Las verdades relativas que uno busca por distintos caminos, a veces, alguien la canta. "Siempre se hace tarde en la ciudad", es una verdad que la voz de Fito me la recuerda de vez en cuando. Dicha evidencia se potencia los días de lluvia. El agua es vida para la vida, pero no para el papel. El diario se vuelve imposible, se pegan sus hojas, se apelmaza, la tinta se corre, su peso se multiplica. El matutino embolsado golpeando contra el piso mojado suena como un redoblante en la madrugada. La alarma esperada por el cliente desvelado le confirma que hay vida afuera, lo tranquiliza el saber que no está solo en el mundo, que cuenta con otra oportunidad, con otro amanecer en donde poder disfrutar del viejo hábito de la lectura perfumado con olor a tostadas y café con leche. Los náufragos no sentimos ninguna culpa del naufragio, dicha sensación no nos libera de vómitos ni mareos sufridos en la balsa a la deriva, bajo un cielo sin pájaros, sobreviviendo a los golpes sobre un tormentoso mar de dioses muertos, fantasmas opacados, roles gastados, aliviados por frescos vientos de una poderosa marea verde. Mi llegada tarde al boliche de Jorge coincidió con la estela de silencio que suele dejar el discurso del "Mandu" cada vez que suelta pensamientos desprendidos de sus huesos. Mi amigo camina solo por la vida desde la crisis del 2001. Fuerte en apariencia, no pudo soportar algunos pequeños momentos de su vida conyugal. "Cuando mi mujer se levantaba, yo ya estaba despierto hacía rato. Fingía dormir. Escuchaba cada uno de sus movimientos antes de marcharse para su trabajo. Evitaba levantarme para no soportar la humillación. En la segunda vuelta de llave, saltaba de la cama, ponía a Crucis a todo volumen y empezaba a tomar. Buscar laburo es el trabajo más agotador, cuando el trabajo no existe. Creo que supe alejarme a tiempo", contó alguna vez al pasar. Consiguió un empleo tan digno como no deseado en una empresa de vigilancia privada, actividad que le dio de comer, pero lo privó de volver a su casa, "en este sistema, la felicidad también tiene precio". Mandubí Gazzola no se queja ni echa culpas, asegura que la soledad le ayudó a descubrir su verdadera vocación, conocerse a sí mismo. Es el único, entre "los viejos", que luce un tatuaje, un rayo rojo le cubre el antebrazo y parte de su mano izquierda, tal vez represente su inquebrantable fe en el amor, en el misterio humano, en el azar, en lo imprevisto. Desconfía de los intelectuales, se apiada de los deficientes espirituales, considera a la bondad como mayor virtud. Después de tomar su vaso de soda como si se tratara de una medida de ginebra, el Cabezón de Vita contó sobre la trilogía que lo obligó a caminar en círculos. No le tiembla la voz para culpar al cura Vidal, párroco de la iglesia Santa Rosa de Padua, donde fuera monaguillo durante algunos años, de sus sucesivos fracasos sentimentales. Acusa al sacerdote de una contradicción mortal. En momentos en que había abrazado las banderas de la monogamia y la sagrada familia como base de una sociedad estructurada como dios manda, su iglesia organizó un festival con el objetivo de recaudar fondos para niños carenciados, invitando al mismo, como número principal, a Las Trillizas de Oro. El remisero no deja de emocionarse cuando relata el momento en el que María Emilia lo saludó con un beso en la mejilla y le regaló una foto autografiada que todavía conserva como un talismán que lo acompaña en sus sucesivas mudanzas. Desde aquel momento en el que todos sus sentidos se potenciaron, defiende el amor a primera vista. Todo se derrumbó cuando la buscó en el escenario. No podía distinguirla entre sus hermanas. Sintió perder a su amor entre otros cuerpos parecidos. Afirma que esa sensación lo persiguió toda su vida. El mismo padre que tanto le había insistido en adorar a una sola María, una tarde le presentó a tres juntas que destruyeron dicha creencia. La infidelidad en manos de rubias taradas fue una constante en gran parte de su existencia. En la actualidad convive desde hace un tiempo con Ana María, a quien eligió llamarla por su segundo nombre y a modo de cuidado se encarga personalmente de comprarle todo los meses la tintura para el pelo "rubio de leyenda" de Loreal de Paris. En su testimonio desesperado, el chofer confesó no consumir más festivales con el fin de matar el tiempo, desde que se dio cuenta que es el tiempo en realidad el que nos está matando a todos. Esta última frase fue recogida como un guante por "Probeta" Gómez, científico aficionado, electricista y ajedrecista, personaje que difícilmente deje reflejar sentimiento alguno, un duro que no necesita de estadísticas para conocer la realidad de la calle, un comedor de caballos y alfiles que sabe de sobra que se vienen días en los que vamos a tener que comer salteado. "El tiempo es la cuestión a resolver", dijo con autoridad. "Aunque no lo digamos, todos sabemos que este lugar de encuentro, nosotros mismos, el idioma que estamos usando, el barrio donde nacimos, la ciudad y todo lo que abarca nuestra memoria, en un momento dado no van a existir más. Somos la única especie consciente de dicho final, la pesada carga que nos limita, condiciona y enferma", continuó su exposición dejándonos mudos a todos. "Existe un estudio muy interesante de la Universidad de Pensilvania, en donde queda demostrado la desaparición del cromosoma Y, el cual cuenta con menos de 200 genes contra 1100 del cromosoma X, correspondiente al sexo mal llamado débil, mucho más antiguo y estable que el masculino. Vamos, según mis colegas, hacia la existencia de un solo sexo. En un futuro cercano la actividad sexual será sinónimo de placer, la mujer elegirá la inseminación artificial como método para la reproducción y el ridículo sistema patriarcal caerá por su propio peso. De estos temas se debería hablar en las escuelas para concientizar a los jóvenes, para que no intenten forjar a los golpes a la madre naturaleza", aconsejó, para terminar con una profunda conclusión, "el hombre, señores, sirve sólo para un rato". En la intemperie no existen jueces. Cada desamparado recuerda y asocia como puede. El delirio no entiende de coherencia y es muy difícil saber cuál fue el tema original a debatir. El representante de lo exacto me pasó la posta: "Y vos Flaco. ¿tenés algo sensato para decir sobre el amor?" Contesté desde la sorpresa. "¿Ustedes estaban debatiendo sobre el amor?". El portador de un corazón tripartito dejó lucir su filosa ironía de siempre, "¡No!. En verdad, estábamos analizando la importancia de los paracaídas entre los paracaidistas". Sin escapatoria comencé a tartamudear. "Bueno... la verdad ¿quien podría definir al amor, no? Qué sé yo". Conociéndome como me conoce, el coleccionista de amaneceres y lunas llenas, acudió a mi rescate de inmediato. Con su brazo izquierdo erecto, como pretendiendo devolver a destiempo una flecha certera roja a Cupido, levantó su voz y dijo: "Ayelén, por favor, traeme la cuenta que acá hay un herido grave que todavía no puede hablar".