Descripción (de una descripción)

Un día a las once de la mañana hace poco una frase que se demora. La memorabilia son las cosas dignas de recordarse, no las que se recuerdan. Puedes haber olvidado y entonces todo eso mismo vuelve. Es mejor una imprecisión meticulosa. Doy la hora (once, mañana) pero no el lugar (¿Nueva Inglaterra?). Esboza, si te parece, un cuadro de género. Taberna, iglesia. Cencerros, campanas. Mi insomnio, mis pesadillas: ya era tarde. Había dejado mi encantador cuarto de techo bajo, la funda de una privacidad neurasténica, y ya me encontraba en la calle, cerca de la oficina de correos de donde te había enviado tantas cartas abyectas. Bajo un sol mandarina de invierno y nubes desgarradas. En camino

un hombre se desplomó de pronto frente a mí tijereteando el magnífico listón de mi caminata. Alguien desconocido para mí: mesomorfo de traje azul. Había poca gente en la calle, y resulta que yo pasaba por ahí caminando detrás de él, demorándome. Estaba tendido en el bordillo, su mejilla derecha contra el pavimento helado. Estropeo el cuadro de género: techo de paja, tres centímetros de nieve en la calle 

como si lo hubiera fulminado un rayo lo que dará la idea de que fue repentino (nada me había preparado para este drama) y que la causa no era evidente. Nadie le rompió el cráneo con un hacha de guerra. No hubo disparo de pistola. Yo nada tenía que ver con su desgracia

y todas las mujeres que estaban cerca gritaron; era poco común ver a alguien vestido de manera respetable derrumbarse. Los respetables se mantienen verticales. El derroche del clima en la aldea, la sobriedad de los modales en la aldea. Pero como este no es un cuento moderno, la gente no era indiferente. ¿Suiza o el siglo XIX? Las mujeres estaban sorprendidas, temerosas, consternadas. ¿Quiénes? Por ejemplo, la jorobada del puesto de periódicos con su gorra granjera de cuero negro y orejeras alzadas. ¿Otras? Otras, también. No sólo mujeres, por supuesto. Pero nadie hizo nada. Mi reacción fue distinta.

yo misma lo puse en pie el cuerpo pesado que no se había desmayado realmente sino quizá tan solo sucumbió a la llamada del suelo. Forcejeé con su peso en mis brazos, sentí que su cuerpo se expandía. Era mucho mayor que yo, el tiempo se le había venido encima. No era un depredador sino alguien en trance de fallecimiento. Su fuerza de gravedad natural, su natural inercia. Recuerdo su respiración espasmódica.

y lo ayudé le limpié el abrigo y coloqué las gafas de nuevo en su estrecha e inteligente cara gris y con ello lo recuperé de la inminencia. No llevaba sombrero y le limpié la coronilla. Un acto de intimidad. Oí que salí de él un extraño murmullo.

hasta que recobró la voz: porque cuando ya pudo hablar me di cuenta de que estaba lo bastante bien para seguir. Comenzó a hablar. Me dijo que se llamaba Ralph y que lo habían excarcelado hacía tres semanas; que su mujer lo había abandonado; que tenía muchos enemigos. Dejé que sus palabras calaran en mi corazón. Lo puede imaginar... si te interesa. A medida que hablaba, su cara se ensombrecía, teñida por el temor. Debió de querer de mí un poco de reciprocidad animal.

durante ese lapso no se movió ni un músculo de mi rostro pero me sudaba la frente, las manos, y casi estoy segura de que levanté mis cejas circunflejas. Hubiera sido presuntuoso hablar, así que permanecí estoica. Impasible

y no sentí nada, ni temor ni lástima, al menos eso me dije entonces, aborrezco a la gente vulnerable no permito que otros me utilicen no soy un cálido refugio para almas desvalidas. Otros ofrecerán caricias, arrullos y mimos. Yo seré más consistente me he liberado de la influencia de la piedad

pero hice lo que era preciso al escucharlo, al limpiarlo, al preguntarle si quería que lo llevara al médico (no) o le buscara un taxi (no, gracias). Su turbia sonrisa, sus ojos hinchados. Se tambaleó por la calle después de desearme un buen día. Quiza fue un malentendido colosal. ¿Estaría solo borracho? Estaba dispuesta a hacer algo más por él si hubiera hecho falta, su lacónica benefactora. Lo habría podido cubrir con palabras como con una manta. Mi vieja sensación de que el mundo entero necesita que lo proteja. Vivimos tiempos terribles.

y proseguí tranquilamente mi camino. Con un dolor en las costillas por el esfuerzo. La sensación de haber sido eficaz, serena, suave, ni mucho, ni poco. ¿Acaso debí obedecer un impulso anormal? No. No me avergonzaré de este momento.  

Supongamos que alguien me hubiera advertido el día anterior como la gente suele hacer cuando te cuenta cosas, trata el tiempo como si estuviera ordenando la comida; como una película antes del estreno escucho con cuidado.

Que mañana a las once de la mañana como una cita. ¿Seré tan predecible? Es verdad, diariamente a horas fijas pinto y dibujo al aire libre. Sin embargo, a las once de marras podría haber estado de camino a un funeral, con un perrito siguiéndome el paso. Podría haber estado de camino a la estación de tren para comenzar mis vacaciones de esquí. Podría haber estado comprando un periódico en la acera de enfrente

un hombre se desplomaría junto a mí de este modo: en realidad no frente a mí. Sin previo aviso. El mismo cuadro. Pero acaso detrás de la escuela más que al lado de la oficina de correos. Alguien con dientes podridos, una uña rota. Hiperdrama

habría padecido con antelación toda suerte de angustias al preguntarme si estaría presentable para la ocasión, al preguntarle qué era lo que le ocurría (¿una enfermedad? ¿una pena?) me habría vuelto calculadora. Después de una terrible noche de insomnio me habría vestido para la ocasión, demasiado elegante (guantes blancos, un pañuelo de seda), habría estado húmeda, sudorosa. Y me habría encontrado aún más lejos de mi vieja inocencia y tranquilidad. ¿Es verdad que alguna vez fuimos felices?

y en el momento decisivo hay incisiones en la eternidad según las leyes de la fascinación, el tiempo parece detener el tiempo está suspendido en cuadro vivo. Reducida a un estado de hipersensibilidad.

en lugar de ayudar al hombre quizá habría hecho lo mismo. Caerme. Entonces habríamos sido dos. Como fulminados por un rayo. Necesitados de la ayuda de una tercera persona, que pasara por allí…

Pues mientras tanto el lapso entre la notificación y el hecho... pero ¿quién habría podido prever semejante hecho? Nadie. Nadie, es decir, a menos que se crea que hay gente con el don de la profecía, excepto la persona que iba a derribar al hombre... Todo ello es, de hecho, fascinante.

todos los impulsos posibles habrían tenido de imaginar la experiencia ¿y sus impulsos? Y estar preparada. Advertida, habría podido traer las sales aromáticas, una carretilla.

y comentarla. Diciéndome cómo he de sentirme. Podía haber evitado esa calle a las once. Pero ¿por qué? Hay mucho que decir de un momento de certidumbre. Un desorden lleva a otro. Me sentía frágil. Me abandonarás. Estás tranquila, eres muy cortés, yo, en cambio, estoy sumida en la mala conducta de la desesperación... lloro, suplico, miento, insulto. Estos días duermo muy poco, tengo mucho que aprender. Cómo luchar, cómo cometer acciones desagradables, cómo parodiarme a mí misma. Mi malestar, mi fervor evangélico. Todo debe ser aceptado. Descubro en quién me he convertido.

¿Qué son entonces nuestras experiencias? Eso que nos acontece, aquello para lo que no estamos preparados. Mi campaña de egoísmo ilustrado: a veces logro extraer serenidad de mis insignificantes terrores. Cada acontecimiento tiene una pequeña etiqueta. La cual dice: y pensar que esto, también, está dentro del ámbito de lo posible.

Mucho más siempre hay más siempre estamos tratando de prepararnos. Cómo enfrentarse a los otros sin temor ni debilidad.

lo que ponemos en ellas Sabía que no me amabas y que jamás me harías feliz pero no podía renunciar a mi amor por ti mi yo idílico.

¡que lo que ya contienen! No había razón alguna para reaccionar se podía seguir caminando pero yo quería mostrar que era fuerte y competente. Sin gestos grandiosos. Despojada de dignidad me conduje con dignidad sé que cometí muchos errores contigo.

¡O debemos llegar tan lejos para decir que Estar contigo es como vivir con una bomba de incesante tictac. Siempre estoy empezando, esforzándome por oír un cambio en el sonido, ese leve titubeo, el cambio de ritmo antes de que esa maldita cosa estalle.

en sí mismas las experiencias, si pueden llamarse así, o la sensación de vacío. Tictac. Quizá no estalle. Me puedo acostumbrar a moverme despacio.

nada contienen? Ya no hay nada. No estoy languideciendo. Pero se puede olvidar todo y entonces todo eso mismo vuelve, realzado con fantasías violentas.

¿Experimentar es inventar? Mi soledad vigilante. Como una Robinson Crusoe urbana, he contado esta historia muchas veces.


Así vivimos ahora (fragmento)

Al principio solo perdía peso, se sentía un poco enfermo, le dijo Max a Ellen, y no pidió una cita a su médico, según Greg, porque lograba seguir trabajando más o menos al mismo ritmo, pero sí dejó de fumar, señaló Tania, lo que sugiere que estaba asustado, pero también que quería, aun más de lo que sabía, estar sano, o más sano, tal vez solo recuperar algunos kilos de peso, dijo Orson, porque le dijo a ella, prosiguió Tanya, que  suponía que iba a subirse por las paredes (¿no se dice así?), y, ante su sorpresa, descubrió que no extrañaba los cigarrillos para nada y que se deleitaba con la sensación de que sus pulmones no sentían dolor por primera vez en años. Pero tenía un buen médico, quiso saber Stephen, porque habría sido una locura no hacerse un exámen médico general después de que pasó el susto y que había vuelto de la conferencia de Helsinski, aun cuando por entonces se sentía mejor. Y él le dijo a Frank que iría, aun cuando estaba de verdad asustado, como reconoció ante Jan, pero quién no se asustaría ahora, sin embargo, por extraño que parezca, no se había preocupado hasta hace poco, le confesó a Quentin, fue solo en los últimos meses que sintió en la boca ese gusto metálico del pánico, porque caer gravemente enfermo era algo que ocurría a otras personas, una ilusión corriente, le señaló a Paolo, si uno tenía treinta y ocho años y nunca había tenido una enfermedad grave; no era, como confirmó Jan, un hipocondríaco. Por supuesto, era difícil no preocuparse, todos estaban preocupados, pero de nada serviría ceder al pánico, porque como le señaló Max a Quentin, no había nada que se pudiera hacer salvo esperar y tener esperanza, esperar y empezar a ser cuidadoso, ser cuidadoso y tener esperanza. Y aun si se probaba que uno estaba enfermo, no debía desalentarse, había nuevos tratamientos que prometían detener el curso inexorable de la enfermedad, la investigación progresaba. Parecía que todos estaban en contacto con todos los demás varias veces a la semana, interesándose, nunca pasé tantas horas seguidas hablando por teléfono, le dijo Stephen a Kate, y cuando me siento exhausto después de las dos o tres llamadas que me hicieron, dándome las últimas noticias, en vez de desconectar el teléfono para darme un respiro marco el número de otro amigo o conocido para darle la noticia. No estoy segura de que pueda permitirme pensar mucho en el asunto, dijo Ellen, y sospecho de mis propios motivos, hay algo morboso a lo que empiezo a acostumbrarme, que me agita,  esto debe parecerse a lo que sintió la gente en Londres durante los bombardeos. Que yo sepa, no corro peligro, pero nunca se sabe, dijo Aileen. Esto no tiene precedentes, dijo Frank. Pero no crees que debería ver a un médico, insistió Stephen. Mira, dijo Orson, no puedes obligar a la gente a que se cuide, y qué te hace pensar lo peor, podría estar debilitado solamente, la gente todavía contrae enfermedades corrientes, algunas espantosas, por qué das por sentado que tiene esa enfermedad. Pero de lo único que quiero estar seguro, dijo Stephen, es que él entiende las opciones, porque la mayoría de la gente no las entiende, por eso no quieren ver a un médico o hacerse el análisis, creen que no se puede hacer nada. Pero quizás pueda hacerse algo, le dijo a Tanya (según Greg), quiero decir qué gano si consulto a un médico; si estoy realmente enfermo, se cuenta que dijo, pronto lo sabré.