Desde Nizhny Novgorod 

En la peatonal Arbat de Moscú, un paseo turístico tradicional se pueden encontrar matrioshkas (las famosas muñecas de distinto tamaño que se ven insertando una dentro de otra) de toda clase. Las originales, con madres campesinas y las pintadas con figuras reconocidas mundialmente: Lenin, Fidel Castro, Stalin, el Che Guevara, Trump, Yashin y… Lionel Messi. Las hay con la camiseta de Barcelona y la de la selección nacional, pero deberían estar mezcladas, en realidad. La idea de un Messi dentro de otro y de otro es una extraordinaria metáfora del crack, grande grandísimo en el Barcelona y empequeñecido en la selección nacional. Todos queremos ver al Messi más grande (y él, primero) pero hay algo que pasa, un bloqueo mental, algo que no encaja que hace que el Messi celeste y blanco quede partido en dos, vacío. Así pasó en el partido contra Islandia, en el que empezó enchufadísimo y después pateó el penal con un tiro anunciado y tres tiros libres desde una posición en la que resulta infalible en el Barcelona y en Moscú resultaron fallidos remates a la barrera. Tal vez hoy, en el partido contra Croacia, en el que se lo necesita bien grande, no se achique, deje de ser una matrioshka y sea el gran jugador que es.