“Este es un momento para todas las luchadoras y luchadores de América Latina marcado por el dolor. Pero un dolor que se transforma en resistencia.” Median entre estas palabras de la concejala brasileña Talíria Petrone y la muerte de su amiga y compañera política Marielle Franco, la incertidumbre de una muerte que carga tres meses de impunidad. “Hablar de Marielle Franco y de la realidad del Brasil es hablar de esa pareja indisociable que es el dolor y la resistencia.”

¿Cuál es esa resistencia?

–La que debe ser necesariamente latinoamericana, necesariamente feminista, antirracista, indígena, anticapitalista, anti lgbtti–fóbica. Y todo eso se une en lo que era Marielle.

Esta semana, partidos políticos, organizaciones sociales y de derechos humanos reclamaron el esclarecimiento del asesinato de la concejala del Partido Socialismo y Libertad (Psol), cometido el 14 de marzo. Policías y un dirigente del Partido Humanista de la Solidaridad son investigados por la que se considera una ejecución política en la que también murió Anderson Pedro Gomes, el conductor del auto en el que viajaba Marielle luego de participar en un encuentro de mujeres en el centro de Río de Janeiro. Lideresa feminista, lesbiana, madre soltera, socióloga, activista de derechos humanos en diversidad, nacida y criada en Maré, una de las favelas más pobres de Río, su muerte se produjo cuando iba a cumplirse un mes de la militarización de la ciudad ordenada por el presidente de facto, Michel Temer, y tras haber denunciado en las redes sociales los abusos cometidos por el 41° Batallón de la Policía Militar de Río de Janeiro en Acarí, uno de los territorios dominados por el narcotráfico e invisibilizado por el “Brasil del Orden y Progreso”. 

“Los asesinatos de Marielle Franco y de Anderson Pedro Gomes no son una estadística más en la violencia del Brasil –advierte Talíria–. Son un crimen político y es necesario que los ojos del mundo se vuelvan hacia esta realidad.”

¿Por qué quisieron silenciarla?

–Ella interpelaba a los sectores dominantes y denunció las violaciones del Estado en las favelas y los ataques contra el colectivo lgbtti. Desde un principio, cuando fuimos electas, las redes sociales fueron tomadas por mensajes como “merecés un disparo en el cuello”, “si te veo te pego”, “negra asquerosa volvé a la esclavitud”. Hubo un tipo que llamó durante siete horas a la sede del partido amenazándonos de muerte. Hay un avance del conservadurismo en Brasil y en el mundo, que instala una lógica de odio que hace de la ejecución de Marielle una amenaza a la democracia. Es una ejecución política independientemente de qué esfera del Estado haya dado la orden. Haber sido elegida, con sus características y en una capital brasileña, la quinta concejala con más votos, es un desplante a los privilegios. ¿Y encima una villerita va a denunciar al Estado? Aunque los autores hayan sido una milicia porque se sintieron amenazados, el crimen de odio existe en paralelo a esas circunstancias que se investigan. Ella molestaba por ser quien era en un espacio de poder tan poco representativo de la diversidad brasileña. Por eso tenemos que ser cada vez más ocupando sus espacios. No podemos ser una sola.

Cara, color y género

Talíria asistió a fines de mayo al Lula Festival en Buenos Aires para exigir la liberación del ex presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, y el esclarecimiento del crimen de Marielle. Sus organizadorxs, encabezadxs por el colectivo Ni Una Menos, sostuvieron esa celebración “porque necesitamos sacudir el cuerpo contra la angustia, porque necesitamos transversalidad política para movilizarnos y cambiar la historia para hacer frente a los golpes de Estado, los engaños del marketing electoral y la crueldad del sistema financiero”. Esas consignas volvieron a tejerse días después durante la actividad “Marielle Presente” en el Hotel Bauen, y en un encuentro con mujeres de la Villa 21-24 que compartieron sus procesos de lucha. 

“Fue un encuentro increíble por la similitud con la realidad de las villas brasileñas”, remarcó. “Principalmente mujeres relatando cuestiones muy semejantes en toda Latinoamérica. Violencia de género, violencia contra sus hijxs, el elemento de la migración, que en Brasil es la negritud, y la fuerte cuestión racial. Fue una experiencia potente de dolor y resistencia, que creo que es la cara de la mujer latinoamericana.

¿Ese cruce en espejo de la militarización de los territorios y la muerte de jóvenes resulta del avance de una derecha en todo el continente?

 –Sí, pero también creo que si la colonización terminó en el tiempo histórico, las relaciones coloniales de poder todavía son fuertes en muchos países de Latinoamérica, y como era antes se mantiene ahora. Las soluciones para los problemas sociales son salidas militarizadas hace mucho tiempo y en momentos de crisis, y en realidad son proyectos económicos y políticos de refuerzo de esa historia. La crisis recibe como respuesta criminalizar y reforzar la militarización sobre algunos territorios, y la clase trabajadora tiene color, género, vive en un territorio específico y es la que más sufre con ese proceso de militarización. Respecto de Río de Janeiro, veo algunas similitudes en la lógica de la supuesta guerra contra las drogas que se usa como justificativo para la militarización de esos territorios pobres.

Son políticas de Estado diseñadas para derivar en cuestiones de seguridad pública los problemas sociales.

–Sin duda los países de Latinoamérica y algunos de Africa reflejan una desigualdad brutal. Un uno por ciento de los brasileños domina casi la mitad de la riqueza brasileña, entonces la diferencia entre ricos y pobres es muy profunda, y erradicarla es el primer paso para disminuir la violencia. Es también una desigualdad sistémica entre países del norte y el sur según la lógica capitalista. Para que haya países ricos deben haber países pobres.

¿Cómo pueden deconstruirse estos escenarios de exclusión desde la militancia y el activismo feminista? 

–La lucha tiene que ser regional. Las semejanzas que veo tanto en Brasil con las compañeras como mi experiencia en Buenos Aires me hacen entender que tenemos que romper con la colonialidad, y esto es además un mensaje para la izquierda. Por mucho tiempo transferimos hacia nuestros territorios una concepción socialista eurocéntrica de enfrentamiento al sistema, que ignoró lo que son las formaciones sociales de América Latina. La lucha anticapitalista necesita ser antirracista, necesariamente debe romper con la lógica patriarcal y debe ser protagonizada por mujeres teniendo en cuenta las dimensiones de la sexualidad y de las identidades de género. Un socialismo que contenga las luchas brasileñas debe tener cara, color y género. El segundo paso es la unidad latinoamericana para enfrentar esas desigualdades.

Marielle Franco comenzaba a trazar una agenda política en ese sentido. 

–¡Es que eso era Marielle! Su cuerpo cargaba la expresión de la marginalización de las mujeres. Era mujer negra, lesbiana, villera, socialista y también sostenía la resistencia de las mujeres. La Villa 21–24 está habitada por mujeres en su mayoría. En Río de Janeiro también son mujeres quienes llevan la solidaridad en los procesos políticos. Pero desafortunadamente no somos la mayoría en los espacios formales de poder. Creo que ahí radicó el intento de silenciarla.

¿Qué espacios ocupan las mujeres en la política brasileña y en el Psol en particular?

–Estamos avanzando pero es insuficiente. Esa historia patriarcal también se reproduce en los partidos de izquierda y las mujeres luchamos diariamente para enfrentarlo. Nuestra participación en la política del Brasil es asustadoramente pequeña, menor que en Afganistán. Somos el diez por ciento en el Congreso Federal, no llegamos al 13 por ciento en el Senado, y en general se trata de representaciones femeninas que no incorporan la pauta feminista ni la lucha antirracista y anticapitalista, por lo tanto es un escenario difícil. En el Psol estamos avanzando, este año tenemos un buen frente de candidatas mujeres, hay elecciones paritarias, pero todavía no es natural para los compañeros y las militantes deben dar mucha pelea.

Durante un año y medio fue la única concejala en una cámara de 21 hombres.

–¡Ahora hay otra! (risas). La Cámara Municipal es una expresión ultraconservadora, integrada por concejales que son policías militares o representantes de extrema derecha de Jair Bolsonaro, y que en sus exposiciones dicen que un buen bandido es un bandido muerto. Mientras, en Brasil crece el proyecto “Escuela sin partido”, que prohíbe hablar de género y diversidad en las escuelas; se impiden discusiones sobre la realidad ejerciendo censura en los espacios escolares. También es una forma de silenciamiento privatizar, precarizar, congelar inversiones por veinte años en Educación, Salud y asistencia. Así se mantienen estructuras desiguales, las mismas que matan a treinta mil jóvenes cada año en las villas. En Niterói, de cada tres jóvenes asesinados uno muere a manos de la policía. De cada cien muertos, 71 son negros. Es una barbarie genocida, el mantenimiento de la esclavitud que no se terminó. Es necesario que los ojos internacionales observen lo que está pasando para poder frenar esas estadísticas brutales. 

Las cifras recientes revelan que Brasil es el quinto país del mundo con más feminicidios y el segundo con mayor cantidad de asesinatos de personas lgbtti.

–En este último período, el avance de un conservadurismo vino en respuesta al avance de las luchas, y las principales movilizaciones de los últimos años fueron hechas por mujeres. Hay una polarización cruzada por esas estadísticas de horror y en medio de una pésima distribución de riquezas. Pero al mismo tiempo es un gran desafío que por supuesto genera conflictos. 

¿Esto se vincula con su teoría de la militancia por el derecho de vivir?

–Claro, porque algunas personas militan por ese derecho porque no lo tienen. Si decimos que de cada cien muertos 71 son negros, entendemos que los negros no tienen derecho a vivir. Si tenemos  el quinto país con más feminicidos y aumentó un 54 por ciento el número de mujeres negras asesinadas, entonces las mujeres negras no tienen derecho a vivir. Es la pelea por lo básico: la expectativa de vida de transexuales y travestis es de 35 años. Las militancias en Brasil partimos de la  lucha por la existencia mientras que nuestro capitalismo es conservador, rescata una lógica patriarcal, racista, de esclavitud y fundamentalista, donde el Estado laico es roto sistemáticamente. 

¿Cómo observa los procesos de movilización de las mujeres en la Argentina y del 3 de junio en el marco de Ni Una Menos? 

–Con mucha inspiración y admiración, porque creo que la Argentina puede compartir con Latinoamérica una experiencia muy poderosa de movilización de mujeres. Queremos reproducir y construir juntas un movimiento NUM en nuestro país. Estamos viviendo ataques sistemáticos a la democracia en un momento de golpe institucional, de cerramiento de un régimen, de un Poder Judicial selectivo con la prisión del ex presidente Lula da Silva, un impeachment  injustificado y la ejecución de Marielle. Me pregunto sobre qué cuerpos impacta la ausencia de democracia y la única respuesta que encuentro es que ocurre sobre cuerpos de mujeres, en especial de mujeres negras. Cuando todo se congela, somos las mujeres las encargadas de solucionar las cuestiones de la vida y sus precarizaciones. Estamos al frente de las movilizaciones populares contra la violencia sistemática que sufrimos, pero también contra políticas de ajuste y de quitas de derechos que impactan en nuestras vidas. Creo que Ni Una Menos conjuga todo eso y que podemos reproducirlo en Latinoamérica con nuestra resistencia: ese enfrentamiento a un Estado que tanto nos oprime.