El primer 0-0 del Mundial fue protagonizado por Francia y Dinamarca, en el cierre del Grupo C, en el estadio Luzhniki de Moscú. A los dos les servía el empate para preservar sus ganancias: para los galos, el liderazgo de la zona, que lo llevará a jugar en octavos ante Argentina; para Dinamarca, la cuarta  clasificación de su historia para los octavos de final, instancia en la que enfrentará a Croacia.

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Hacía falta un cálculo tan mezquino para que un Mundial en el que no faltan los goles viviera un duelo tan monótono, sin ocasiones, sin polémicas, sin VAR, sin espectáculo, sin historias que contar, una nada que mereció el silbido generalizado una vez que el árbitro marcó el final del encuentro. 

Didier Deschamps, el día que igualaba a Raymond Domenech como seleccionador con más partidos en el banco de Francia, eligió presentar un equipo con muchos cambios, seguramente pensando en lo que viene.

Los duelos contra Dinamarca se han convertido en un hábito para Francia en los últimos Mundiales, además de un termómetro de su estado. En 1998, en la Copa del Mundo en que fueron anfitriones, los dirigidos entonces por Aime Jacquet lograron una trabajada victoria. Cuatro años más tarde, Dinamarca ganó 2-0 en Corea del Sur ante un campeón de fensor en plena descomposición. Ese termómetro parece seguir funcionando. La Francia de 2018 es un equipo con lagunas defensivas y un mediocampo sólido pero poco creativo. Así fue en el debut contra Australia, con una apuesta muy ofensiva de Deschamps, en el segundo duelo frente a Perú, con una alineación más clásica, y de nuevo contra Dinamarca, ante quien le dio minutos a jugadores que habitualmente no son titulares. 

Francia no encanta pero tampoco asusta. Parece depender demasiado de Antoine Griezmann, quien hasta ahora no ha brillado tanto como en el Atlético de Madrid. El resto no aporta alternativas. El barcelonista Dembelé, que recuperó la titularidad perdida contra Perú, aunque esta vez por la derecha, apenas dejó un par de corridas, y Thomas Lemar, el nuevo jugador del Atlético de Madrid que debutaba en un Mundial, le puso más voluntad por la banda izquierda que peligro. Olivier Giroud quedó aislado entre los centrales daneses. Más enseñó Nzonzi junto a Kanté, sobrio y firme, que volvió a ser el mejor del equipo.

Tampoco fue bueno lo de Dinamarca. Los escandinavos hacen un culto del orden, aunque en ataque dependen de Eriksen, que no tuvo una tarde inspirada. Es cierto que intentó algún contraataque, pero encontró siempre bien parado al arquero Mandanda. Solamente con eso, a Dinamarca le alcanzó para sumar otro partido sin perder, un invicto que mantiene desde el 11 de octubre de 2016.