Entre el acá y el allá hay un hueco. Es como esa desinteligencia entre los arquitectos de mesadas y los diseñadores de cocinas que hace que cada año se precipiten cubiertos y bocados de comida a un abismo insondable del que ya no podremos rescatarlos. ¿A dónde van todos los cuchillos perdidos? ¿Quién al correr la cocina no encontró alguna vez algo en esa nada absorbente, ese agujero negro que se traga hebillas, pelusas, botones, fósforos, encendedores, migas y trozos de cinta?

Ni tan estrecho para sellarlo, ni tan ancho para poder limpiarlo y extraer todo lo que cae en esa dimensión desconocida. El Purgatorio es así. El plano astral, le dicen. O el Umbral, como se lo conoce entre los espiritistas que siguen a Allan Kardec. Don Sinesio Darnell lo denominó la Interfase. "Kama Loka" es su curioso nombre hindú.

Hay que tener capacidades especiales para poder conversar con las almas que han quedado atrapadas ahí. No sé si las tengo. Pero el soñante sí. En la esquina de Catamarca y Cafferata hay dos de ellas. Se podría decir que viven allí, si no fuera porque las funciones vitales de ambas fueron interrumpidas bruscamente por el Estado.

Desde el 1º de abril de 1976 que no se sabe nada de ellos. La Negra figura en una base de datos como una estudiante de 67 años. El Pachi cumpliría sesenta y ocho. El soñante, ex vecino del edificio, los vio a los dos en un sueño. Tenían esa edad. Eran pareja. Acababan de salir al palier por una puerta que en la vigilia no existe. Era la puerta de la casa de ellos dos. Se quejaban de una mancha de humedad. Querían que su vecino fuese a verla. El soñante no entró. Sabía que él no tenía que entrar por esa puerta. Que si entraba, ya no saldría más.

Hay cosas imposibles que parecen simples. Filtrar un expediente. Los cuerpos de la causa llenan toda una habitación y los dos nombres saltan. Hay cosas simples que parecen imposibles. Rescatar lo caído entre la mesada y la cocina. O ponerme al día con la AFIP. Ni siquiera sé cómo se llama lo que tengo que hacer. Era algo de la clave fiscal.

Observo el edificio desde el bar de enfrente. Varias veces lo he observado. He notado que algunos transeúntes rodean la columna de base redonda que sostiene la caja del primer piso como una patita. No entran en el pasadizo diagonal junto a la ochava de la planta baja.

Algo ha de haber ahí. Hoy mismo el Pachi estaría festejando, con la Negra quizás, su sexagésimo octavo cumpleaños. Siento en el bar esa "súper buena onda" que sintió el soñante al llegar a su nuevo departamento. Hasta que algo le cayó como un alquitrán oscuro. Algo que a lo mejor puede limpiarse. Una pesadilla de la cual despertar.

Fue un 24 de abril. El soñante ya no se anima a volver acá.

Hoy es 24 de abril. No se sabe si el Pachi y la Negra eran pareja. Sí que los secuestraron el mismo día. Que los buscaban por esta zona, la de la Terminal de Ómnibus. Posiblemente una cita, pero entre compañeros. ¿Cayeron en la cita? No soy nada de ninguno de los dos. Es la tristeza de su interdimensional vecino la que me trae hasta esta esquina. Busco una cura para el soñante. Y memoria, verdad y justicia para ellos, así hayan creado su propia utopía inmaterial.

En este bar tienen tanta buena onda que me mudan de mesa el desayuno cuando oigo que la mujer que está charlando con una chica en la otra mesa es gestora. "Necesito desesperadamente su ayuda", le digo a modo presentación. La chica se va. Café con leche de por medio, le explico mi problema a la gestora, que ofrece sacarme un turno para el blanqueo de la clave fiscal. Me da además consejos de libro de autoayuda, completamente inútiles. Nunca más vuelvo a saber de ella.

Una mañana me levantaré y seré otra. Seré valiente. Seré mejor. Tendré en la mano el turno que me salvará de esperar. Pasaré ese umbral. Los enfrentaré. Sabré qué decir. Diré con voz firme: "Blanqueo de clave fiscal". Pero esa mañana nunca llega. No soy otra. Soy yo.

"Andá el lunes sí o sí", dijo una amiga a quien ahora odio. ¿Qué es lo peor que puede pasar? Si voy y me trabo. Si me maltratan. Si me enojo. Si llaman a la policía. Si termino como la Negra y el Pachi.

Para mí, el umbral de la AFIP es el del más allá. El domingo escribo mi testamento. Lo publico en Facebook. Son pocos renglones. Lego mi casa, mi gato y mis plantas a mi hermano Eduardo; mis libros y papeles, a mi sobrino Rufo. Tiren mis cenizas en la compostera que se encuentra en mi terraza, una maceta verde grande de 50x50, y tápenlas con tierra. En ceremonia, el 1º de agosto, mezclen todo ese compost con humus de lombriz y úsenlo para transplantar a macetas mayores, o en terreno si encuentran lugar, mi mandarino y mi Santa Rita roja. Díganle a mi madre que ofrezca al menos tres misas por la paz de mi alma. Listo. No es mucho lo que tengo. Tengo miedo. Tengo mucho miedo.

Me llegan consejos: no vayas sola. Tomate un Rivotril. Me llegan palabras de aliento que no me sirven de nada. Pienso en mi gato, en quién lo cuidará. Pienso en mi alma, si saldrá o si quedará atrapada. Atrapada eternamente en un lugar a donde no soporto la idea de entrar.

Un amigo que hace años que no veo me escribe por privado. Se llama Marcelo. Es contador. Me lo recuerda. Ofrece ayudarme. Lo llamo. Pronuncio las palabras mágicas: "¿Me sacás un turno en la AFIP?". Lo saca. Al toque. Me lo manda. En foto. Al teléfono. Pronuncia las dos palabras mágicas: "Vamos juntos". Agrega: "Te espero en la puerta. Dejame que hable yo". Me copia todas las coordenadas. Copio la dirección al bloc de notas del teléfono, para tenerla a mano. Quiero escribir "Cochabamba" y el corrector me corrige: "coche bomba".

Es el día. Una llamada inoportuna me hizo perder dos minutos. Llego corriendo desde el kiosco donde fotocopié el DNI, tras haber estudiado el mapa una vez más. Diviso a Marcelo desde la esquina. "Tranqui", dice Marcelo. "¡Pero llegamos dos minutos tarde!". "No pasa nada". Marcelo es un detective de novela negra con calma de cowboy curtido. Entra en ganador. Crea complicidad con cada uno de los ursos con mostrador delante que se van cruzando en nuestro camino. Para mí son los monstruosos guardianes del Averno y para él son nuestros semejantes, trabajadores como él, que sonríen levemente ante los comentarios que les va haciendo. Tiene un repertorio de noticias políticas frescas y chistes veloces que desparrama con gallardía de torero. "No sabés la plata que tiene. Trabaja nomás para no aburrirse", me presenta. "No digás eso que me van a cobrar más", digo y es el clavo que fija la credibilidad de lo que él acaba de inventar. No sé si le creyeron, pero veo que por las dudas el tipo que me toma los datos biométricos me trata con sumo respeto. Imprime la clave fiscal al instante. Casi arruino todo al creer que tengo que hacerle una pregunta, pero no hace falta. Ya está. Marcelo hace la V de la victoria desde lejos. Camino hasta él. Salimos a la vereda. "Sos un genio", le digo. "Ningún genio. Hago esto todos los días, así como vos escribís todos los días". Al fin entiendo la división del trabajo.

Posteo el párrafo anterior. Los mismos que me daban inútiles palabras de aliento ahora agradecen al héroe que me ha salvado la vida. Yo me imagino un universo alternativo donde los empleados de la AFIP son medicados si no logran producir un cuento como la gente.

Me da permiso el soñante para publicar su sueño. Pero no logro todavía imaginarme cómo sería el país que la Negra y el Pachi soñaron.