PáginaI12 En Gran Bretaña

Desde Londres

Con sinuosa identidad camaleónica, Theresa May está sobreviviendo todas las tormentas del Brexit. Votó a favor de permanecer en la Unión Europea (UE) en el fatídico referendo de 2016, se convirtió al “Brexit is Brexit” al sustituir unas semanas más tarde a David Cameron, se inclinó unos meses más tarde por un “Hard Brexit”, suavizó esa posición bajo la presión de la UE y el empresariado británico, y hoy representa el Brexit pragmático del “White Paper”(Libro blanco) gubernamental presentado el jueves, documento que explica el tipo de relación económica que busca el Reino Unido con el bloque europeo. 

Las transformaciones de la primera ministra le han permitido sobrevivir a sus propios errores como cuando convocó a elecciones anticipadas en abril de 2017 para tener una mayoría absoluta parlamentaria que facilitara la negociación con la UE, apuesta fallida que la dejó en minoría en la Cámara de los Comunes, sostenida por una alianza con las fuerzas más reaccionarias del parlamento, los DUP de Irlanda del Norte. Muchos conservadores no le perdonan la pérdida de 13 escaños y que le permitiera ganar 30 diputados a la versión más radical del laborismo en mucho tiempo, encabezada por Jeremy Corbyn. 

Nadie daba entonces un penique por la primera ministra que consiguió sobrevivir gracias al vacío político que desencadenaría su partida y la posible elección de Corbyn como primer ministro. Esta precaria sobrevida no significa que tenga garantizado el cumplimiento de su mandato que vence en junio de 2022: la bomba del Brexit le puede explotar en cualquier momento. 

En metáfora pugilística, May no ha recuperado el centro del ring ni maneja los tiempos de la pelea. Más bien se asemeja a un boxeador que llega al final de cada round con el único objetivo de mantenerse en pie para alcanzar como sea el final del combate. 

No es una pelea clásica porque May tiene varios contrincantes al mismo tiempo: cualquier le puede propinar el golpe decisivo. Comencemos por su propio partido. El anuncio del White Paper debía unificar a los duros pro-Brexit y a los partidarios de una separación leve que conserve el máximo grado de unión con la UE. En vez de eso, se le fueron en esta última semana dos ministros, el de Salida del Brexit, David Davis, y el canciller, Boris Johnson, y un secretario de estado, Steve Baker. En el parlamento parece contar con una mayoría de diputados a favor de una versión suave del Brexit, pero entre 60 y 80 se oponen y cuentan con el apoyo de las bases partidarias en los condados y las ciudades del interior. 

Los opositores a May necesitan 48 diputados – un 15% del total de escaños conservadores– para lanzar una moción de censura interna contra la líder del partido mayoritario en la Cámara de los Comunes, en este caso, la primer ministro. Nadie sabe si van a poder juntar ese número o si, en caso de hacerlo, ganarán la elección interna partidaria. 

Sigamos con los contrincantes. En un contexto internacional enrarecido, hasta los supuestamente espectadores neutrales pueden convertirse en enemigos y partirle la quijada. La visita de Donald Trump al Reino Unido, iniciada el jueves, es un ejemplo. En menos de 24 horas, Trump declaró al tabloide The Sun que el “White Paper” volvía prácticamente imposible un acuerdo comercial con el Reino Unido porque “estaríamos tratando con la Unión Europea en vez de con el Reino Unido” . No contento con tirarle esa bomba Trump añadió que el archirrival de May, el ahora ex canciller Boris Johnson, sería un “excelente primer ministro”. 

El viernes por la tarde el presidente desmintió haber dicho lo que había dicho, lo atribuyó a las “fake news” y aseguró que era posible un tratado de libre comercio con el Reino Unido. En una entrevista con la BBC ayer domingo, May señaló que Trump le había aconsejado que cambiara su estrategia negociadora con la UE y demandara legalmente al bloque europeo (ver recuadro). May indicó que no seguiría su consejo que, sin embargo, suena a miel paradisíaca para los ultras conservadores que no quieren ningún tipo de tratado con la UE a pesar de que la mitad de los intercambios comerciales británicos son con el continente. 

Con este telón de fondo comienza este lunes y martes otra semana crucial para el Brexit. Hoy y mañana la Cámara de los Comunes debatirá dos proyectos de ley esenciales para que haya un Brexit “duro” o “leve”: el de comercio y el de Aduanas. El proyecto busca autorizar al gobierno a tener su propio sistema aduanero y comercial, pero los rebeldes conservadores han introducido cuatro enmiendas que bloquean la posibilidad de un acuerdo con la UE. Si May pierde la votación, quedaría atada de pies y manos en la negociación con la UE. 

El viernes 20 de julio la UE analizará el White Paper. El bloque europeo tiene fuertes reservas sobre la propuesta británica, pero tampoco quiere asestar el golpe mortal a May. Lo más probable es que, una vez más, prolonguen con abstracciones una negociación que ya lleva casi año y medio sin llegar a ninguna parte. La diferencia es que la tregua esta vez tiene fecha de vencimiento. 

En octubre o noviembre a más tardar tendrá que haber un acuerdo entre las partes a ser votado por los parlamentos de todos los países o habrá por default un Brexit duro (ambas partes se regirán por las reglas de la OMC con un fuerte aumento de aranceles que hoy no existen). En la práctica de la negociación hay mucho menos tiempo real que los tres o cuatro meses nominales que figuran en el calendario. El receso parlamentario británico comienza la semana próxima y dura hasta principios de octubre. Las vacaciones europeas ralentizarán también las negociaciones: también los diplomáticos van a la playa. Mientras tanto Theresa May seguirá viviendo en un tiempo más circunscripto aún, rezando semana a semana para sobrevivir en el cargo.