Producción: Javier Lewkowicz


Barco a la deriva

Por Marcelo Bruchanski *

Poco tiempo después de que la crisis subprime hiciera estallar las bolsas de todo el mundo, los precios de las materias primas alcanzaron precios inéditamente altos. En ese contexto, los países de América latina, habituales productores y exportadores de materias primas, consiguieron tasas de crecimiento considerables por varios años. A este fenómeno se lo denominaba “viento de cola” o “contexto internacional favorable”.

Por el contrario, actualmente estaríamos siendo víctimas del “viento de frente”: la suba de la tasa de interés en los Estados Unidos y las batallas comerciales entre las economías más grandes del planeta han puesto límites a la capacidad del gobierno argentino para seguir colocando deuda en los mercados internacionales y por eso debe recurrir al FMI.

Así planteado, nuestro país no parece ser otra cosa que un barco navegando a la deriva. No tiene motor, velas ni timonel que puedan modificar el rumbo por el que el viento nos conduce arbitrariamente. Solo queda resignarse y esperar a que las corrientes marinas nos lleven a buen puerto.

El enfoque hasta acá descripto es parcial. Es cierto que todo país periférico está sujeto a las transformaciones de la economía mundial, pero no es menos cierto que cada país periférico procesa dichas transformaciones de una manera particular. Resulta entonces conveniente comparar a la Argentina con nuestros países vecinos para evaluar si es correcto atribuir toda la culpa al viento y a las corrientes marinas.

Si bien a partir del año 2003 los países sudamericanos experimentaron una mejora en sus términos de intercambio porque exportan materias primas, dicha mejora no fue igual para todos. El precio de la soja que produce Argentina aumentó, pero menos que otras materias primas vinculadas a la minería o a los hidrocarburos que se producen en otros países latinoamericanos. En ese contexto, sin embargo, la Argentina creció más que sus vecinos.

En cambio, recientemente y a partir de que los Estados Unidos empezaron a endurecer las condiciones financieras internacionales, la mayoría de los países latinoamericanos depreciaron su moneda frente al dólar. Históricamente, cuando la tasa de interés de los Bonos del Tesoro estadounidense sube, los fondos de inversión se alejan de los mercados periféricos y huyen hacia los activos que no tienen riesgo de default. Los capitales financieros empiezan a huir en manada y se genera una reacción en cadena: el precio de los activos financieros cae porque los inversores venden y los inversores venden porque el precio de los activos financieros cae.

La salida de capitales especulativos hacia los Estados Unidos fortalece al dólar y deprecia a las monedas periféricas. Pero el dólar subió 65 por ciento frente al peso en el último año, mientras que el real brasileño lo hizo en 17 por ciento, el peso uruguayo en 11 por ciento y el peso mexicano en 10 por ciento. En otras palabras, lo que en Sudamérica se sintió como un viento de frente, en la Argentina resultó ser un huracán cambiario.

Asimismo, el EMBI (índice de bonos para países emergentes) es un indicador del banco JP Morgan que mide el riesgo de que la Argentina no pague su deuda a los acreedores privados internacionales, de acuerdo al mercado. Para eso, saca la diferencia entre el rendimiento que pagan los países periféricos como la Argentina en relación a los bonos del Tesoro estadounidense. Cuanto mayor es el EMBI, menor es el precio de los bonos argentinos (denominados en dólares) y mayor sería, para los mercados, el riesgo de default. Mientras en el último año el EMBI Latino aumentó 12,9 por ciento, el brasileño lo hizo en 14,9 por ciento y el mexicano en 10,3 por ciento, el argentino creció 41 por ciento. De nuevo, los bonos latinoamericanos padecieron un viento de frente, pero los argentinos se comportaron como en un huracán.

Ciertamente, las condiciones financieras globales están dificultando la capacidad de los países latinoamericanos de colocar deuda en los mercados internacionales de crédito y de retener a los fondos de inversión extranjeros. Aparece entonces la necesidad imperiosa de generar recursos genuinos mejorando los saldos comerciales y de frenar la fuga de capitales. De otra forma, el país no es otra cosa que un barco a la deriva incapaz de modificar el rumbo al que nos lleva el contexto internacional.

* Departamento de economía política del Centro Cultural de la Cooperación.


Reformas neoliberales

Por Eduardo Crespo *

La economía brasileña sigue decepcionando a los pronosticadores. En los últimos años casi todos los analistas, con independencia de filiaciones ideológicas, fallaron en sus previsiones. ¿Hay algo particularmente extraño en el comportamiento económico del país vecino? Durante la primera gestión de Dilma Rousseff se redujeron impuestos a las empresas y la inversión no se recuperó. En el segundo mandato se optó por un severo ajuste fiscal y el déficit creció. Para la mayoría de los gurúes estas medidas fueron insuficientes. Luego del golpe institucional, la coalición que lidera Michel Temer, apoyada por una inmensa alianza parlamentaria, empresarial, mediática y judicial, dio inicio al más soñado conjunto de reformas neoliberales. Introdujo una enmienda constitucional para limitar el crecimiento del gasto público por veinte años, implementó una ambiciosa reforma laboral y relanzó una renovada ola de privatizaciones y concesiones al sector privado. A juzgar por los resultados, todas estas medidas siguen siendo insuficientes. Después de dos años de estrepitosa caída, la economía brasileña tuvo un magro crecimiento de 1 por ciento en 2017. Se encuentra en el mismo nivel que en 2011 y 6 por ciento por debajo de 2013 con proyecciones de desaceleración en 2018. El desempleo se mantiene incólume en 13 por ciento, la violencia organizada se dispara y todos los indicadores sociales de deterioran peligrosamente. ¿La economía brasileña se volvió loca?

Los motivos macroeconómicos de la crisis y el posterior estancamiento no son especialmente difíciles de entender, ni requieren teorías o metodologías de análisis novedosos. Basta una rápida revisión a los componentes de la demanda agregada para entender que no existen razones para el optimismo. La magra mejora de 2017 se explica por el leve crecimiento del consumo y las exportaciones. El salario mínimo posee una regla de ajuste heredada que depende de la inflación del período anterior, que se ubicó en 6,5 por ciento, mientras que la inflación de 2017 fue de 2,8 por ciento. Esta circunstancia permitió una suba real que impulsó el consumo, circunstancia difícilmente repetiste en años venideros. También se registraron aumentos de gastos estatales extra-presupuestarios por mayores desembolsos de fondos provisionales en concepto de jubilaciones anticipadas. Y las exportaciones crecieron por la recuperación de la demanda internacional y la mejora de los términos de intercambio. Excluyendo estas ligeras variaciones, ningún otro componente muestra signos de recuperación y por ello es improbable, sino imposible, se registren fuertes inversiones del sector privado.

Si la explicación económica es tan sencilla, ¿por qué los sectores dirigentes insisten con un rumbo equivocado? Nada indica que la coalición gobernante tenga como objetivos el crecimiento, la recuperación del empleo y mucho menos el desarrollo. Sería ingenuo deducir que el rumbo es “equivocado”. Por el contrario, la dirección parece totalmente coherente cuando se interpreta que meta buscada es redistribuir el ingreso en favor de propietarios, restablecer un nivel de desempleo “natural”, restringir el margen de maniobra de futuros gobiernos y entregar activos públicos entre socios y aliados. Esta lectura se confirma cuando se recuerda que Brasil no se encuentra frente a una instancia de restricción externa. Las reservas internacionales alcanzan 380 mil millones de dólares,  en coincidencia con las turbulencias internacionales el dólar cotiza menos que en 2016 y la entrada de capitales sigue financiado un déficit de cuenta corriente en contracción, pese a la reducción de tasas del Banco Central. Luego del golpe parlamentario y la intervención judicial para que Luiz Inácio Lula da Silva no participe en la próximas elecciones, no sorprendería que la restauración conservadora adopte perfiles represivos en un contexto de creciente descomposición estatal.

* Economista  de la Universidad Federal de Río de Janeiro.