Para resumir brutalmente una pila de textos académicos: el arte contemporáneo es posible gracias al capitalismo neoliberal, además de Internet, las bienales, las ferias de arte, las historias paralelas emergentes y las crecientes desigualdades de ingresos. Sumemos a esta lista a la guerra asimétrica –una de las razones de las enormes redistribuciones de riquezas–, la especulación de bienes raíces, la evasión fiscal, el lavado de dinero y los mercados financieros desregulados.

Parafraseando los esclarecedores conceptos del filósofo Peter Osborne sobre este tema: el arte contemporáneo nos muestra la falta de un tiempo y un espacio (globales). Es más, proyecta una unidad ficticia sobre una variedad de ideas diferentes del espacio y el tiempo, proporcionando una superficie común allí donde no la hay.

Así, la falta de un terreno, una temporalidad o un espacio comunes, el arte contemporáneo se transforma en un delegado de la comunidad global. Se define por la proliferación de locaciones y la falta de responsabilidad. Funciona a través de grandes operaciones de bienes raíces que reorganizan el espacio urbano, transformando las ciudades de todo el mundo. Incluso es un espacio de guerras civiles que provocan booms en el mercado del arte una o dos décadas más tarde a través de la redistribución de la riqueza causada por los conflictos armados. Tiene lugar en servidores y por medio de infraestructuras de fibra óptica, y cada vez que, milagrosamente, la deuda pública se transforma en riqueza privada. El arte contemporáneo ocurre cuando a los contribuyentes se les hace creer que están ayudando a otros Estados soberanos cuando en realidad están subsidiando a la banca internacional que se ve compensada por colocar deuda de alto riesgo en naciones vulnerables. O cuando este o aquel régimen decide que necesita el equivalente, en el campo de las relaciones públicas, de una cirugía plástica.

Pero el arte contemporáneo también crea nuevos espacios físicos que evitan las soberanías nacionales. Permítanme darles un ejemplo contemporáneo: el almacenamiento de arte en puertos libres.

La madre de todos los espacios de almacenamiento de arte en puertos libres es el puerto libre de Ginebra, una zona libre de impuestos que incluye partes de una estación de cargas y un edificio de almacenamiento industrial. La zona de libre comercio ocupa el patio trasero y el cuarto piso del viejo almacén, de modo que diferentes jurisdicciones se encuentran en el mismo predio, mientras que los otros pisos se encuentran fuera de aquella zona de puerto libre. En 2014, habilitaron un nuevo espacio de almacenamiento. Apenas unos años antes, el puerto libre ni siquiera era considerado oficialmente parte de Suiza.

Se rumorea que el edificio alberga cientos de Picassos, pero nadie sabe el número exacto porque la documentación es más bien opaca. No obstante, no hay muchas dudas de que sus contenidos podrían competir con cualquiera de los grandes museos.

Asumamos que este es uno de los espacios de arte más importantes del mundo en la actualidad. No solo no es público, sino que se encuentra ubicado dentro de una geografía muy particular.

Desde el punto de vista legal, los espacios de almacenamiento de arte en puertos libres son en cierto modo extraterritoriales. Algunos se encuentran en las zonas de tránsito de los aeropuertos o en los sectores libres de impuestos. Keller Easterling describe la zona libre como un “enclave cercado para el almacenamiento”. Hoy se ha transformado en un órgano primario del urbanismo global, copiado y pegado en diferentes ubicaciones alrededor del mundo. Es un ejemplo de la “extra-estatalidad”, como la llama Easterling, dentro de “un estado de excepción híbrido”, más allá de las leyes del Estado-nación. En ese estado de excepción desregulado se privilegia a las corporaciones por sobre los ciudadanos comunes, los “inversionistas” reemplazan a los contribuyentes y los módulos a los edificios: “Los atractivos que ofrecen los puertos libres son similares a los de los centros financieros off-shore: seguridad y confidencialidad, sin demasiado escrutinio… y un conjunto de ventajas impositivas… Técnicamente, los bienes alojados en los puertos libres se encuentran en tránsito, aun cuando en realidad los puertos se utilizan cada vez más como residencia permanente de la riqueza acumulada” (cita tomada del artículo Freeports: Über-warehouses for the ultra-rich [Puertos libres: depósitos uber para los ultra ricos], disponible online en The Economist).

El puerto libre es entonces una zona de tránsito permanente.

Si bien es fijo, ¿el puerto libre define también un carácter efímero que se perpetúa? ¿Es simplemente una zona extraterritorial o es también un sector aislado cuidadosamente dispuesto para la rentabilidad financiera?

El puerto libre contiene múltiples contradicciones: es una zona de impermanencia terminal; es también una zona extra-legalidad legalizada, mantenida por los Estados-nación que buscan emular a los Estados fallidos del mejor modo posible: perdiendo el control selectivamente. 

Thomas Elsaesser utilizó el término “inestabilidad constructiva” para describir las propiedades aerodinámicas de los aviones de combate que obtienen una ventaja decisiva cuando vuelan al borde del fallo del sistema. Se podría decir que “caen” o “fallan” en la dirección deseada. Esta inestabilidad constructiva es implementada dentro de los Estados-nación que incorporan zonas en las que “fallan” a propósito. Suiza, por ejemplo, contiene 245 almacenes aduaneros, que encierran zonas excepcionales desde el punto de vista legal y administrativo. ¿Son este y otros Estados contenedores de diferentes tipos de jurisdicciones que se aplican o, más bien, no se aplican, según la riqueza de las corporaciones o de los individuos? ¿Se ha transformado este tipo de Estado en un paquete para la falta de estatalidad oportunista? Como señaló Elsaesser, su idea de “inestabilidad constructiva” se originó discutiendo la obra “Así van las cosas” (“Der Lauf der Dinge”, 1987), de los artistas suizos Fischli & Weiss. En ella, un gran número de objetos pierden el equilibrio en un colapso celebratorio. El glorioso lema del film es: “El equilibrio es más bello justo al borde del colapso”.

Entre muchas otras cosas, los puertos libres también se transforman en zonas para el arte libre de impuestos, donde el control y las fallas son calibrados según la “inestabilidad constructiva”, de modo que las cosas alegremente se encuentran en un equilibrio endeble permanentemente congelado.

* Artista y ensayista nacida en Munich en 1966. Fragmento editado de su libro Arte Duty Free, que acaba de ser publicado, con traducción de Fernando Bruno, por la editorial Caja Negra.