Alegría. Y de la más linda.  Eso sentimos ayer y hoy, ahí, en las calles que bordean al Congreso, del lado verde: una alegría compartida. Una emoción desbordante, contagiosa, oceánica. Una alegría que era de todxs y que no era de nadie. Una alegría colectiva, de esas que sólo se sienten cada vez que estamos un poquito menos solxs (porque así nos quieren, solxs, tristes, abatidxs, inmunizadxs). 

Lo de esta jornada fue una fiesta multitudinaria en la que nos procuramos un placer colectivo y en la que nos animamos a perder un poco el ego y dejamos que se no paren los pelitos de la piel. Allí, en el medio de la marea verde, la calle fue nuevamente cobijo, campo de batalla y –esta vez– un enorme salón de fiestas al aire libre. Porque eso sentimos que se respiraba un poquito mejor, que el aire estaba más fresco, y que lo más calentito era estar allí compartiendo la intemperie. Porque no hubo frío que pudiera con nuestro fuego, con nuestras ganas y con nuestra convicción de que podemos vivir mejor, que somos muchxs y nos vamos encontrando, que podemos más que simplemente resistir frente a la avanzada precarizadora de las actuales políticas neo-liberales del Gobierno.

El miércoles y el jueves nos plantamos frente al congreso no sólo para pedir que detengan los mecanismos legales de criminalización y estigmatización del aborto que buscan disciplinarnos; también defendimos nuestro derecho a decidir sobre nuestra capacidad reproductiva, sobre nuestros planes de vida, teniendo el debido acompañamiento médico estatal. Esta vez no estuvimos allí para resistir a una nueva política de austeridad, o para defendernos frente a la pérdida inminente de alguno de nuestros derechos; fuimos allí para hacer del derecho una herramienta de ampliación de la justicia social, al tiempo que hicimos de esta demanda un encuentro que desborda la lengua del derecho.

Porque ahí en la calle, celebrando la conquista institucional que implica la media sanción, nosotrxs también supimos hablar otra lengua y sentir algo más que una reparadora y merecida victoria legislativa. Ahí, en las calles que hicimos nuestras, nos sentimos más fuertes, como encendidxs, más pillxs y acompañadxs. Ahí, en las calles, a la tarde, a la noche, en la vigilia, o la mañana, allí, mientras pedíamos por un “aborto legal, seguro y gratuito”, allí entretejimos también otras lenguas, esas que se des-hacen y des-doblan entre los mates compartidos con extrañxs, lxs perrxs con pañuelos, los guisos con sabor a jengibre que organizan las asambleas, las canciones que circulan entre grupos al compás de su mutación, las banderas de las orgas, las pancartas de los partidos, los carteles de cartón pintados a mano que armamos con nuestras manaditas, las frazadas que se prestan, las bolsas de dormir que se comparten, los pañuelitos y los resfríos que van y que vienen, los choris veganos, lxs pibes que juegan como sabiendo que –al menos por un ratito– la cosa se puso linda, los papelitos en el piso, los porros y los puchos que deciden no acatar las leyes de la propiedad privada, el vino en termo y el wisky en la petaca, el shibré verde con el que nos montamos para la fiesta… 

Entre todo esto que apenas si podemos empezar a poner en palabras, entre lxs que estábamos allí de algún u otro modo, allí /e imagino muchos allí en otros lugares/, entre lxs que no nos quedamos quietxs ni nos conformamos, allí, entre lxs pibxs que nos recuerdan la urgencia del presente, entre lxs más viejxs que nos enseñaron que sin lucha y sin compañerxs no seríamos nada, entre lxs que estamos en esto hace un rato y las que están empezando, entre lxs que estaban un poco descreídas y lxs que no lo podíamos creer, allí, hablamos nuestras mil y una lenguas. Allí, la imparable marea verde espació en las calles sus infinitas declaraciones de amor y de guerra. 

Aborto legal en cualquier lugar.

Aborto legal, seguro y gratuito para todos los cuerpos gestantes.