En Memoria acerca de Alfred Marshall, J. M. Keynes sostenía que el economista competente era tan raro como un “mirlo blanco”. La rareza no debía buscarse en las dificultades intrínsecas de la teoría, que a juicio del maestro inglés demandaba menos esfuerzos que la filosofía o las ciencias duras, sino en la necesidad profesional de combinar una multitud de saberes para poder comprender la suma de dimensiones involucradas en las decisiones de política. El buen economista, entonces, debe moldear teoría, números, historia, comportamiento humano, relaciones de poder y funcionamiento del aparato de Estado. Esta idea de suma de competencias resulta de gran utilidad para analizar los cambios en Economía, así como el resultado esperable de las políticas.

Nicolás Dujovne, el nuevo titular de la ex Secretaría de Hacienda formalmente elevada a ministerio, inició su gestión comunicando los objetivos económicos generales para 2017. Es decir, no sólo expresó los de su área específica, sino también los de las carteras de Trabajo, Energía, Producción, Agroindustria, Finanzas e Interior, las que en conjunto atomizan las decisiones económicas. El punto de partida mostró que la Jefatura de Gabinete valoró especialmente la experiencia comunicacional del novel funcionario. De las seis entrevistas publicadas en las que respondió con el mismo libreto, y en las que cinco diarios le preguntaron lo mismo, quedaron algunos conceptos clave para el año en curso.

El marco general fue tácito. La Alianza PRO registró dos cuestiones evidentes. La primera fue el cambio del escenario internacional en una dirección completamente contraria a la de sus erróneas previsiones iniciales: un mundo más proteccionista, con reversión antes que expansión de los flujos de inversión multinacionales –con el caso del redireccionamiento de las inversiones de Ford desde México hacia Detroit como señal de largada– y un fortalecimiento del dólar con aumento de la tasa de interés en Estados Unidos. Dicho en pocas palabras: el escenario no podría ser peor para un modelo centrado en la ilusión de la inversión extranjera y en el endeudamiento externo. La segunda cuestión, también de fondo, es que el poder financiero global ya prevé las necesidades de repago de la deuda argentina y comienza a demandar con urgencia la reducción de déficit fiscal, según puede leerse reiteradamente en la prensa financiera mundial.

Frente al nuevo cuadro de datos el gobierno decidió no alterar su rumbo, pero sí maquillar el camino, de allí el esfuerzo de relegitimar a comienzos de 2017 las políticas que provocaron la recesión de 2016. El mecanismo empleado fue el inaugurado en diciembre de 2015: presentar sus políticas como “inevitables” e incluso, en el borde del absurdo, como logros, como es el caso de las “salidas del cepo y del default”. El dato duro, en cambio, es que estas decisiones fueron gigantescas transferencias de ingresos entre clases sociales y sectores productivos.

Mirando a 2017, el nuevo ministro aportó definiciones importantes en tres temas clave: déficit fiscal, lo que incluyó la promesa de “una reforma impositiva integral”, financiamiento de la seguridad social y apertura de la economía.

Una primera lectura sobre la salida de Alfonso de Prat-Gay, que incorpora el dato falso del gradualismo 2016, es que el ex columnista de TN habría llegado para “profundizar el ajuste”. Si se siguen sus dichos surge otra cosa, la búsqueda de un verdadero prodigio macroeconómico: la simultaneidad entre la baja el gasto y de los impuestos, y el aumento de la inversión pública y el crecimiento.

Dado que estas cuestiones estarán presentes en el debate económico durante todo el año vale la pena detenerse brevemente en su dimensión teórica. Para la ortodoxia el gasto público, al financiarse con impuestos, desplaza al gasto privado y atenta contra el crecimiento de la economía. Para la heterodoxia es al revés, el gasto del sector público, en tanto componente de la Demanda agregada, impulsa el crecimiento. Para el nuevo ministro, se trataría de encontrar un equilibrio entre las dos visiones. Sin detenerse mucho en el debate teórico, que es abundantísimo, la mirada ortodoxa es estrictamente contable, estática, y descarta el dato de que el gasto, intertemporalmente, no se financia sólo con impuestos. El Estado tiene a su disposición múltiples mecanismos, desde la emisión al endeudamiento. En contraposición, el aumento de la demanda, no sólo es instantáneo, sino que tiene un probado efecto multiplicador sobre el PIB. Dujovne sostiene que el prodigio que propone podría lograrse reemplazando programas infructuosos por otros más productivos con eje en la obra pública. Si bien la diversidad de efectos multiplicadores del gasto constituye un dato cierto, y sin negar la siempre necesaria búsqueda de su calidad, vale recordar que en términos de reactivación lo que importa es el quantum. Como se dijo muchas veces, los recortes del gasto total en relación al PIB cuando la economía se encuentra en recesión provocan el efecto del “perro que se muerde la cola”: la caída del gasto contrae la demanda y la actividad e, inmediatamente, la recaudación. Sin alejarse mucho en tiempo y espacio, ya sucedió en Argentina en 1999 y 2016 o en Brasil en 2015. En realidad, la búsqueda de ejemplos debería ser al revés, no existen ejemplos históricos de ajustes expansivos. Para Dujovne, en cambio, el carácter expansivo o no del gasto dependería de la relación entre el nivel de déficit y la tasa de interés. La idea que está por detrás, errónea para la economía local, es que el nivel de actividad depende de la tasa antes que de la demanda.

La segunda cuestión clave tratada por el ex economista del Banco Galicia fue la idea de que “los impuestos al trabajo son absurdos”, toda una visión sobre el financiamiento de la seguridad social. Resulta notable que el nuevo funcionario haya enfatizado, correctamente, en denominar “impuesto a los ingresos” a Ganancias, pero que inmediatamente llamara “impuestos al trabajo” a los aportes de los empleadores a la seguridad social. La argumentación fue la tradicional según la cual estos aportes, al ser muy altos, desincentivan la creación de empleo y alientan la informalidad. Aquí el debate económico retrocede un piso de dos décadas. La historia muestra que, con los actuales niveles, el desempleo y la informalidad se redujeron progresivamente durante toda la última década hasta 2015, mientras que con su rebaja en los 90, la informalidad aumentó, no se creó empleo y se provocó el desfinanciamiento del sistema previsional que culminó en su privatización parcial con el nefasto régimen de AFJP.

En el ámbito laboral trascendió también, fuera de los reportajes, que el gobierno intentará transformar los planes sociales en subsidios al empleo privado. El argumento aquí es que así se fomentará el empleo genuino frente a “las dádivas” a los desempleados. La realidad, en cambio, es que se trata de otra transferencia. Los subsidios de 280 mil planes los recibirán directamente los empresarios, para quienes bajará proporcionalmente el costo de los salarios (como con los Repro). Resulta difícil imaginar una propuesta más regresiva. Luego, si se suma el análisis del comportamiento de los actores, puede preverse que antes que alentar el empleo, se alentará la precarización, pues el comportamiento de los empleadores será mantener el subsidio al salario, es decir; rotar trabajadores como sucede actualmente con las “pasantías”.

El tercer punto destacado por el nuevo titular de Hacienda fue el de la apertura de la economía. Lo hizo desde varios ángulos. El primero fue considerar a las importaciones como un incentivo a la competencia. Basta recordar la publicidad de las sillas importadas de la época de la dictadura para concluir que aquí el debate no atrasa dos décadas, sino cuatro. Esta competencia importada serviría también para bajar la inflación, sin que aquí, como se argumenta en la relación Estado-privados, importe el desplazamiento de empleo nacional por importado. Finalmente, el tercer argumento fue cuantitativo. La economía local “importa muy poco” y “para exportar hay que importar”. Absolutamente cierto, pero con detalles. La producción manufacturera local demanda insumos y bienes de capital importados. Si se quiere exportar más para que las importaciones sean sostenibles habrá también que importar más, una dinámica que supone monitorear permanentemente el resultado de la cuenta corriente del balance de pagos, las divisas disponibles. Sin embargo, la apertura producida en 2016 no tiene nada que ver con esta dinámica, el grueso de las importaciones fueron bienes finales y de consumo.

La tentación, cuando se analiza el desempeño de los economistas de la Alianza PRO, es pensar en mirlos negros que trabajan en espacios lineales antes que multidimensionales, pero la perspectiva cambia si en vez del discurso se analiza el cumplimiento de objetivos.