Días atrás, este diario dio cuenta del 70° cumpleaños del disco de vinilo, caracterizado por un resurgir impensable hace diez años. Los ribetes legendarios del oro negro pueden llevar a la falsa impresión de épocas siempre doradas –que las hubo, claro–, pero también es cierto que aún en el esplendor del 33 1/3 en la Argentina abundaron los percances oscuros. Todo amante de la música sabe que hubo momentos en que los discos industria argentina flameaban como papeles, se combaban por su fragilidad de fábrica, sufrían casi de inmediato heridas insalvables en su superficie. Es que la industria discográfica argentina siempre tuvo un alto índice de imprevisibilidad. Uno de los ejemplos más rotundos sucedió en 1989, cuando la hiperinflación provocó, entre muchos otros desastres, la crisis del vinilo: sin materia prima, los sellos postergaron lanzamientos o directamente los cancelaron. La crisis provocó que CBS le devolviera el contrato a un proyecto del tenor de Divididos, cuyo debut 40 dibujos ahí en el piso llegó a las bateas casi por milagro, y para Acariciando lo áspero ya revistaba en EMI. En la misma época, Andrés Calamaro, hastiado por las demoras para editar Nadie sale vivo de aquí, primero jugó con la idea de salir a recolectar viejos teléfonos de baquelita para conseguir el material de fabricación y finalmente se fue a España, algo que cambió por completo su destino. La crisis del vinilo fue otro jalón en un medio golpeado por la situación geopolítica, social y económica. Dicho en términos menos educados: la Argentina siempre quedó en el culo del mundo, y sufrió los efectos.

En los años anteriores a la escasez de vinilo, esa característica influyó de manera determinante en el modo en que el público argentino percibía la música del resto del planeta. Durante mucho tiempo, estar al tanto de lo que ocurría en los grandes polos de producción musical era un privilegio reservado a los pocos que podían costearse un viaje. Aun con la apertura de importaciones implementada a comienzos de los ‘80 por el ministro de Economía de la dictadura cívico-militar José Alfredo Martínez de Hoz, el desarrollo de la historia de la música, visto desde el sur, es por lo menos desconcertante. Las ediciones locales de artistas internacionales exhibieron una extraña costumbre de traducir los títulos de canciones (con resultados tan delirantes como “Por favor, por favor yo” de The Beatles) y una notoria intención de ahorrar costos. El atraso conque llegaban algunas ediciones y la falta de información en cada disco (por ausencia de “sobre interno” o directamente desidia), fueron conformando una suerte de historia paralela del rock. El consumidor poco avisado –es decir la media, en una era en que no existía internet y los únicos medios rockeros eran Pelo y Expreso Imaginario, que debían escarbar a fondo para encontrar información sobre lo que ocurría en el mundo– terminó recibiendo discografías cambiadas, mutiladas, confusas y equívocas. Aquí van algunos ejemplos.

  • Going for the one, de Yes, se editó en Argentina al mismo tiempo que en el resto del mundo, en 1977. Pero al año siguiente, en estas costas se recibió Time and a word, un disco grabado en 1970. Así, los fans locales del grupo progresivo escucharon primero la formación de Jon Anderson, Steve Howe, Rick Wakeman, Alan White y Chris Squire, y después a la alineación original de Anderson, Squire, Peter Banks, Tony Kaye y Bill Bruford.
  • A su complicada historia de cambios de personal y rumbos artísticos, otro monstruo progresivo como King Crimson debió agregar las particularidades argentinas. Lizard, lanzado en 1971, llegó aquí en 1977; a fines de ese mismo año se editó In the wake of Poseidon, grabado en 1970; Lark’s Tongues in Aspic, de 1973, apareció en 1974, el año de Red, que quedó en el segundo lugar de la lista de “Discos del año” de la Pelo en su anuario de... 1976. King Crimson había sido disuelto por Robert Fripp un año y medio antes. El mismo Fripp, en la conferencia de prensa en Buenos Aires por la reunión de 1994, señaló su extrañeza: “¿Cómo iba a saber que aquí había tantos fans de King Crimson? Según los reportes de mi sello discográfico, In The Court of The Crimson King vendió en Argentina 12 ejemplares”.
  • A Pink Floyd no le fue mejor. En 1969, tras la deserción de Syd Barrett, el grupo inglés lanzó primero More y luego Ummagumma. Este último se editó en Argentina en 1976, y More en 1977. A esa altura, en Inglaterra ya habían disfrutado discos esenciales como Atom heart mother, Dark side of the moon y Wish you were here, que llegaron en edición nacional a comienzos de los ‘80 y gracias al también tardío estreno del film The Wall, prohibido por el milicaje.
  • Tommy, la celebrada ópera rock que The Who grabó en 1969, tuvo su edición argentina en 1975. A fines de 1980 se lanzó The kids are alright, grabado en 1979. En junio de 1983 vio la luz It’s hard (1982), mientras que el disco solista de Pete Townshend All the best cowboys have chinese eyes, grabado antes que It’s hard, se lanzó en Argentina en agosto de 1983.
  • Moving pictures, el disco que Rush grabó en 1981, se lanzó de manera casi simultánea... junto a Fly by night, de 1975.
  • Made in Japan (1972), de Deep Purple, apareció en 1977; Tubular bells (1973), de Mike Oldfield, en 1978; Four way street (1971), de Crosby, Stills, Nash & Young, vio la luz en 1978, cuando en el resto del mundo se editaba Crosby & Nash Greatest Hits y Thoroughfare gap, de Stephen Stills; Fear of music (1979), de Talking Heads, se editó a mediados de 1981; Before the flood (1974), de Bob Dylan, en 1977; Led Zeppelin II (1969) se editó en 1974, y provoca sonrisas verlo en un aviso que dice “Música joven de hoy”; The lamb lies down on Broadway (1974), de Genesis, en 1976; Zoot allures (1976), de Frank Zappa, en 1978, el mismo retraso que sufrió Hejira (1976), de Joni Mitchell.
  • Queen (1973), el debut de la banda liderada por Freddie Mercury, se editó en Argentina en 1978, un año después de la edición local, casi simultánea, de News of the world (1977). Este último disco, sin embargo, es un preciado objeto de colección: en una de tantas intervenciones violentas en el terreno de la cultura, los militares obligaron al sello EMI a quitar el tema de apertura del lado 2, que llevaba el ofensivo título de “Get down, make love” (traducido: “Acuéstate, haz el amor”). La mutilación podía comprobarse comparando el disco argentino con la versión británica, estadounidense y... uruguaya.

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¿A qué viene todo este recuento? Hace dos semanas, Google y Spotify celebraron la puesta en marcha de Record Player, una nueva aplicación que permite sacarle una foto a la portada de un disco y así ser redirigido inmediatamente a la plataforma de streaming para escucharlo y seguir los links a toda la obra de ese artista. Nada (o casi nada) sorprende ya en la era digital, pero esta inmediatez no deja de sorprender a los viejos carrozas que recuerdan las mañanas de domingo en Parque Rivadavia. La Pelo, la Expreso y las afiebradas charlas de melómanos en Caballito conformaban la Wikipedia de la era analógica, el único modo posible de darle forma real a un mapa musical siempre a merced de los caprichos de la industria. Lo sucedido en los veinte años transcurridos desde la aparición del MP3 hace palidecer el proceso vivido durante la Revolución Industrial: cuesta encontrar un símil de salto tecnológico tan violento en tan poco tiempo. 

No se puede sino celebrar el acceso universal a tanta música, aunque buena parte de la música que sale de la canilla del streaming sea un producto adocenado y sin riesgo. Pero el estado de las cosas hace que explicarle a los pibes estas cuestiones de la historia paralela y las músicas que llegaban a los oídos con años de retraso (incluso cuando la banda ya no existía, como esas estrellas que parecen estar en el cielo pero en realidad ya no están) hace que abran los ojos como platos y consulten números de geriátricos. 

Ya lo dijo Dylan en 1964: The times they are a-changin’. Claro que ese disco recién vio la luz aquí avanzados los ‘70.