Cuando un libro impacta, hace que el mundo y sus cosas cobren relieve. Marca, ordena, bordea. Compone música y pinta un cuadro delante de nuestros ojos. Todo eso, sólo con palabras.

Glosa continua, de la poeta Mercedes Roffé, es un libro inclasificable, mezcla de ensayo, crítica y entramado de pensamientos. Corazonadas, convertidas en bellas y contundentes reflexiones. Todo en derredor de la literatura, la pintura, la música, el arte en su sentido más amplio.

Roffé comparte con generosidad su recorrido literario y artístico, un mapa de lecturas y experiencias. Así, en una misma página el lector puede encontrarse con Hermes cuando pide contemplar el origen de las cosas (“Luego, hundido en las tinieblas de la materia espesa, oye una voz y reconoce en ella la voz de la luz”); o Gertrude Stein (“Es sumamente difícil escribir algo que no tenga sentido”) o Pierre Bertrand (“Todo sistema es una violación, una reconstrucción más o menos brutal de lo real. Un intento de reducir o someter su diversidad a un modelo”). Desde Agamben, pasando por Nietzsche, Stendhal, hasta la mención de una muestra del artista alemán Gerhard Richter, en el MOMA, Roffé inquieta la mente, obliga al lector a conexiones no sólo intelectuales o de contenido, sino también de registro emocional, donde los formal y lo informal, la literatura y el arte, conforman un entramado sólido y armonioso.

El libro es una sucesión de párrafos cortos, dando justamente esa idea de glosa continua. Cada tanto, se deslizan frases que operan como haikus (“Se trata de crear el espacio de una vibración”). O como pequeños poemas (“Hay libros que nacen del asombro ante un mundo que se cae. ¿De dónde? ¿Hacia dónde se cae? ¿Un globo en el espacio despeñándose vertiginosa o lentamente?”).

Varias de ellas resultan contundentes lecciones de literatura: “Hay palabras que cierran, que dan pudor que espantan. Mejor abrir a confusión: cansancio, por ejemplo.” O “¿La función de/la poeta? Desaparecer. Dejar que las palabras hablen precisamente allí donde él/ella deja de interponerse”. También: “Experimentación, permisividad, y la necesidad y la alegría de volver a nombrar las cosas primordiales”. Por otra parte, los nombres que se deslizan en poesía van desde los más rupturistas como el colombiano José Asunción Silva o el francoamericano Pierre Joris; hasta nuestros más cercanos y queridos Alejandra Pizarnik, Olga Orozco y Arnaldo Calveyra. 

También se suceden preciosas anécdotas como aquella que cuenta que al momento de la muerte de Erik Satie (compositor y pianista francés), se encontraron en su habitación a la que nunca había dejado entrar a nadie, cuatro mil dibujos e inscripciones en ínfimas cartulinas cuidadosamente ordenadas en cajas de cigarros.

Roffé logra que aquel que lee Glosa continua se despoje de todo lo mundano, lo que sobra, y se concentre en lo importante. Como si ella buscara hacia adentro y hacia el fondo de sí misma lo esencial, para luego compartirlo. “La mayor parte de nuestra vida es ruido, tiempo profano. El trabajo está concebido de modo que no es sino el principal instrumento de alienación. Invasión, por lo general innecesaria –quiero decir: desproporcionada, no solo con respecto al tiempo que le insume al trabajador, sino también a los bienes que produce”.

La cuidadísima edición a las que nos tiene habituados Editorial Excursiones incluye en Glosa Continua dos postales de pinturas de la artista Florencia Bohtlingk, sumando valor y congruencia a la propuesta.

“En tanto diálogo con otros textos, la metatextualidad fue desde muy temprano uno de los ejes de mi obra. Siempre pensé que uno vive como lee, y que por lo tanto escribe y piensa según aquellos textos en los que se formó y a los que vuelve aun para denegarlos”, ha declarado Roffé, que reside desde 1995 en Nueva York, donde dirige Pen Press, un sello que difunde la obra de poetas del mundo entero y ha ganado distinciones como las becas Guggenheim y Civitella Ranieri.

Con íntima honestidad, Roffé pareciera acercarse al oído de sus lectores para compartir con ellos algo precioso. Ella, que alguna vez escribió este poema: “entretanto/ dejar que las palabras / hagan su obra”. Y en Glosa continua, la obra se hace.