Ayer, 25 de junio, se cumplieron 40 años de aquel otro 25 de junio y de aquel otro Mundial, cuando la multitud cómplice gritó "Argentina" para tapar otros gritos: los de la tortura y la muerte.

¿Para qué sirve un Museo de la Memoria en Rosario? ¿Para qué sirve el arte político aunque no lleve ese rótulo? ¿Cuántos paseantes vieron lo que hay ahora ahí en la explanada, visible desde la calle, del edificio de Córdoba y Moreno, frente a la Facultad de Derecho?

Hay un arco de fútbol, de espaldas a la calle, cuya red es deformada por un golazo certero que viene desde afuera de la cancha. Es un gol sin ley, un triunfo perverso: una tela de araña que envuelve la que en la dictadura era sede del Comando del II Cuerpo de Ejército.

Horizonte de sucesos es el título de la obra, una intervención del artista Diego Figueroa que con curaduría de Hernán Camoletto pelea por que no quede sepultado aquel infierno bajo las banderitas blancas y celestes que hoy se agitan nuevamente en el invierno de 2018.

en 1978, con tres años de edad, Diego Figueroa migró desde su Buenos Aires natal a una ciudad chaqueña cuyo nombre Hernán propone leer "en clave metafórica": Resistencia. Ahora su recorrido es siempre ida y vuelta. Resume el curador: "Diego se mueve de la periferia al centro, desde la provincia a la Capital. Vive en Resistencia. Desde ese centro de sus afectos y su hacer como artista se desplaza a otro centro, el político‑económico: Buenos Aires. Allí tiene galería donde realiza individuales, participa de ferias, se vincula con artistas de todo el país. Su taller chaqueño fue espacio de formación informal".

Hoy el Museo de la Memoria de Rosario potencia a través de un lenguaje sensible e inteligible, el del arte contemporáneo, su función de dar espesor al presente, que es histórico y que debe articularse con la perspectiva del pasado y el horizonte del futuro. No puede quedar aplastado en la chatura amnésica de la actualidad, bajo la euforia del acontecimiento minuto a minuto y la vivencia del instante.

La que llegó a las manos del capitán de la selección argentina, Daniel Passarella, aquel frío día de 1978, fue una copa de campeones mundiales de fútbol manchada de sangre. En las primeras planas de todo el planeta, los dictadores asesinos Videla y Massera salían dando la cara con cínica impunidad. "Veinticinco millones de argentinos jugaremos el Mundial", cantaba la publicidad oficial invocando una inexistente armonía patria. El intento de boicot de diversos organismos políticos internacionales fracasó. Exiliados políticos en el extranjero capitalizaron la visibilidad del evento deportivo para amplificar el clamor de sus denuncias sobre la realidad del país: un plan sistemático de aniquilación del pueblo a manos de un Estado que perpetraba crímenes feroces, disimulados bajo el festejo popular.

"Los 25 millones de argentinos que jugaron el Mundial", señala Camoletto, eran "subjetividades intervenidas. Todos los estamentos del Estado en connivencia con grupos de poder civiles funcionaron con un objetivo claro: desaparecer la diferencia. Desaparecieron (fueron desaparecidos) cuerpos, se combatieron ideologías a la vista de un pueblo cuya posibilidad de acción estaba anulada por una maquinaria que operó desde los medios y la manipulación psicológica para inventar sus propias representaciones", atravesadas "por la euforia nacionalista y el valor de universalidad de los valores impuestos".

Figueroa y Camoletto felizmente reinciden como formación (artista y curador, respectivamente) en el Museo de la Memoria de Rosario, en una labor artística de desidiotización que insiste. Obras de Figueroa y de Andrea Fernández constituyeron este año Golpe en seco, la sexta y última muestra del ciclo Presente Continuo.

"En el mundo de Figueroa, el David [de Miguel Ángel] es un pibe en cueros fijado en algún momento de la vuelta del mercado; una bolsa camiseta con pan cuelga de una de sus manos", escribe Camoletto en una memoria aún inédita sobre aquella exposición. Allí no se encontraba la obra descrita sino otras, que proponían reflexiones desde lo objetual sobre lo económico, a través de detalles olvidados tales como el dorso de un billete devaluado por la inflación o el casco de seguridad del obrero de la construcción que es utilizado para mezclar materiales.

Artista que toma sus imágenes y materialidades del universo de lo popular, Diego Figueroa también utilizó arcos de fútbol en una intervención que formó parte de la décima Semana del Arte de Rosario en 2014. Señalizaba aquella vez (y también en el espacio público) las inmediaciones del estadio privado de la banda narco Los Monos.

La esquina de Moreno y Córdoba tampoco es un emplazamiento casual. Da a una plaza que es punto de encuentro de marchas en defensa de derechos, frente a la Sede de la Gobernación de la Provincia (ex Jefatura); esa misma esquina fue recorrida hace medio siglo por los manifestantes del Rosariazo. "La intervención de Diego Figueroa interpela el espacio público, las instituciones, y a los transeúntes que derivan por un corredor ligado al paseo o al consumo", apunta Camoletto. "En ese emplazamiento recoleto, cool, es una astilla. Diego desplaza poéticamente el juego. Subvierte la función de un arco de fútbol. Plantado en un corner de la terraza, éste es atravesado por un chumbazo que llega desde afuera. Desde un juego que se desarrolla en otra cancha. Los tensores, diseñados para brindar protección a los jugadores, devienen el punto débil, el agujero en la trama por donde se define el ataque. Arrasados los anclajes, revertida su direccionalidad, la red es portal, vórtice, boca de Cronos, agujero negro cuyo campo gravitatorio chupa, retiene, desaparece".