Aun a destiempo, voy a recoger el guante que arrojó Martín Granovsky en la contratapa de este diario el domingo pasado. Y por eso, para estar a la altura, empiezo por el título de este texto como una declaración de principios frente al otro, que contesto: “Hoy no se chupa”. Se trataba de sugerir una idea, la de imponer un día en el que las mujeres (heterosexuales) se pusieran de acuerdo para no realizar fellatios en protesta contra las machiruleadas –neologismo que proviene de machirulo, palabra que está siendo discutida para su incorporación en el Diccionario de la Real Academia Española– de algunos paparulos que en Rusia hicieron repetir a jovencitas que no entendían qué estaban diciendo cosas como “chupar pijas” o “pete”. Vaya a saber el por qué de la sugerencia ya que sin necesidad de retacearnos acto sexual alguno, los gansos de la broma facilonga habían sido denostados hasta por las mismas autoridades rusas que apalean a gays, lesbianas y transexuales -o sea. Sin embargo, he ahí la idea de una huelga sexual que ya se había puesto en juego 400 años antes de la edad cristiana para detener la guerra del Peloponeso y sobre la que después se volvió más de una vez para oponer la restricción a la violencia. El autor lo hace con cierta timidez, como si anduviera a tientas por un terreno en el que las arenas movedizas amenazan. Enuncia, bajo el subtítulo de reparos ordenados numéricamente, sus propios miedos: ¿está mal pensar una medida que sea sólo para heterosexuales? ¿Por qué deberían todas acatar la medida? ¿Estará cayendo en mansplainig –conducta claramente machista que el autor explica con su etimología en inglés: “man” “explaning”? Todo con la buena intención al final de mostrar que el sexismo está en retirada más allá de lo que termine pasando en el Senado cuando se discuta la legalización del aborto –sintagma que pertenece al autor.

Ahora bien, vayamos a la necesidad de recoger el guante: ya que el autor entiende que la discusión –y aprobación– en el Congreso del aborto legal está ligada a la caída del sexismo –aunque en estas páginas preferimos hablar de la caída del patriarcado, un orden social opresivo para las mayorías, por presión de los feminismos– es nuestro deber aclarar que esa inmensa e irrefrenable marea verde viene, justamente, a reivindicar sus placeres, a sacar de la oscuridad el deseo de experimentar, de gozar, de temblar pero no de miedo a quedar embarazadas sino por tomar el riesgo de aventurarse en otra piel para descubrir en la suya eso que ni siquiera sabía que podía pasar. La marea verde viene a sacar de la clandestinidad al aborto y en el mismo acto saca del clóset al erotismo. Sí, se trata también de evitar la muerte de quienes no acceden por diferencias sociales y económicas a un aborto seguro; pero ésta es una revolución que arrasa porque se dice en nombre propio, en primera persona, desde el territorio de la superficie de placer que es la piel de cada quien. Entender esto es entender también cuál es el fuego que anima a las que llenamos las calles entre abrazos, chupones y frazadas para conjurar cualquier invierno; cuál es la potencia con que se reacciona frente al anacronismo de poner en primer plano el goce masculino y extractivista que sigue creyendo que de las mujeres hay que servirse. “Les aseguro que ningún varón dejaría de hablar del tema”, dice el autor cuando propone la medida cumplida a rajatabla por 24 horas, como si a todos los varones se las chuparan a diario, como si fuera parte de los privilegios –no enunciados pero si sugeridos en la nota– de ser varón. Vaya fortuna que parecen tener, aunque, disculpen, no les creo. Si es por notar, estoy segura de que notaron más los paros feministas que ya hicimos al menos tres veces en los últimos dos años, aunque son mayoría los que todavía no entienden que no es día para que marchen sino para que cuiden a las personas más vulnerables de las familias y comunidades, por ejemplo, tareas que están siempre a cargo de las mujeres y otras feminidades. ¿Y justo ahora nos viene el autor a sugerir ese título tan punchero? ¿‰Hoy no se chupa”, así en impersonal, no está dibujando con la sonrisa de quien sabe que está provocando a un ejército de boquitas corazón que obedientes y a diario rodean miembros para succionarlos? ¿Y qué tal la propuesta de ponerse de rodillas y empezar a chuparla, con dedicación y con esmero, para honrar a las ofendidas por los machirulos hinchas de la selección en lugar de invitarnos, otra vez, a tomar una idea ajena –que, insisto, es más vieja que el calendario actual– que nos supone a nosotras una acción (aun por omisión)? En Brasil, hace unos años, se realizó una medida en los medios de comunicación para hacer visible la falta de plumas y voces femeninas, sobre todo en los lugares de opinión. Se trató de un día de silencio para Los opinólogos de siempre. Es para reflexionar. Hacer silencio, contenerse, escuchar. Si es por tirar ideas al ruedo, he aquí una. Tal vez en el silencio se dejarían de banalizar las luchas feministas, de decirnos cómo y con qué estrategia tenemos que ser feministas para que nos puedan escuchar, cuando tenemos que seducir y cuando podemos poner en juego la rabia que acumulamos por las muertas por femicidio, por las heridas de la violencia sexual, por el acoso cotidiano, por el peso de las tareas que realizamos y ni siquiera se consideran trabajo, por las cosas que tenemos que leer. Y así llegamos a la otra razón que justifica esta nota y es la mención de esta cronista: “Encima Marta Dillon se enoja conmigo”, dice, cuando teme que se lo acuse de mainsplaining, como quien necesita de alguien que reprima para ponerse en el lugar de la desobediencia. Pero, estimado compañero, el título de este texto busca algo más que llamar la atención y, como decía al inicio, es una declaración de principios que tiene su final y se corre del lugar de policía del género en que pretenden ponernos a las feministas –y que vale no pocas agresiones cotidianas en redes sociales y en reuniones de cuerpo presente, cuando nos dicen amargadas, malcogidas o incomibles, violentas, resentidas y etc–: Siempre con las putas, nunca con la yuta.