Los momentos en los que creí que mujer fuerte es la que puede sola. La que se la banca sin pedir ayuda. Es una especie de deformación de la idea emancipadora que creemos varias, y que nos deja, al final, cargando con nosotras mismas solas.

Me gusta saber que hay otras que asumen mis deseos como propios, que me acompañan en viajes, en obras de teatro, en separaciones, que me prestan el auto, la casa cuando necesité, que se aventuran a hacer las escenografías, los vestuarios, las luces de los proyectos que quiero, que me acompañan a dirigir, que dan mis clases cuando yo no puedo. Envalentonando, echando luz. Una asociación colectiva para materializar los deseos de cada una. Pero no como quien dice que la unión hace la fuerza. Más bien como saber que pude hacer algunas cosas en la vida porque otras estuvieron al lado.

El reflejo de soledad es grande, en mi caso, pero prefiero no poder sola. Sentirme fuerte abrazada a unas cuantas, como si la presencia de ellas me mostrara mi fuerza, algo que construyo sin dureza, sin músculos apretados, sin gimnasio. Una fuerza que está hecha de armar lazos que nos ponen a bailar a todas.

Muchas veces es el miedo el que nos mueve y, entonces, trazamos las estrategias que nos permitan poder. Claro que no está bueno irse de una fiesta o salir tarde de un ensayo preocupada por la seguridad de las amigas. Pero en el mensaje de texto de las madrugadas que confirma que llegamos bien circula entre líneas la decisión de no dejarnos paralizar. Vamos a salir, a tomar, a mover el cuerpo, a transpirar.

Formamos una red en la que vamos entre todas concretando los deseos de cada una para poder ir haciendo lo que queremos. Es el ejercicio político del amor diario, de la deconstrucción capitalista patriarcal que dicta que mejor solas, de sostenernos para no caernos, de poner hombro, palabra, cuerpo y laburo para que todo lo que nos den ganas pueda ser, para sabernos blandas y fuertes.

 

 *Actriz y directora de Amar amar amar. Sábados a las 20 en Abasto Social Club. Yatay 666. CABA.