No soy fan de nada. No me duran los fanatismos. No recuerdo las canciones, no recuerdo las frases, distorsiono las letras, confundo los nombres de los discos, y las películas, tardo en recordar tal o cual autor/actriz/directora/actor... Lo que, para escribir teatro, o cualquier otra cosa, es una suerte de pesadilla y, a veces, un descanso. Pero me fascinan los pequeños pasajes, los segmentos tan breves como un parpadeo. Puedo, como en un loop desquiciado, volver a leer y recordar durante mucho tiempo el mismo pasaje de un libro, una obra o un poema. Puedo escuchar la misma parte de una canción con fanatismo futbolero, y puedo ver cientos de veces el mismo instante de una película, en busca de esa excitación momentánea aunque no menos intensa que la de ser fanático de una canción completa o un álbum. Y se trata, para mi, de momentos que generalmente no le importan a nadie: En Matrix Revoluciones, Neo se levanta, luego de haber sido golpeado hasta el hartazgo por el Agente Smith. Smith le pregunta entonces: “Why, Mr Anderson? Why?, Why? What are you doing?”. Como asaltado por el fantasma de Hamlet, esa escena regresa a mi siempre, soy fan de ese segmento, aunque la película no me guste para nada. La lista es infinita: “si digo pan comeré”/ “Oh nuit enchanteresse Divin ravissement”/ “Mirá como me mirás... vos me encandilás”/ “Yo soy Ofelia. Aquella que el río no contuvo”. Todo se mezcla como en la bandeja de un dj que perdió el rumbo. Lo que, tal vez, me hace fan de todo, por un segundo al menos. Retengo algunas inflexiones de ciertas canciones que van desde “Baby one more time” a “Shine On, You Crazy Diamond”, pasando por “Penumbras”, de Sandro a “Ich ruf zu dir herr Jesu Christ”, de Bach y “Ahora te vas” de La Nueva Luna, que, hay que decirlo, llena el Gran Rex tanto como Damon Albarn o Floricienta. 

Ese conjunto de pequeños fragmentos componen para mi una suerte de paisaje imaginario que sería, para graficarlo, una especie de parque de diversiones en el que podés pasar de un juego a otro infinitamente. O también, un archivo sin problemas de copyright: un open free sofware.

Pero en este segmento me piden que sea fan de algo. Así que voy a serlo: Soy fan de “No me arrepiento de este amor”, de Gilda. De cada vez que dice: “Yo siento que la vida se nos va/ y que el día de hoy no volverá”. De cada vez que pasamos con mi novia por el santuario rumbo a El Palmar, de cada vez que suena en la lista de cumpleaños de quienes pasamos los 30 y seguimos buscando cierta fiebre bailantera, olvidada en algún boliche allá por el 97/98/99. 

“Después de cerrar la puerta...” En el secundario hice un remix de sus temas en un casete, usando una suerte de grabador Frankenstein que combinaba dos equipos de música y lograba masterizar las pistas, utilizando una función muy novedosa por entonces (´98) que sumaba unos beats muy golosos a cada enganche. Pasaba ese remix en cada fiesta, mientras surfeaba la ilusión del DJ, cosa que nunca logré ser. 

Mi primera novia del secundario era fana, estaba convertida, cantaba cada canción como quien invoca un espíritu, y como yo la amaba, grabó a fuego su fanatismo. Y es que todos bailamos, besamos, coqueteamos con sus canciones que, luego de haber muerto Gilda adquirieron no solo trascendencia, sino que fueron dotadas de una densidad afrodisíaca: la escuchás y querés amarte, sufrir, menear la vida como ella. 

Desde hace años que fantaseo con hacer una obra de teatro sobre ella, en la que esta canción sería el motor dramático. Pero nunca lo hago, y creo además, que Attaque 77 ya le sacó todo el rédito posible a ese tema. Sin embargo, desde hace más o menos un año, parte de esta letra se convirtió en un minúsculo ritual de una obra en la que actúo: instantes antes de que el público entre, situación que por lo general nos encuentra en una dispersión febril, en la borrachera antes de la batalla, entre gritos, alguna bebida, abrazos y besos, solo una invocación reorganiza las fuerzas para la escena: No me arrepiento de este amor, aunque me cueste el corazón, amar es un milagro, y yo te amé como nunca jamás lo imaginé. Eso rezamos, fugazmente, antes de cada función de amar amar amar. Es un shot místico antes de encarar el público. Un modo de invocar la pasión, la fuerza misteriosa de lo pagano, para atravesar el umbral hacia la tarea de actuar. 

El ritual sucede en un abrazo entre la actriz, la música, la directora, la asistente y yo. 

En ese abrazo se teje una a su vez una ponencia y un deseo: que la ficción sane ciertas heridas de la realidad. Que el teatro se sobreponga a la abulia de los discursos moribundos. Que la actuación inyecte de adrenalina el cuerpo.


Fabián Díaz escribió y dirigió Dios está en la casa (2015); Los hombres vuelven al monte (2014) y Beso (2017) entre otras. Dirigió Pequeño Casamiento, de Luis Cano; El Feo de Marius von Mayemburg. Sus obras Rohayhú, Pato Verde y Los hombres vuelven al monte fueron premiadas por el Instituto Nacional del Teatro en 2018, 2016, 2012 respectivamente. En distintos rubros, recibió nominaciones a los premios Teatro del Mundo, María Guerrero y Trinidad Guevara. Sus últimos trabajos como intérprete fueron amar amar amar dirigida por Manuela Méndez y Categoría Mosquitos, con dirección de Andrés Molina. Estrenará en septiembre Los días de la fragilidad, de Andrés Gallina. Fue seleccionado por la Royal Court Theatre de Londres para participar del Taller Internacional de Dramaturgia 2016-2017-2018 en Chile, Uruguay y Argentina; y formó parte de la Residencia Internacional de Dramaturgia Panorama Sur. Actualmente puede verse amar amar amar de su autoría, los sábados de junio a las 20 y los sábados de agosto y septiembre a las 23 en el Abasto Social Club.