En plena Guerra Fría, el mundo era un lugar en que la información de los espías era tan valiosa que Estados Unidos y la URSS repartían sus hombres secretos en decenas de países para saber cómo pensaba y qué hacía el enemigo. A finales de la década del 70 del siglo pasado, cuando el fútbol no estaba gobernado por la tecnología, Juan Carlos Lorenzo acudió al método de la CIA y la KGB para conocer todo (“Hasta cómo jugaba un lateral de la Reserva de ellos”, le dirá Heber Mastrángelo a Enganche) acerca del Borussia Mönchengladbach, el rival de Boca en la Copa Intercontinental de 1977. Aquella final mitológica se disputó al año siguiente, en 1978, y transcurrieron 133 días entre el partido de ida (2-2 en la Bombonera) y el 3-0 de la revancha, que ubicó a Boca en el centro del mundo. Toto Lorenzo infiltró en las entrañas del subcampeón de Europa (el campeón, Liverpool, rechazó jugar esa copa), como supuesto periodista, a un amigo que era preparador físico y hablaba perfectamente en alemán. La historia del fútbol se escribió con héroes y dioses en pantalones cortos, pero hay hombres invisibles que también deberían ser parte de las grandes consagraciones. Como Claudio von Foerster. 

“Nadie creía en nosotros. Yo mandé a alguien que se hizo pasar por alemán para que espiara durante un mes la pretemporada del Borussia. Y eso me sirvió para sacar conclusiones. Sabíamos que iban a estar duros y que debía poner en cancha un equipo rápido”, revelaría Lorenzo unos años después. El enigmático periodista que iba a todos los entrenamientos del Borussia y hasta entrevistaba a los jugadores alemanes cumplió con rigurosa metodología su misión. 

Uno de los grandes protagonistas de un partido que para Boca significó su primera Copa Intercontinental (después la ganaría en 2000, ante el Real Madrid, y en 2003, ante el Milan) fue Darío Felman. Si Claudio Caniggia era el hijo del viento, Felman, aquella noche en Karlsruhe, podría haber sido el viento mismo. Cuando a Caniggia le preguntan por un ídolo nombra al delantero que aquel primer día de agosto de 1978 convirtió el 1-0 y partió la noche como un rayo: “Los alemanes levantaban la mano, pedían off side. Pero yo arranqué desde atrás de la mitad de la cancha. Volábamos, parecíamos aviones”.

Felman no estuvo en el partido del 21 de marzo en La Bombonera porque jugaba a préstamo en el Valencia de España. Pero la Liga había terminado y aquel puntero izquierdo estaba de vacaciones en Mendoza, su provincia natal. “Descansaba junto con la familia y me llamó (Alberto) el Puma Armando”, cuenta Felman por teléfono, desde Valencia. El presidente de Boca lo convenció para que jugara –además había una cláusula que a Boca le permitía contar con el delantero para ese partido– y el autor del primer gol contra el Borussia se sumó a los entrenamientos antes de viajar a Alemania. En la jugada del segundo gol, Felman desbordó y asistió con un centro atrás a Mastrángelo, que apareció como falso 9: “El Heber se tomó su tiempo; yo pensé que no definía más, pero definió bárbaro”. Mástrángelo repasa la jugada con la precisión de un hombre que desafía a los recuerdos ajados: “Me gritaban pateá, pateá. El centro de Darío fue fuerte, era para pegarle de primera. Pero la pelota de ellos era más liviana y la paré para asegurarla”. 

Después de aquel partido, los dirigentes del Valencia que habían ido a ver al danés Allan Simonsen (elegido como el mejor futbolista de Europa en 1977 por el semanario France Football) decidieron, en cambio, comprar el pase de Felman, quien se suponía iba a volver a Boca. Antes del encuentro, el delantero del equipo alemán que pudo haber sido el socio de Mario Kempes, graficó al rival: “Tengo entendido que Boca Juniors tienen un fútbol bastante distinto al que nosotros pensamos que poseen los clubes argentinos. Por eso no nos vamos a descuidar, porque ya tuvimos una prueba en el Mundial viendo a un equipo como el seleccionado argentino, de una gran fuerza ofensiva, sin alardes innecesarios de otras épocas”. 

Entre los dos partidos de aquella Intercontinental en la que se consagró Boca, Argentina ganó su primera Copa del Mundo envuelta en una paradoja: sin ningún futbolista xeneize. Lorenzo replicaba el debate con una sentencia: “Yo tengo otra Selección”. Mario Zanabria aporta que el contexto incidió en la atmósfera de un partido que, para los alemanes, no era Borussia contra Boca: “Era Alemania contra Argentina. De alguna manera, nosotros fuimos a defender el título de Argentina campeón del mundo”, recuerda el ex número 10. 

Aquel Boca inolvidable fue un equipo rápido, pensado para la ocasión. “Estaba tomando un café con Armando en el hotel y pasó Lorenzo. Entonces el presidente le preguntó cómo iba a formar el equipo y el Toto arrancó: “(Hugo) Gatti, (Vicente) Pernía, (José Luis) Tesare, (Miguel Ángel) Bordón y (José María) Suárez. Eran todos suplentes menos Pernía”, cuenta Mastrángelo. Lorenzo reemplazó a su experimentada dupla central por los jóvenes Tersare y Bordón. Cosas del destino: de ese plantel, son los únicos que no están vivos. 

Es posible que Boca haya ganado el partido imposible. Desde su génesis tuvo que luchar contra las adversidades. Además de remontar el empate de local, se sobrepuso a un viaje maratónico. El plantel partió de Buenos Aires a San Pablo, con escala de cuatro horas y cambio de avión, de ahí a Dakar (“como llovía, del avión a la pista nos llevaban unos tipos a cococho”, recuerda Mastrángelo”), siguieron a París, otra escala de tres horas, y luego otro avión a Frankfurt. Ya en Alemania hicieron 200 kilómetros en micro para llegar a Karlsruhe. Ese recorrido insólito fue el preámbulo de otro episodio que marcaría el contraste entre ambos equipos: faltaba un día para el partido y los futbolistas de Boca vieron cómo elongaban y corrían sus rivales, como si estuviesen por empezar a jugar. Dos de los que miraban asombrados y comentaban sobre esa práctica eran Mastrángelo y Pancho Sá. Lo hablaban mientras fumaban.

A las trampas de la memoria se le cuelan entre las hendijas imágenes incompletas, esas pocas jugadas rastreables que no alcanzan para certificar o refutar que la goleada de Boca, además de épica, haya sido justa o injusta. Desde hace poco se puede ver a color en internet el gol de Carlos Salinas, el tercero. La escena es a partir del momento de la definición, pero no está el tramo en que gambetea a tres rivales. El partido no fue televisado para la Argentina y un recuadro de la sexta edición del diario Crónica del 1 de agosto de 1978 destila ironía: “(…) lo de hoy es para confirmar la ‘visión’ de algunos ejecutivos: ¡NO SE TELEVISÓ A BOCA Y CAMPEÓN DEL MUNDO!”. 

Pero aun los que retratan el partido perfecto, como Felman, reconocen que Gatti no pasó inadvertido: “El Loco resolvió las pocas llegadas con sus payasadas”. Guillermo Cóppola vio el partido detrás del arco, acreditado como fotógrafo oficial de Boca. Hace 15 años le contó a Olé que Gatti le preguntaba cuánto faltaba para que terminara y él le gritaba “dale, dale, meté que somos campeones”. La ansiedad de Gatti no parecía la del arquero de un equipo que ibaganando 3-0. Según su propia versión, fue una de las figuras: “Por momentos nos dieron un baile fatal. Tapé un montón de pelotas, nos podían haber ganado”. Mastrángelo dice que Gatti “terminó verde desde la cabeza hasta los cordones, de tanto revolcarse”. Lorenzo reconoció que Gatti volvió a ser el gran arquero y Armando destacó que, más allá de sus atajadas, el flaco de vincha salió a hacer su show: “Gatti hizo una vuelta carnero para sacar una pelota del área y se caía la cancha”. Pablo Abbatángelo, ex dirigente de Boca, recuerda una anécdota que le contó la Pantera Rodríguez, el suplente de Gatti: “Él vio el partido desde el banco y me dijo que nos cagaron a pelotazos y que si en los primeros quince minutos nos hacían cuatro goles era merecido”. Zanabria habla en esa misma sintonía: “En los primeros diez o quince minutos nos tuvieron en un arco”. Udo Latteck, técnico del Borussia, no reparó en Gatti: “Perdimos merecidamente, Boca fue más inteligente y es un equipo más maduro que el nuestro”.

El estadio en que se jugó la revancha no era el del Borussia, que se encontraba en remodelación. Las 40 mil personas que colmaron el Will Park Stadium lo hicieron en las tribunas de un club de la segunda división de Alemania. Aunque dicen que tenía el mejor sistema de iluminación de todas las canchas alemanas. Es tal vez la metáfora de un Boca encendido, que brilló con sus ataques furibundos en una ráfaga de treinta y tres minutos en la que trituró a su rival con una implacabilidad que suele atribuírseles a los alemanes. La receta de Lorenzo fue su anti receta: jugó como nunca antes, con dos volantes ofensivos y tres delanteros. El Toto había sintetizado en la charla técnica: “Hay que atacar y atacar”. 

Al regreso, los jugadores fueron directo a La Candela. Cuatro días después debían jugar contra Newell’s en Rosario por el Metropolitano 78, que disputarían cabeza a cabeza contra Quilmes (ver páginas 14 y 15). Pero Boca ya había logrado lo imposible, lo que nadie creía: golear sin algunos titulares históricos y de visitante a “un equipazo”. Al menos, así había catalogado al Borussia Von Foerster, el espía del Toto Lorenzo.