patriota, en lugar del corsario inglés. Y pasaje clave para el futuro comercio marítimo de portacontenedores gigantes de 300 o 400 mil toneladas de porte, cuando los actuales (de hasta 100 mil toneladas) ya no pasan por el Canal de Panamá. 

Es presumible que se produzcan feroces controversias entre Estados Unidos y sus aliados, de un lado, y Rusia y China del otro, por el control de las rutas marítimas en aguas del Atlántico Sur y el Mar Argentino, donde el archipiélago de Malvinas y la Tierra del Fuego jugarán un papel fundamental. Eso explica la enorme trascendencia del Tratado Antártico firmado en Washington en 1959, del que Argentina es uno de los 12 signatarios originales y cuyo próximo vencimiento desencadenará una puja territorial feroz.

Hay también artículos sobre la reciente visita a Buenos Aires del ministro de Relaciones Exteriores británico, Boris Johnson, quien durante la reunión de cancilleres del G-20 recibió insólitas garantías del canciller Jorge Faurie de que el gobierno de Macri reconocerá a Inglaterra el derecho de pescar en el mar argentino. Lo que, claramente, explicaría la reciente chupada de medias del jefe de Gabinete, Marcos Peña Braun Cantilo Menéndez, en Londres, agasajando a veteranos de la guerra de Malvinas... británicos.

Si a todo esto se le suman las tropas norteamericanas en Misiones y en la llamada “Triple Frontera”, más la dizque “base humanitaria” que acaba de instalarse en Neuquén, y el apoderamiento ilegal (porque va contra leyes sancionadas por el Congreso Nacional) de latifundios fronterizos en la Patagonia y también en el Este y Norte del país, más las adquisiciones sospechosamente fraudulentas de lanchas rápidas israelíes que son innecesarias e inútiles para ríos (y que en todo caso se podrían fabricar en competentes astilleros argentinos) es más que evidente que la Patria está en peligro, aunque pelafustanes colonizados descrean e ironicen.

Tanta pérdida de soberanía justificaría, y con creces, un juicio político al Presidente y por extensión a todo su gobierno. 

De esto último hablamos en Córdoba esta semana, en un acto multitudinario, al recordar –en el Sindicato de Luz y Fuerza que lideró hace medio siglo el recordado dirigente obrero Agustín Tosco– el significado del centenario de la Reforma Universitaria de junio de 1918, cuyo ideario se expandió por toda América Latina y nutrió al pueblo argentino en los años siguientes. Aquella revolución universitaria incidió en todos los aspectos de la realidad nacional y su mejor resultado se produjo cuando el presidente Juan Perón decretó, en 1949, la gratuidad de la enseñanza universitaria al crear la Universidad Obrera.

La previsible “celebración oficial” del macrismo y el radicalismo claudicante, y del peronismo cordobés neoliberalizado, será hipócrita y mentirosa. Sobre todo porque contrariando los principios libertarios y democratizadores que levantaron Deodoro Roca y otros jóvenes de aquella rebelde generación, estos tipos están lanzados a privatizar la universidad, acabar con la gratuidad, liquidar la educación pública e instalar una educación empresarial, privada, elitista, negada al pueblo y a los trabajadores. Lo confesó la gobernadora bonaerense sin vergüenza.

Parece mentira que muchos herederos de aquellas ideas se han convertido hoy en cajetillas de negocios privados y de la destrucción del Estado, al que achican a la par de las instituciones de la República. Lo cual será urgente corregir y recomponer, recordando que la Reforma Universitaria se hizo también contra el atropello y devastación de la oligarquía agraria, que hoy sigue intacta y más poderosa que nunca, y que defiende sus intereses desde el sistema multimedial que sostiene al gobierno macrista. La tierra es el gran tema desaparecido de la política argentina, el mayor engaño al pueblo porque han logrado invisibilizarla como tema político central de la república. 

Va a ser difícil derrotar en elecciones a este gobierno. Porque la oposición no está unida y el peronismo atomizado. Porque grandeza de espíritu no es lo que abunda y no hay radical que rompa lo que se dobló. Porque cierta izquierda volverá a confundir los ejes de su crítica. Porque estos tipos van a hacer fraude y necio el que lo niegue. Y porque el peor poder global, el FMI, la oligarquía terrateniente, las patotas judiciales, los “servicios” y los medios concentrados embarrarán la cancha con auxilio de débiles y corruptos.

Aunque cueste habrá que derrotarlos en las urnas en 2019. Y si el Congreso no traiciona la voluntad popular, puede apelarse constitucionalmente al juicio político. Para el que sobrarán razones si estos tipos disponen que las Fuerzas Armadas se involucren en tareas ilegales, reprobadas y prohibidas. Y además, como planteamos aquí el lunes pasado, hay otras razones: corrupción agravada, constante incumplimiento constitucional y ataque a las instituciones republicanas.

Para todo lo anterior El Manifiesto Argentino propone una Confluencia Nacional y Popular de partidos, colectivos, organizaciones, movimientos y agrupaciones, que se constituya en un tercer actor de la política argentina. Una corriente democrática y de base popular, nacional y latinoamericana, heredera del pronunciamiento popular del 17 de octubre de 1945 y también del junio cordobés de 1918. Y que se inscribe en la línea de los verdaderos padres fundadores de la Patria, que además de San Martín fueron Manuel Belgrano y Mariano Moreno, y también los padres de la democracia popular moderna: Hipólito Yrigoyen, Alfredo Palacios, Juan Domingo Perón, Raúl Alfonsín y Néstor y Cristina Kirchner.