En uno de los días más calientes desde que comenzó el Mundial, la llegada a la cancha del Spartak fue rodeada de polacos un poco pasados de copas y de senegaleses que dejaban caer su música a cada paso que daban. El tiempo para llegar a retirar los tickets para los periodistas es hasta una hora antes del arranque del partido. El partido era a las 18, o sea que antes de las 17 tenía que estar, y eran las 16.50 y estaba a 10 cuadras del estadio. Parecía imposible llegar porque además de estar en el Otkrytie Arena tenía que pasar el control de seguridad que nunca tarda menos de 10 minutos. No llegaba. 

Pero llegué. Milagrosamente, y corriendo, llegué al estadio y pasé el control en menos de 10 minutos. Y cuando la señora francesa de pelo corto de la FIFA que se encarga del tema entradas estaba para decir “it’s over” ("se terminó") pude mostrar mi credencial y recibí mi ticket. Fila 1, asiento 32. Nunca le presté atención, porque hasta ahora siempre me había tocado un puesto con pupitre. Como se largó a llover y yo estaba cansado me fui directo al estadio. Nada de esperar en la sala de prensa. Y ahí me sorprendí… para bien. ¿Por qué? Porque estaba en primera fila. Iba a ver un partido del Mundial en primera fila. Literalmente. 

La voluntaria de FIFA me acompañó y yo me senté atrás del banco de suplentes polaco. Ahí se ve el Mundial como desde adentro. Es que desde el asiento 32 de la fila 1 se puede notar que había dos hombres de seguridad que solo miraban para fuera de la cancha, de espaldas al campo de juego, como si no les importara que detrás suyo estén jugadores de más de 100 millones de euros (Lewandowski) o uno de los cracks del Liverpool de Klopp (Sané). La cercanía con ellos dos me permitió mirar en sus credenciales que se llamaban Sergei y Andrei. También notar que en más de dos horas no se hablaron entre ellos. Ni se miraron.

Estar en primera fila de un partido mundialista te hace dar cuenta de cómo puede llegar a vivir un técnico los 90 minutos. Y como estaba detrás del banco polaco en varios momentos del partido solo le presté atención a su entrenador, Adam Nawałka. El hombre que dirige los destinos de su selección hace más de cinco años me hizo ver que las cábalas no nacieron en Argentina. Con su pose inmodificable de las manos en sus bolsillos, Nawalka se metía despacio hacia dentro del banco de suplentes cada vez que su rival los atacaba. Eso sí, siempre impoluto. El DT polaco no desarmó su elegancia comprada en Francia a pesar de que su equipo arrancó el partido como lo terminó: jugando horrible.

Lo que más sorprende de estar en el asiento 32 de la fila 1 fue el ruido de la pelota cuando los jugadores la impactan. Es difícil de explicar sino se escucha en vivo pero es un golpe seco. Hasta la pelota parece ser otra. Todo es otro nivel. Tac, tac, tac, los pases de los senegaleses van arrinconando a una Polonia que no encuentra respuesta. Tanto es así que Nawalska le ordena a su preparador físico (idéntico de cara a los boxeadores ucranianos Vitaly y Vladimir Klitschko) que se lleve a calentar a los jugadores en tandas de cuatro. No los quería ver. Pero no se le notaba ni un poco de enojo. Era el hombre de hielo.

A los 34 minutos del primer tiempo, Lukasz Piszczek despejó una pelota que cayó justo a tres asientos de la fila 1, asiento 32. Por poco y tocamos una pelota en un Mundial. Pero no. Casi como Polonia que en el primer tiempo vio cómo un remate desviado por uno de sus defensores batía a su arquero y lo ponía en desventaja. 0-1. ¿Y Nawalska? Con la misma postura de siempre, con las manos en los bolsillos.

A 10 metros del asiento 32 de la fila 1 estaba el otro DT, Aliou Cissé. El senegalés era defensor en la selección que dio un batacazo histórico en el partido inaugural del Mundial 2002 ante la campeona Francia y mantiene esa hiperactividad que tenía dentro de la cancha. Él ordena fuera de la línea de cal y su número 5, Gueye, adentro. El hombre del Everton inglés era una máquina de dar órdenes. Era el general del ejército verde. Daba órdenes y pases bien. Siempre tomaba la decisión que pedía el juego y a la vez la orden que necesitaba su compañero. Todos descansaban en él.

A los 14 minutos del complemento M’Baye Niang se lastimó y debió ser atendido. En ese momento Cissé pensó en sacar al 9 (Diouf) y hasta ordenó el cambio. Pero cuando el cuarto árbitro levantó el cartel el melenudo DT africano paró el cambio y espero que su cuerpo médico decida si Niang podía seguir o no en el partido. La charla dura 20 segundos, aproximadamente, y decide dejarlo en cancha y realizar la modificación que tenía pensada. En ese lapso un despeje de un defensor senegalés es descuidado por los centrales polacos y Niang (el lesionado) aprovecha para entrar (con la venia del árbitro), picar entre los centrales, para anticiparse al arquero y poner el 2-0. Delirio en el banco senegalés. Los jugadores felicitan a su DT, como si fuera el mérito suyo. El gol despierta enojo en el banco polaco, pero Nawalska seguía con las manos dentro de sus bolsillos.

El reloj se agotaba y Cissé gesticulaba cada vez más. Hasta se animó a pedir garra con el gesto y todo, como si fuese un nene de jardín que imita a un león. Pero se ve que sus muchachos mucha atención no le prestaron, porque cuando decía eso, vino un tiro libre, un cabezazo solitario y el descuento polaco. ¿Cómo lo vivió Nawalska? Como lo vimos desde el asiento 32 de la fila 1 toda la tarde. Con las manos en los bolsillos. Los otros cinco minutos fueron tensionados solo por el marcador. El periodista filipino que se sentó a mi lado parecía que tenía un pariente polaco porque gritaba “Poland, Poland” buscando empujar a Lewandowski y cía. para ir en busca de un empate que nunca estuvo cerca de llegar. De hecho, nunca llegó. Ganó Senegal. Y Nawalska terminó el partido como lo empezó con las manos en los bolsillos. Como un espectador como yo, que lo vi desde el asiento 32 de la fila 1.