Conocido en España por su trabajo en musicales, Ignasi Vidal empieza a hacerse un lugar como dramaturgo. Su obra Dignidad, sobre la corrupción política –o sobre lo que ocurre con la amistad en ese ámbito, como él prefiere decir–, tuvo repercusiones que “trascendieron lo teatral”. Tras girar por diferentes ciudades españolas, recientemente estrenó en Buenos Aires, con dirección de Corina Fiorillo y actuaciones de Roberto Vallejos y Gustavo Pardi (de miércoles a domingos a las 21.30 en Maipo Kabaret, Esmeralda 443). Próximamente se la podrá ver también en Ecuador y en Italia.

  Dignidad es la historia de dos amigos y compañeros de militancia, unidos en algún momento por ideales, separados ahora por un secreto que se descubre y por sus visiones encontradas de la política. Prácticamente toda la acción transcurre en un despacho. Los personajes son Francisco (Vallejos), candidato a ganar la interna del partido y posible próximo presidente del país, y Alejandro (Pardi), que aspira a convertirse en vicepresidente. Se encuentran un día para compartir un whisky y la verdad de la política estalla, al igual que la del vínculo.

  Vidal es actor, músico, cantante, autor y director. Protagonizó últimamente famosos musicales, como Los miserables, La bella y la bestia, Jesucristo superstar y Rent, pero está más interesado en la dirección y en la escritura. “El musical no me acaba de dar satisfacción artística. Estoy retirado. Llevaba mucho tiempo con agotamiento, por la exigencia que supone estar cantando todos los días. Y hay gente que lo hace mucho mejor. Mi percepción es cada vez más general y menos desde la óptica de un personaje”, cuenta. Suele dirigir sus textos, pero en Dignidad –estrenada en abril de 2015 en los Teatros del Canal– eligió actuar.

  “La obra no tiene ideología partidaria”, asegura el autor, que vive en Madrid y tuvo un breve paso por la militancia política, en Unión Progreso y Democracia (UPyD).  “Es imposible averiguar de qué partido estamos hablando. Tiene un corte shakespereano, porque es mucho más importante la cuestión humanista”, define. Para el estreno en Buenos Aires, Elio Marchi realizó algunos ajustes al texto. “Es la primera vez que se hace fuera de España, y se la va a ver en bastantes países. El mundo es mucho más pequeño de lo que parece. Lo que ocurre en España está ocurriendo aquí, en Estados Unidos, en Italia. Estamos conectados. Aquí, la gente que lo ha leído dijo: ‘parece escrito para aquí’”.

–No habla bien de la sociedad argentina…

–No habla bien de nadie. La obra se desarrolla dentro del contexto político, pero la política es lo de menos. Lo importante está en la cuestión de la amistad, en la traición. Porque lo mismo que ocurre en un partido puede ocurrir en una empresa de neumáticos. Los políticos no son extraterrestres, salen de la sociedad. Tienen los vicios que tenemos todos. Me interesaban las relaciones que se crean dentro de un partido, lo sensibles que son cuando la ambición se pone por el medio. Aunque me basé en un binomio fundamental para el desarrollo español en los ochenta –Felipe González y Alfonso Guerra–, era importante que la obra no tuviera rastros de ningún partido.  

–¿Cómo recibió el espectáculo el público español?

–La gente se ponía muy caliente. Era bonito. La obra trascendió el ámbito del teatro y pasó a uno especial: la política. Teníamos un debate todos los martes, tras las funciones, con gente de la cultura y la política. Llegamos a tener al ex vicepresidente del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba. Fue interesante escuchar a los políticos hablar fuera del lugar al que están acostumbrados. Algunos espectadores veían la ocasión de poder decirles como veían la situación. Pérez Rubalcaba dijo: “duele ver que la cosa esté así todavía, después de tantos años ocupando cargos de responsabilidad”. 

–¿No le daba temor que la obra retratara, únicamente, la cara negativa de la política?

–A pesar de lo que mucha gente pueda pensar, la escribí con una gran fe en la democracia, el mejor de los sistemas posibles. Que haya un personaje como Francisco es una esperanza. Hay gente que se acerca a la política creyendo que se pueden hacer cosas de forma desinteresada y buena, para los demás. La democracia es un invento del hombre, un ser imperfecto; así que la democracia es un sistema imperfecto. No podemos aspirar a que un gobierno llegue y lo cambie todo, pero sí a que muchos gobiernos, poco a poco, vayan cambiando las cosas.

–¿Cuál es su lectura sobre la situación política en la Argentina?

–Prefiero no hablar porque acabo de llegar. Pero anduve por la calle, hablé con la gente, vi malestar y no me extraña. Está todo carísimo. La gente está muy caliente. En España hemos vivido lo mismo. Hemos pagado, estamos pagando, los desmanes, las malas previsiones de sucesivos gobiernos, que en lugar de trabajar juntos, lo que están haciendo es hablar de herencias. Cada vez que escucho la palabra “herencia” le pegaría una patada al tablero. El kirchnerismo tenía cosas muy interesantes, sobre todo una conciencia clara, inequívoca, de lo social.