Existe en la obra La mishiguene de la carpa 4 un mecanismo de negación que opera en distintos niveles de lo narrativo. El más evidente es el de disfrazar de comedia a un drama profundamente angustiante, desesperado. El menos notorio, si se quiere, el de “infantilizar” al personaje central de forma tal que todo aquello que le pasa sea lejano al espectador adulto promedio; algo así como distorsionar la empatía para que parezca que duele menos. Así, mediante un fino trabajo, primero del texto y luego de la dirección, la pieza muestra cosas que el público teme -la incomprensión de los propios, la indiferencia de los ajenos, la soledad, el desamor- pero de una forma tan fina que las coloca todo el tiempo en el plano del humor. Claro que no es ingenuo: cada carcajada está doblemente cargada, porque esconde muchos otros sentimientos atrás. 

Escrita por Sebastián Kirszner (El ciclo Mendelbaum, La shikse, El casting) y dirigida por Matías Puricelli (Te quiero hasta la luna, NN- Sala 3), la obra tiene como protagonista a Laura (Mirta Wons), una mujer que ronda los cincuenta pero que parece de quince en función de sus fobias, sus expectativas y sus comportamientos sociales. Como todos los años de su vida, la “mishiguene” (palabra en idish para “loca”) veranea en la carpa 4 de un balneario tradicional de Miramar, que pareciera tener rentada de por vida. Allí se encuentra con el mismo vendedor de la playa de toda su infancia y juventud (Daniel Ibarra) y con un mozo nuevo, que no sabe su historia pero que en pocos minutos la rechaza, como todos los demás (Federico Lomba). Durante la obra, a Laura se la ve en esa porción de arena mezclando el tiempo presente de la representación con la evocación de otros veranos. Y en ese ir y venir de su vida el público se entera de que cuando era chica casi se ahoga en el mar, de que siempre estuvo enamorada del bañero y de que hace años vive sumergida en una profunda e irremediable soledad.

Aquello de la infantilización (mecanismo que se presenta como de lo más interesante de la pieza) no se da sólo cuando el vendedor le dice “Laurita”, o cuando el mozo la reduce a una criatura a la que no hay que prestarle atención. Se da fundamentalmente con la forma en la que la protagonista se autopercibe, aun cuando no sea consciente de esa reducción. Su relación con la sexualidad, por ejemplo, es profundamente ingenua, pese a que por los poros le desborde aquella pulsión. Ella quiere “besar en la boca” al bañero Luis, pero cualquier otra aproximación corporal con él la sofoca, la horroriza, la espanta. De nuevo la negación. Otra vez un mecanismo de rechazo a lo que aflora, a lo que no se puede controlar.  

Si bien da la sensación de que la interpretación de Wons podría ir un poco más allá en profundizar este último aspecto, su desempeño general es bueno y logrado, al igual que el de los dos actores. Es curioso cómo operan las marcas de la puesta en escena, porque quien haya visto otras obras de Kirszner (que generalmente dirige sus propios textos) rápidamente se da cuenta de que acá no es suya la dirección, dado que están ausentes algunas de sus señas personales. Esto, por un lado, permite entender claramente qué compete a la tarea del dramaturgo y qué a la de director y, por otro, hace posible rastrear el recorrido que hizo Puricelli del texto a la escena, su búsqueda para decir algo personal sobre una poética tan propia y tan marcada como la de ese autor, uno de los jóvenes talentos del off. 

En ese sentido, es interesante cómo juega “la cuestión judía”, muy presente en los últimos trabajos de Kirszner. Mientras que en La shikse (todavía en cartel) está todo el tiempo presente, acá sólo subyace en la cosmovisión de la protagonista, sin alusiones directas ni decisivas. “Aparece en Laura, en su imaginario, en sus formas. Se podría argumentar que ese personaje se ve también en otros colectivos, sí, y es quizás por eso que esta obra es más universal que las otras. No deja de ser un típico personaje que aparece cerca de uno”, dijo en una entrevista y dio en el clavo: Laura puede ser cualquier cualquier espectador. Por eso resuena.