Desde Nizhny Novgorod 

“Lleguen con margen a la estación de tren, tomen un taxi hasta el Metro de Skhodnya, combinen dos veces, acá y acá, y se bajan acá”, asesora el amigo colombiano Daniel, yerno del dueño de la casa en la que nos alojamos en Moscú, desplegando un pequeño plano del subte. El tren que nos traslada a Nizhny sale a las 7.02. Nos levantamos temprano, a las 5. Pedimos un auto de los oficiales, tipo Uber, vamos a la estación, esperamos que abra puntualmente a las 5.30 (nos atrasamos algunos minutos respecto de la idea original) y seguimos. Con los ojos abiertos para no errar en las combinaciones, no como los pasajeros matinales que en un ochenta por ciento va con los ojos cerrados, tratando de ganarle unos minutos más al sueño. No va tan lleno. Son casi todas personas mayores, muy pocos jóvenes. Casi no se ven celulares. Hay tres o cuatro que leen libros, uno que hace palabras cruzadas, otro que nos mira curioso, una señora de 60 años le deja el asiento a un señor de 80 que tiene un montón de condecoraciones de guerra en las solapas del traje. Combinamos una, dos, tres veces, el viaje se hace larguísimo, pero sabemos que si llegamos a las 7 menos cuarto a la estación de Metro Partisanos, que nos había indicado Daniel, estamos bien. Llegamos al lugar indicado, subimos escaleras y preguntamos por la estación de tren. Uno dice que de eso no tiene ni idea, otro que aquí no es y un tercero informa con precisión, y entendemos que nos pasamos, que hay que ir tres estaciones más atrás. Son las 6.50. No llegamos. Mejor bajemos y pidamos un taxi. Dudamos y optamos por el Metro, pensamos que el tren se puede demorar un par de minutos. Pensamos también que el colombiano enloqueció después de la derrota de Colombia ante Japón y nos dio el dato equivocado. Llegamos agitados a la estación a las 7.03, preguntamos por el tren a Nizhny y nos dicen que salió puntualmente a las 7.02. Hay otro a las 9.30, pero va lleno. Somos de la cochería. Van todos llenos en la previa del partido. Empezamos a barajar soluciones de emergencia. Avión, alquilamos un auto, nos quedamos en Moscú y lo vemos por TV, hay una combinación de trenes posibles y uno de nosotros compra, en su desesperación, una idea que le da una asistente del mostrador de informes. Un tren de ocho horas que nos lleva a un lugar desde el cual abordar otro tren a Nizhny para un total de 18 horas de tren en un viaje de 4. Algo así como ir desde Buenos Aires a Rosario para seguir desde ahí a Mar del Plata. Una locura.

Finalmente aparece una rubia de carita aniñada, cierta mezcla de Dybala y Lo Celso, destinada a la atención de las personas que viajaron por el Mundial. La piba es muy jovencita, habla perfecto español y nos arregla todo: nos devuelven la plata de los pasajes a Nizhny (42 dólares por cabeza) y nos consigue una camioneta por 42 dólares por cabeza, que nos lleva a Nizhny en cinco horas por una autopista con interminables bosques a cada lado. Aquí estamos ahora, en los pagos de Gork (así se llamaba hasta 1991) listos para ir a recorrer la peatonal y meternos en la historia de Niznhy Novgorod (nueva de abajo, quiere decir), una ciudad de provincia con una rica historia, esperando por el partido de hoy, imaginando que en una de esas a Sampaoli lo salvan Dybala y Lo Celso, como a nosotros.