Si la vasta obra de William Shakespeare pudiera sintetizarse en una imagen, es posible imaginar que se impondría la escena del hombre que sostiene una calavera mientras discurre sobre la existencia humana e instala esa duda tan evocada en el arte dramático: “Ser o no ser, esa es la cuestión”.  Es ese hombre el protagonista de  la pieza más larga del autor inglés y una de las más influyentes de la literatura inglesa: Hamlet. Escrita en el siglo XVII, y convertida en tragedia universal con innumerables representaciones, la obra sigue encontrando lugar en los teatros del mundo, y es ese mismo rango de ícono el que condujo al director Patricio Orozco, creador del Festival Shakespeare Buenos Aires, a montar y dirigir su propia puesta en el Centro Cultural de la Cooperación. 

En el centro de la sala una corona gigante semidestruida contiene el escenario en el que se desarrollan los conflictos de la célebre tragedia del Príncipe de Dinamarca, quien se obsesiona con la idea de vengar la muerte de su padre, asesinado por su hermano Claudio para tomar posesión del trono y casarse con Gertrudis, la reina. Así, con un plan de venganza como hilo conductor, la historia despliega sus tensiones e interrogantes a través de un elenco numeroso de personajes. En el protagónico se luce Alberto Ajaka, bien acompañado por las actuaciones de Antonio Grimau (Claudio); Patricio Contreras (Polonio); Leonor Benedetto (Gertrudis); Paloma Contreras (Ofelia); Sebastián Pajoni (Laertes); Pablo Mariuzzi (Horacio); Hernán Jiménez (Osric); David Masajnik (Rosencrantz) y Sebastián Dartayete (Guildenstern). 

Para Ajaka, el teatro del autor inglés no es un terreno desconocido. En 2006 se lanzó a escribir y dirigir una versión propia de Otelo (Otelo, campeón de la derrota) y seis años más tarde protagonizó Macbeth, en el Teatro San Martín, con dirección de Javier Daulte. “Cuando empecé a hacer teatro tuve la curiosidad de ver cómo se podía acceder al canon de Shakespeare, con la misma ingenuidad que tiene un extranjero cuando va a París y visita la Torre Eiffel”, revela. Por su parte, Contreras, quien encarna a Polonio, acompañante del Rey Claudio, recuerda su actuación en la comedia Medida por medida, en el Teatro Regina, en 1992. “Hacer una obra de Shakespeare es algo que no se da todos los días, y esta es mi segunda oportunidad”, celebra. Para Grimau, en cambio, el papel del Rey Claudio significa su primera incursión en la escena shakesperiana. “Venía de hacer una obra de Molière y me pareció un recorrido coherente encarar una obra como Hamlet”, asegura. 

–Los tres tienen una larga trayectoria como intérpretes. ¿Representar un clásico de Shakespeare implica un desafío actoral particular?      

Antonio Grimau: –No se ha hecho demasiado teatro clásico aquí. Por eso, para mí, esta experiencia es verdaderamente un desafío en el sentido estricto de la palabra porque significa bucear en aguas absolutamente desconocidas y tirarse a la pileta sin demasiadas seguridades. Eso es justamente lo que me atraía de esta propuesta porque lo que siempre me interesa como actor, en todos los terrenos, es encarar cosas que me comprometan a fondo. Cada función recorro un camino desconocido, pero a la vez muy emocionante y gratificante. Cuando uno empieza a disfrutar de este tipo de clásicos, lo pasa muy bien.  

Patricio Contreras: –El nombre de Shakespeare asusta, pero cada vez se le tiene menos respeto en el sentido de que el teatro es más libre y admite romper con las convenciones, y no es necesario hacer un Shakespeare académico, con calzas y capas. Creo que las grandes piezas como Hamlet se sostienen por el punto de vista, por el director y la propuesta. Escuché una vez a alguien afirmar que hacer Hamlet es una nueva manera de equivocarse, porque es tan vasta la obra que se la puede encarar desde distintos lugares y siempre va a quedar afuera la mayor parte de los temas que toca. Eso es lo saludable: faltar el respeto en el buen sentido y jugar, que –se supone– es lo que sabemos hacer.

Alberto Ajaka: –En el teatro lo único que hay son problemas, problemas teatrales, y en ese sentido Hamlet es “el” problema. A veces uno, como actor, puede llegar a amplificar ese problema o ir más profundo. A su vez, cuanto mejor es la obra, los problemas son mayores. Hamlet no termina ni empieza en ninguna puesta; venía desde antes y seguirá más allá, a pesar de nosotros. 

–¿Haber indagado previamente en la obra de Shakespeare como actor, director y autor, le brindó herramientas para nutrir esta nueva composición?

A. A.: –Me ayudó a revisar los errores que cometí antaño en cada oportunidad, producto de mi ingenuidad, y para tomar conciencia de la parada escénica. A mí me encanta ensayar. El territorio del ensayo es el que más me gusta. Lo paso muy bien cotejando y compartiendo con mis compañeros y con la dirección. 

–En su caso, esta es la primera vez que comparte escena teatral con su hija Paloma, y en la obra sostienen el mismo vínculo que en la vida real. ¿Cómo transita esta experiencia?

P. C.: –Es una de las cosas más lindas que me han pasado en la vida, porque ni en mis delirios más fantasiosos imaginé que iba a estar en el escenario con Paloma. Siendo ella actriz, no era raro que esto pudiera ocurrir, pero que se haya dado la coincidencia de que interpretáramos a un padre y a una hija en Hamlet fue un motivo importante para que yo aceptara aún con más entusiasmo estar en el elenco. Encontrarme con ella en escena es algo lindísimo.              

–Por su lado, Grimau, puede decirse que viene saldando cuentas pendientes en materia actoral. El año pasado protagonizó por primera vez un clásico (El avaro, de Molière), y ahora interpreta su primer papel en una obra de Shakespeare. ¿Cómo lo vive?   

A. G.: –Fue muy sufrida toda la época de ensayos. Como dice Alberto, el ensayo permite una libertad y una búsqueda, pero el estreno se viene encima y a veces la búsqueda no alcanza determinados objetivos, y ese era un poco mi caso. Ahora que ya hemos transitado algunas funciones, y está el público allí, empiezo a disfrutarlo, a sentirlo vivo y a encontrar cada vez más al personaje.

–¿Dónde consideran que radica el poder de esta obra que habilita que se la siga revisitando y representando continuamente?

A. G.: –Hamlet es una obra en la que es imposible no identificarse con alguno de sus tramos. En el mundo siguen sucediendo los mismos conflictos que representa y eso le da una frescura y una vigencia permanentes. Creo que no hay actor americano que no ambicione interpretar esta obra alguna vez, porque es un viaje maravilloso que mete mucho miedo pero también es una aventura interesantísima.     

P.C.: –En la medida que los seres humanos sigamos siendo imperfectos, desmesurados en nuestras ambiciones, egoístas, avaros y seres mínimos, Shakespeare va a seguir teniendo vigencia. Harold Bloom, un teórico importante que lo ha estudiado, tiene un libro que se titula Shakespeare. La invención de lo humano, y yo creo que acierta con ese título porque Shakespeare es el primer autor que caracteriza a los personajes por su temperamento y ahonda en su personalidad. En sus obras, los personajes que acompañan a los grandes hitos como Otelo o Hamlet, también tienen su psicología y su modo de expresión.            

A. A.: –Bloom es un gran lector de Borges, quien ya dejaba deslizar en un pequeño cuento que se llama “Everything and nothing” esa idea de que Shakespeare es el inventor de lo humano, por lo menos de lo humano tal como lo conocemos en el mundo occidental. Hamlet es potente porque es una obra muy moderna y metateatral, en la que el escritor monta una escena dentro de la escena para cuestionar la forma en que se hacían las tragedias sobre venganzas. Creo que la inteligencia y la humildad de Shakespeare radicaron en desentrañar la humanidad sin tratar de resolverla ni juzgarla. Y eso es muy difícil. 

* Hamlet puede verse en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543) los viernes y sábados a las 22.