El 24 de octubre de 1844 fue creada, en la ciudad de Rochdale, la primera entidad cooperativa. El principal insumo teórico utilizado por los tejedores ingleses, que impulsaron esa pionera experiencia, fueron los textos de los socialistas utópicos. Mario Schujman explica en Siglo XXI: política, poder y economía social y solidaria que “las primeras entidades cooperativas y mutuales fueron producto de la práctica y de las ideas de los trabajadores para procurarse, mediante la lucha sindical, la cooperación y la ayuda mutua, condiciones más favorables para su propia subsistencia, la de sus familias y las de la comunidad en la que vivían”. 

El cooperativismo se consolidó con el paso del tiempo como una alternativa de gestión económica (democrática, participativa) diferenciada del modelo clásico de organización empresarial. 

Los desafíos para este tipo de instituciones siempre fueron múltiples. Las cooperativas deben ser eficientes conservando su doble articulación como movimiento social y empresa. El manejo de ese delicado equilibrio se torna más dificultoso cuando las políticas económicas marchan a contrapelo de los ideales solidarios.

Por ejemplo, la caída del Hogar Obrero fue un icono del derrumbe económico–social neoliberal de los noventa. El dirigente cooperativo Juan Carlos Fissore decía que “El Hogar Obrero para el cooperativismo es como el Obelisco para Buenos Aires”. Esa entidad, fundada en 1905, quedó librada a su suerte cuando el presidente Carlos Menem se opuso al otorgamiento de un crédito puente. Según los directivos del Hogar Obrero, el préstamo habría permitido sortear las dificultades financieras. La quiebra de la Federación Argentina de Cooperativas Agrarias fue otro ejemplo de esa etapa. 

En ese momento, Floreal Gorini diagnosticaba que “el movimiento está en crisis porque está en crisis el país. Es una crisis inducida en función de una inserción mayor en la dependencia, a la que nuestros dirigentes políticos, nuestros gobernantes, llaman inserción en el Primer Mundo”. 

Cualquier similitud con la actualidad no es mera coincidencia. La posible transferencia de Sancor a Adecoagro es alentada desde los despachos gubernamentales. La venta fue aprobada en una asamblea extraordinaria aunque quedó supeditada a la reestructuración de la deuda acumulada por la cooperativa. Las dificultades económica–financieras de SanCor vienen de lejos. Sin perjuicio de eso, las políticas oficiales profundizaron los problemas sectoriales. 

El trasfondo de esta negociación es la disputa entre dos modelos de país distintos. En su trabajo SanCor ¿otra víctima del sinceramiento?, las economistas Carla Seain y Paula Rodríguez sostienen que “está en juego si la lechería argentina va a poder contar, en la definición de las relaciones entre los distintos actores del complejo productivo, con una empresa cooperativa (de los productores nacionales) fuerte, o si, por el contrario, se va a redefinir todo ese espacio hacia modelos de empresas industriales privadas y/o escindidas de los tamberos, caracterizados por relaciones asimétricas donde el productor primario se ve compelido a ceder en el precio y las condiciones cada vez que tiene que entregar su producto. Dicho de otro modo, en el caso SanCor y en cómo se termine de resolver su crisis, está en juego si primarán aún más las relaciones asimétricas tan características del complejo lechero argentino o si, por el contrario, se recuperan y fortalecen relaciones de mayor paridad, con una presencia significativa del sistema cooperativo”

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