Durante los últimos meses la investigadora de performance y artista argentina Marcela Fuentes estuvo de paso por Argentina. Desde 2001 vive en EEUU y en estos años, entre otras cosas, coeditó junto a Diana Taylor “Estudios avanzados de performance” y escribió un libro de próxima publicación en el cual profundiza sobre los movimientos artísticos y políticos cruzados desde la revolución zapatista hasta la actualidad. El clima post electoral estadounidense la encontró en Buenos Aires, pero ya está de regreso en ese país donde, al momento de irse, tener una performance lgbti no parecía revestir ningún peligro.     

¿Cómo vive la comunidad glbt, la asunción inminente de Trump?

–Hay miedos concretos, cotidianos. Tiene que ver con sentirse un cuerpo vulnerabilizado, peligroso de portar. El tema del bullying con este candidato ha sido validado. Muchas de mis amigas encontraron a sus hijos en el cuarto llorando porque el bullying había ganado. Ahora hay una tendencia a minimizarlo, este es un proceso al que conceptualizan como “normalización”. Se han redefinido las condiciones. Si soy una persona que se lee queer, una mujer u hombre trans, estoy ahí midiéndome a ver cuánto doy o no doy ante la mirada de los otros. Mucha gente dice: “Ahora vamos a tener un perfil bajo”, “vamos a tener que encriptar nuestros mensajes en Facebook”. Es la idea de la táctica. Incluso en lugares progresistas como Nueva York ha habido pintadas. No hay sitios seguros. Hay personas que están pensando en aplicaciones como Uber para ver quién está en su campus, buscando qué hombre blanco hay o persona que no se lee cómo minoría, a la hora de salir si es de noche. 

Ya se están viendo los efectos en la conducta social del discurso preelectoral entonces…

–Sí. Mucha gente dice que exageran las personas que están protestando, que son histéricos o histéricas (es interesante que apareció esta palabra). Pretenden que no va a ser tan así, que Trump no va a eliminar el matrimonio igualitario. Lo que pasa es que hay un tipo de población que está activando que su identidad se basa en sacarles derechos a otros; nuevamente, como en los años de Bush, esta ha sido en parte una campaña por los valores. La idea de hacer América grande otra vez. Entonces se vuelve a una noción tradicional, en las áreas rurales el concepto de identidad es diferente y aparece la cuestión de la defensa, por ejemplo, la defensa del matrimonio como una institución basada en un hombre y una mujer. Ese discurso de valores tradicionales y derecha religiosa, más un enojo por la falta de perspectiva religiosa, se ha hecho un combo que es realmente... La gente quiere volver a tener buenos puestos de trabajo, pero no acusa al sistema, porque el sistema es intangible y no lo puede comprender, sino a las personas que ellos creen que tienen responsabilidad, es decir, a las minorías. Entonces, en el sentido performático de la vida cotidiana lgbti, se ve en: a ver cómo me comporto para que no me ataquen. 

¿Y desde lo institucional, pensás que hay riesgo de retroceso en materia de derechos?

–Ahí el centro de la preocupación es la Corte Suprema porque hay un juez que falleció y hay que reemplazarlo y Trump dice que va a nominar candidatos conservadores; un impacto que va a durar muchísimos años. Muchos de los derechos que se consiguieron de protección a personas lgbti fueron órdenes especiales que dio Obama porque nada pasaba por el Congreso, que es mayoría republicana, y Trump podría llegar a revertirlas. La tendencia en el discurso de Trump es que cada Estado e institución decida lo que le haga más sentido, según la comunidad. Parece un neoliberalismo laissez faire con una idea de que el Estado se retira, pero en realidad es un Estado activo que está validando los activismos antiderechos, le está diciendo a las personas que tienen políticas discriminatorias: yo respeto tu palabra y tu capacidad de decisión. Con respecto a personas trans y latinas hay un movimiento que empezó en la era Obama –que ha deportado más gente que ninguno–, “undocuqueer proyect” y ellos decían: los dos candidatos nos van a chingar pero Hillary va a usar lubricante. Se acumulan vulnerabilidades para una persona queer con una situación migratoria irregular.

¿Estás por sacar un nuevo libro?

–Primero creí que en este clima no iba a ser útil, pero después pensé que en realidad enseña cómo los militantes se sobreponen, la potencia de la resistencia aún en las condiciones más desfavorables. Trato de retomar la idea de performance que se ha neoliberalizado tanto y retomo la idea de acontecimiento: una acción colectiva y callejera que sea disruptora del status quo, que sea ineficaz en el sentido de ser acciones que irrumpen y anormalizan lo cotidiano. El libro recorre desde la rebelión zapatista hasta Ayotzinapa y analiza cómo la performance está tan presente en los movimientos de resistencia como en las formas de control. Es un mapeo de los activismos que han usado performance y tecnología en sus distintas expresiones (la derecha utiliza muy bien la tecnología y me parece que ese lugar no lo podemos abandonar). Analizo los movimientos artísticos surgidos en relación con activistas en contextos de crisis desatadas por las políticas neoliberales. 

¿Cuál es el título?

–“Performance y acontecimiento, cuerpos, redes y acción política en las Américas”. Va a salir primero en inglés y luego va a ser traducido. Es interesante porque en inglés el título es “In the event of performance, bodys, networks and politics action in America”. Cuando llegué a EE.UU., en la era Bush, había muchos libros que decían “in the event”, que quiere decir “en caso de”. Tiene que ver con la ideología del riesgo, del control y de la especulación de lo que pueda pasar. Incluso a nivel económico. Y tiene que ver con la letra chica: en el caso de una eventualidad las condiciones cambian, algo que quien firmó no lo ve. Se trata del tipo de cálculo que uno hace también, cómo nosotros pensamos tácticamente como activistas para protegernos. Ahora la tarea es ser inteligentes. No pienso como Zizek que es lo mejor que nos podría haber pasado pero la primera lucha es no dejar que se normalice, es luchar porque siga siendo algo intolerable.   

¿Cómo se juega actualmente en las redes el factor performático?

–Por ejemplo, la autocensura y la búsqueda de aprobación generan que vayamos a un discurso polémico y declarativo porque son los status que dan mayores likes. Por eso ves que aun gente que no tiene nada que ver con el activismo, se transforma en activista en las redes. Ese reguero de pólvora es lo que más afecta los procesos políticos, porque la gente está repitiendo cosas que no entiende. Es fácil encontrar esa masa que va a replicar. Todo el mundo se transformó en experto y nadie chequea nada. 

Durante tu estadía en Buenos Aires, estuviste colaborando con el colectivo Ni una menos, ¿verdad?

–Estoy investigando en el sentido académico el colectivo Ni una menos. Sobre todo el uso de las redes sociales y cómo esa herramienta contribuye a las trasnacionalización del movimiento, ellas cifraron cierta demanda en mí, de que yo podía ayudarlas con el componente performático porque les interesa mucho el tema de la resignificación de los cuerpos y las acciones simbólicas. Pensar el tema de nuestras intervenciones y crear cambios reales, y pensar en cómo puede contribuir con esto el arte. El arte, lo estético, tiene que ver con el tema de cómo se trabajan los afectos. Los femicidios son expresiones disciplinadoras y crean inseguridad en el sentido de tener miedo. Los femicidios son performance, es horroroso decirlo. El montaje que hay, de cómo aparecen las víctimas, son mensajes, como dice Rita Segato y ahí vemos una clara teatralización. 

Brevemente, ¿cuál es tu definición de la performance?

–La performance como género tiene una geneología compleja. Pasamos de verla como expresión artística basada en el cuerpo a ver la vida cómo performance. Es usar elementos del teatro para observar cómo se juega una relación de poder en una situación dada, cómo están el espacio y el tiempo estructurados. Es similar a decir: toda la vida es un teatro.