“Te presento el mundo. Te presento a aquellos que te han precedido y el mundo del que vienes, pero te presento también otros universos para que tengas libertad, para que no estés demasiado sometida a tus ancestros”. Eso es lo que dice Michèle Petit que se le está diciendo a un niño o a una niña cada vez que se le cuenta un cuento, se le repone  un relato familiar, se le leemos en voz alta o se le canta una nana. Esa transmisión cultural primera, asegura, es la que vuelve el mundo habitable, comprensible, posible de asir para el recién llegado. Y su dimensión, necesariamente, es poética. De certezas como estas, necesariamente políticas, está hecho su libro Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural. Y por allí discurrió también la reciente visita de la antropóloga francesa a Misiones, invitada a dar la conferencia magistral del congreso “Territorios para pensar las infancias”, que se realizó en el Parque del Conocimiento de Posadas.

En su libro, Petit recoge numerosos testimonios y experiencias de lectura transformadoras, muchas de ellas, de la Argentina. Cuenta que lo escribió “como un acto de rebeldía contra el hecho de estar cada vez más obligado, si se defienden las artes y las letras (o también, las ciencias), a proveer pruebas de rentabilidad inmediata, como si esa fuera su única razón de ser”. Pero también  a partir del “hastío de los discursos de la queja que se han multiplicado en todos los ámbitos y que se oyen bastante a propósito de la lectura, las bibliotecas o la transmisión cultural”. Esta visita a la Argentina no es una más. “Con mucha gente en América latina, pero aun más en la Argentina, tengo una historia de amor. Porque yo viví en América latina en mi adolescencia, y regresar siempre es un gusto. La gente tiene una hospitalidad increíble, eso hace bien”, agradece en diálogo con PáginaI12.

“Trabajo sobre los temas de lectura, literatura, educación artística y transmisión cultural desde hace unos veinticinco años. Al principio trabajaba en Francia en contextos desfavorecidos: ambientes rurales, barrios populares, para ver la relación que la gente tenía en particular con la lectura y la literatura. En algún momento viajé aquí, me invitaron, y muy rápidamente mis estudios tuvieron gran difusión. Porque era gratificante para los mediadores, por fin algo se decía de lo que hacían”, recuerda la investigadora. “Empezaron a llamarme para que contara sobre mis estudios europeos, de Argentina, Colombia, México, etc. Se publicaron libros míos que circularon mucho. Y cada vez que daba una conferencia, la gente venía y me contaba lo que ellos hacían. Así descubrí maravillosas experiencias literarias y artísticas compartidas, armadas por gente en contextos difíciles, críticos. Empecé a interesarme mucho por eso y pensé: hay que estudiar esto, en serio. Cada vez que viajaba aprovechaba para quedarme más y hacer entrevistas con la gente que había realizado experiencias interesantes, visitaba sus talleres, seguía sus trabajos. Después escribí un libro para contar esas experiencias”, repasa el trayecto que la llevó a establecer un vínculo que se ve reflejado en sus libros.

–En sus libros aparecen relatadas muchas de esas experiencias, con nombres y lugares. ¿Es una intención explícita suya dar a conocer esas experiencias?

–Sí, me gusta hacer circular las experiencias. Porque me parece que es lo que falta. Me acuerdo que al principio me enteraba de una experiencia en tal lugar, y al día siguiente encontraba una persona que por casualidad hacía algo similar, tal vez a diez kilómetros, y muy a menudo no se conocían entre sí. Y mucho menos, se conocía eso tan valioso que pasaba en lugares más alejados, pero del mismo país. Y en Europa, para nada. Nosotros, los europeos, tenemos mucho que aprender de los latinoamericanos, de todas estas experiencias de lectura, tan diversas, que llevan adelante. 

–¿Recuerda alguna en particular que considere destacable, en Argentina?

–Tantas, y no solamente de lectura, también de educación artística. El nombre que primero se me aparece es el de Mirta Colángelo, alguien que ya no está físicamente entre nosotros, desgraciadamente. Fue fascinante conocerla, me enseñó mucho. Me abrió los ojos, la mente y el corazón sobre el hecho de que la lectura y la literatura están bien, pero es lo uno y lo otro: siempre van de la mano de la observación poética del mundo. Todo lo que ella hacía, lo hacía con poesía, y con amor. Me marcó tanto que cada vez que llego a este país pienso en ella, la siento aquí. Destaco también el trabajo de Laura Devetach –que en este viaje me mandó un regalito–, y a Ani Siro, alguien que está muy cerca de ella y da talleres maravillosos, con Martín Broide, siempre combinando arte con literatura. Podría citar también el trabajo de Silvia Seoane, con Gustavo Bombini, y tantos… En todos los países de América latina a los que he viajado, hay cosas interesantes y casi siempre insuficientemente conocidas. Pero tal vez hay dos lugares que me sorprenden aun más: Colombia y Argentina. Cada vez que vengo aquí, me fascina la relación del país con la literatura, la poesía, el arte. Es subjetivo, seguramente, pero me sorprende, y no tengo la explicación. ¿Usted me la puede dar?

–No. Menos teniendo en cuenta que atravesamos una etapa de restricción en todas las áreas… 

–Y la gente sigue activa a pesar de no tener presupuestos... En el congreso de Posadas hubo más de 2300 personas inscriptas, noté mucho entusiasmo. O sea que la gente lucha para una vida más bella, más digna. Se resiste a verse ajustada a las variables de las exigencias del FMI y del neoliberalismo.  

–En esto que usted ha observado hay grandes aliados en la Argentina, y son los docentes…

–Yo no estudié particularmente la escuela en la Argentina, pero me sorprende la apertura que tienen muchos docentes para tratar de hacer dialogar la emoción estética y los aprendizajes, experimentar, no quedarse en el utilitarismo a corto plazo: hay que aprender esto para esta semana, porque la currícula lo dice. No, muchos tienen una ambición, un deseo de ir por más. Sé que es un momento difícil, que sus institutos de formación están atacados, me entero por las redes sociales, por mis amigos. Sin embargo eso no los detiene, ¡al contrario! 

–¿Así pensados, el arte y la literatura son formas de resistencia?

–Claro que son formas de resistencia. Esto me lleva a las palabras de su compatriota, la psicoanalista Silvia Bleichmar. Ella decía que había que luchar para no verse reducidos a puros seres biológicos. Es siempre esa cuestión: no verse reducido a variables económicas, como decíamos recién. Desde hace un par de años me paso el tiempo repitiendo que somos también seres poéticos, seres narrativos, que desde hace más de treinta mil años, mucho antes de inventar la moneda, e incluso la agricultura, hemos trazado unos dibujos, hemos pintado, hemos muy probablemente cantado. Estuvo esa dimensión. Entonces, hoy no podemos ser únicamente reducidos a un utilitarismo estrecho. No puede ser. Bleichmar también decía que no se puede decir a los niños que tienen que ir a la escuela para ganarse la vida después, eso es un discurso horrible. Para ella la escuela debe ser el lugar de recuperación de los sueños. El lugar al que se va para poder soñar un país diferente. Por eso es absolutamente fundamental que las artes y entre ellas la literatura tengan un lugar importante en esa escuela.

–Usted dice que la literatura es necesaria para presentar el mundo. ¿En qué sentido?

–Cantarle una canción a un niño, decirle un cuento, entonarle una nana, o incluso contarle unos recuerdos de una manera diferente, con palabras distintas a las del habla cotidiana, es una forma de decirle: mira, te presento el cielo, te presento el mar. En esa transmisión cultural, nosotros nombramos y presentamos el mundo a los que nos siguen. Y hacerlo con palabras poéticas, no solamente con palabras de designación inmediata de las cosas, recurrir a los relatos familiares, o a los mitos, es abrir la mirada. Si no te dieron opción a esa lengua poética narrativa, el mundo que te rodea no te dice nada. Necesitamos que el espacio nos cuente historias. Si no, no lo habitamos.

–¿Ese espacio está en riesgo hoy?

–Está en riesgo cuando muchos jóvenes se sienten excluidos. Desde luego se trata primero de una exclusión económica y social, pero a lo mejor se trate también del hecho de que no tuvieron esa transmisión. Es decir que la lengua, por la dureza de las condiciones de vida de los padres, o a lo mejor porque tuvieron que emigrar y dejar atrás lo que conocían de antes, por múltiples motivos, no estuvo ahí para presentarles el mundo. Además de la exclusión económica social, lo que les rodea no les cuenta nada, no les inspira nada, no encentran su lugar en eso. Aparece además el tema de las tecnologías, todo otro gran tema. Yo no hay que tirar a la basura las tecnologías, para nada. Pero para los niños, y de modo particular en la primera infancia, son absolutamente fundamentales esos juegos, esos cantos, esas risas compartidas, eso que pasa de un rostro al otro, de una sonrisa a la otra. Ese intercambio, que es incluso carnal, y simbólico a la vez, es insistuible. 

–En su conferencia habló de la belleza. ¿Por qué?

–Me vino la curiosa idea de hablar de la belleza. Y después pensé: ¡pero qué locura, yo nunca estudié la belleza, es un tema inmenso! (risas). Traté de hacerlo, para abordar, justamente, algo de esas dimensiones fundamentales de los humanos. Con la que sin embargo tenemos una relación muy a menudo de ambivalencia: ¿y eso para qué sirve? Mi abuela decía: “La belleza no se come en ensalada” (risas). Es como si fuera algo de lujo, o un adorno. Si es un adorno, es un adorno fundamental. Por algo, más allá de nuestros recursos económicos, desde hace decenas de miles de años nos pintamos el rostro, nos arreglamos los vestidos, decoramos nuestras casas… 

–¿Cómo ve el presente de su país?

–El presente de mi país nos da a todos preocupaciones, algunas veces nos da vergüenza. Por ejemplo cuando veo lo que pasó con el barco con los migrantes, el modo en que Macron y muchos miraron para otro lado, y el modo en que muchos otros los aplaudieron. Me alegro de que en muchas ciudades de Italia haya manifestaciones en contra. Pero en Francia no ha habido gran respuesta, la gente no se muestra dispuesta a enfrentar esa situación. Yo voté por Macron, era él o la extrema derecha, pero lo que pasa actualmente, es un escándalo. 

De nuevo: aún en este infierno, hay gente que trata de hacer algo para construir un mundo más amigable y habitable. Conozco gente que ofrece talleres de dibujo o de fotografía con niños migrantes, gente que sigue intentando relacionase de otra manera. Mientras los gobiernos solo tienen como respuesta a la policía, esta gente se relaciona de manera humana.