"Todos somos argentinos". Es la remera que podríamos llevar todos durante el mundial. Nunca mejor momento. Se supone que todos los argentinos somos hinchas de Argentina. Aunque seamos argentinos muy diferentes entre sí, aunque una parte quiera cosas muy diferentes a la otra parte. No en el fútbol, sino en la vida. Incluso una parte quiere la eliminación (física, simbólica, existencial), del otro.
El mundial es un recreo. Uno de los momentos en que podemos lucir la misma remera. Una tregua -como las de navidad en medio de las guerras-, donde podemos dejar pastorear el chauvinismo y exitismo en toda su argenta dimensión. Y si bien el exitismo es casi una enfermedad, no importa. Tiene su lado bueno: siempre se llega a tener razón. Pelota en el ángulo: genios... Pelota en la tribuna: perros... Dios es argentino... Al Gulag, pataduras...
¿Somos los más exitistas del mundo? Claro que sí. Según la RAE, exitismo es una palabra usada acá y en Chile, que perdió el derecho a usarla por cuatro años. Ahora, nadie más exitista que un argentino. Primeros hasta en las enfermedades. Yo, por ejemplo, un intelectual del carajo que tararea las obras de Mozart en varios ritmos, durante el mundial me vuelvo un animalito de Dios. El más chauvinista y el más exitista de todos.
El estado natural de un argentino (durante un mundial) es la esquizofrenia. Yo, por las noches, duermo a los saltos porque el Chiabrando Argentino Hasta la Muerte lucha con el Chiabrando del País de Mierda. Tengo las convicciones de Tom Castro, el impostor inverosímil de Borges, preso luego de querer birlarse una herencia. Al salir de la cárcel se gana la vida dando conferencias sobre su vida, donde se declara culpable o inocente, según el ánimo del auditorio.
El chovinismo o chauvinismo también es una enfermedad, a menos que uno pertenezca al mejor país del mundo, Argentina. Funciona bien excepto cuando uno siente que su país es una mierda, es decir cuando el exitismo es más fuerte que el chauvinismo. A no desesperar, son herramientas que sirven para tener razón, importante sobre todo cuando estamos a punto de perderla, la razón, la cordura, el futuro, incluso la vida.
Porque la argentina chauvinista, exitista, esquizofrénica, está entrando en zona de distopía. Quizá en los manuales médicos algún día digan: "Distopía, enfermedad conocida como la suma de chauvinismo, exitismo, esquizofrenia, más una cuota de hijaputez". No tengo la bola de cristal. Para acertar acá no hace falta ni siquiera tener intuición.
Se avecina una versión mejorada, distorsionada, distópica del 2001, un país al que quizá ni logremos sobrevivir. Un país alienado, deshumanizado, una mierda en vivo y en directo: hambre, pobreza, represión, muerte. Lo que en la distopía de ficción es futuro, acá se está volviendo presente.
Pero ahora está el mundial. El recreo. La tregua. Los argentinos podremos juntarnos en un café, abrazarnos y saltar de alegría, llorar de emoción. Allí estamos las víctimas, los idiotas útiles y el encargado de encender la silla eléctrica. Hasta que la tregua se acabe (si es que no se acabó al salir esta nota). Entonces, volveremos a ser los que éramos: dos partes de un mismo puzzle, pero dos partes convexas, o cóncavas, da lo mismo. Imposibles de ensamblar.
Sin embargo, todos somos iguales de chauvinistas y de exitistas. Todos queremos a este país más allá de lo razonable y a veces lo creemos el mejor, así como a veces lo creemos el peor. La diferencia radica en que el chauvinismo y el exitismo de los herederos de los que organizaron la campaña al desierto se consuma en la exterminación del otro, de nosotros. No les basta con ganar un mundial. No les basta con no perder el trabajo. Quieren que usted sea exterminado. O sea un esclavo. No hay ninguna diferencia con los victimarios de las grandes distopías de ficción. Ninguna.
Como en toda distopía, costará reconocer el origen y los motivos. Cuando comienza es difícil reconocerla porque, como en 1984 de Orwell, todo parece normal hasta que deja de serlo: "Era un luminoso y frío día de abril, y el reloj daba la una de la tarde...". Luego, el horror. Acá se comienza con palabras difusas: reforma, modernización. Detrás de ellas, también el horror.
Nuestros Patrones del mal venderán la distopía como algo positivo. Dirán que al fin tenemos nuestra historia de zombies argenta: The argentinian walking dead. Justificaciones más tontas hemos escuchado. Justificaciones más tontas han creído los votantes. A la vez hay algo de verdad. Veremos argentinos deambulando detrás de soluciones que no están en ningún lado.
¿Dónde puede ir a trabajar un periodista echado de Télam si en los últimos dos años cerraron la mitad de los medios de comunicación? ¿Adónde un obrero de pyme en un mar de pymes cerradas? ¿Otra vez los parripollos y los remiseros improvisados? ¿Volverá la moda del paddle para que los desocupados puedan abrir canchas y fundirse de nuevo?
El recreo va a terminar, y cada clase (social) a su a salón. Salga pato o gallareta, el mundial no hará olvidar lo que se avecina. Existe la solidaridad, quizá. Si el peronismo arregla sus peleas de peluquería, quizá exista la política. Existe el orgullo, la familia, los amigos. O el trueque, un placebo, un lugar donde reconocernos perdedores. En las distopías de ficción, como V de venganza, hay superhéroes. Acá no hay.
Si esas cosas fallan, estaremos como los personajes de La carretera, otra distopía, cerca de comernos unos a otros. Los sociópatas que nos gobiernan nos hundirán en una violencia inédita, aunque a diferencia de La naranja mecánica, en lugar de Beethoven escucharemos Gilda. Eso seremos los argentinos luego del recreo: exitistas camino al más estrepitoso fracaso. Chauvinistas a punto de ver a su querido país transformado en una distopía.
¿Todos somos argentinos?