El psicoanálisis trabaja con la subjetividad de cada ser parlante, mientras que las teorías de género son una política de la subjetividad. Es necesario que dialoguen, ya que ambas resisten a las políticas de exclusión.

El discurso psicoanalítico incluyó y se apropió de los conocimientos de filósofos, matemáticos, escritoras, mitos griegos. Y está íntimamente vinculado con lo político sin hacer política, con lo social sin hacer sociología, con la literatura sin hacer lingüística, con el alma sin hacer religión. Mientras que las teorías de género son el brazo académico del feminismo y su militancia es deconstruir realidades sociales luchando por la inclusión y contra la discriminación. 

En tanto el psicoanálisis tiene la lupa puesta en la deconstrucción de las realidades individuales, las teorías de género tienen la lupa en la deconstrucción de las realidades sociales. Apuntan a campos distintos y uno/a observa que esto genera, a veces, un mal-entendido entre estas dos lenguas. Las teorías de género están obteniendo conquistas que cambian nuestra percepción social y los psicoanalistas debemos estar a la altura de los desafíos y subjetividades de la época. Por ejemplo: usar identificaciones móviles, no victimizar a la víctima de violencia, no minimizar situaciones de abuso, evitar patologizar lo no heteronormativo.

Es necesario que las dos disciplinas dialoguen entre sí para contribuir al debate sobre sexo y género. La intersección de estas dos es un lugar privilegiado de cuestionamientos. Comparten al mismo enemigo en común: las estructuras de poder.

No podemos eludir la incomodidad que genera siempre todo cuestionamiento pero el psicoanálisis se dedica a molestar la defensa, a ubicar al síntoma para despejarlo de la moral y ponerlo a trabajar para no eliminarlo. Hacer que el síntoma hable y, en el mejor de los casos, que se roce con el inconsciente, como así también apuntar a hacer una redistribución del goce. En este punto, el psicoanálisis es subversivo porque tiene un deseo en subvertir la norma. No hagamos hoy del psicoanálisis una práctica conservadora ni resistente a los cambios.

Hoy hay una ola fuerte intergeneracional de militantes feministas haciéndose escuchar, aunque no dejan de aparecer los que no quieren saber nada. Muchxs en el campo de la salud mental presentan una sordera frente a los cambios producidos por la marea feminista.

Si sentimos en función de lo que pensamos, sabemos que para que haya un cambio social tiene que haber un cambio en el lenguaje. Los discursos sociales, por cierto, contienen una fuerte pregnancia machista. Vivimos sumergidos en el lenguaje del Otro. El lenguaje termina siendo y es un gran ordenador cultural. 

El psicoanálisis es una herramienta que trabaja con y desde el lenguaje intentando desarmar sentidos coagulados, derribar imperativos, descolocar prejuicios, romper con la binariedad propia del lenguaje y encontrar las resonancias de las letras del síntoma, entre otras tantas cosas. 

Como analistas hoy tenemos una responsabilidad mayor y debemos lograr una torsión del sentido patriarcal por el que estamos todxs atravesadxs para inventar un nuevo otro lenguaje. Como así también, debemos abstenernos de encarnar el lugar de un sujeto/a supuesto saber para evitar que el dispositivo analítico se convierta en un espacio de poder.  

Freud fue un precursor cuando desarrolló, en 1908, las teorías sexuales infantiles. El afirmó que en los niños hay sexualidad, son “perversos polimorfos” por no estar sujetos a condicionamientos fijos de goce sin una pulsión dominante. En esa época fue revolucionario plantear la sexualidad en la infancia. Freud estableció que la sexualidad es palabra y no meramente una cuestión biológica. 

Lacan, por su parte, construyó la lógica de la sexuación para dar cuenta de las modalidades de goce definiendo la posición sexuada y la elección sexual. Lacan afirma: “Que haya hombres y mujeres es primeramente una cuestión de lenguaje (...) no sabemos lo que es un hombre ni una mujer”.

Hagamos hablar al síntoma y no nos quedemos viendo la guerra de los sexos, ya que no se trata de anular la diferencia, sino pensar qué tiene el psicoanálisis para decir y acompañar a estas nuevas subjetividades y nuevos vínculos sin caer en un carácter patológico de identidades, como ha sucedido años atrás. Debemos agregar a esto, los fenómenos de época: amores descartables, narcisismos intensos, deseos líquidos, identificaciones precarias y la inmediatez a la orden del día y el impacto de la tecnología en los vínculos.

Un/a analista posibilita ubicar al síntoma y hacer de él una verdad para cada ser hablante. Se trata de hacer con el síntoma, es decir, con la propia división subjetiva, con aquello que no funciona, con ese agujero estructural cercano a la sexualidad sobre el que nadie sabe una elección, una invención o una solución. Servirnos del síntoma para hacer de él una verdad propia. 

Intervengamos con nuestra lengua incluyendo estos otros discursos para armar una nueva otra lengua con perspectiva de género. Usemos la palabra para dialogar, debatir, historizar y politizar, ya que el psicoanálisis es un operador que trabaja sobre el lenguaje, desde el lenguaje y sobre todo trabaja al lenguaje. Como psicoanalistas no seamos colaboradores de las políticas de exclusión. 

* Psicoanalista.