La distribución sexual clásica basada en el binario hombre y mujer está en crisis. Es algo ya adelantado por Jacques Lacan en 1972 cuando, en su Seminario, afirmaba: “[…] no sabemos qué son el hombre y la mujer. Durante un tiempo se consideró que esta bipolaridad de valores sostenía suficientemente, suturaba, lo tocante al sexo” (1). La pluralización de los modos de goce, como series ilimitadas que no hacen conjunto, hace problemático establecer categorías y clases como las de masculino y femenino. Las categorías se diluyen por su pluralización ilimitada. Así, los directivos de Facebook ofrecen a sus usuarios múltiples posibilidades de identificación de género. La multiplicación tiende al infinito, abriendo subconjuntos. Vemos como la lógica basada en el reino del padre, y las categorías universales, cede su lugar a una distribución sexual que tiene que ver con el modo de gozar absolutamente particular, lo que puede conducir a que la diferencia sexual llegue a basarse en el caso único, o se pretenda variable en función de la circunstancia y el momento, irreductible a cualquier clasificación.

Todo cambia, pero no tanto: en el diario español El País, se publicó un excelente artículo con el título “Sin instrucciones para saber de sexo” firmado por Carmen Pérez-Lanzac. Documentado en estudios oficiales, la conclusión es que los adolescentes y jóvenes actuales hacen del porno (y su paradigma falocéntrico) la referencia principal de sus prácticas sexuales. Igualmente, se constata que la violencia machista entre adolescentes aumenta. Curiosamente, los estudios destacan que todos los jóvenes creen en la igualdad de sexos. El problema no se da a nivel ideológico, a nivel de las creencias. Marisa Pires, de Acciones de Salud contra la violencia de género, afirma que “la violencia de pareja hacia las mujeres se cuela por la afectividad y no por la ideología”.

Parece que asistiéramos, por un lado, al todo cambia en la distribución sexual y, por otro lado, mediante el auge de la pornografía como paradigma de la vida erótica, al reforzamiento de las posiciones sexuales más tradicionales. La posición masculina del lado del fetichismo, y de la degradación del objeto erótico como condición de goce, y la posición femenina que hace del consentimiento al fantasma masculino la supuesta vía para obtener el signo de amor, para lograr ser la elegida. Signo de amor, como condición de goce, que con frecuencia no se obtiene y que puede conducir al maltrato.

Quiero introducir esta reflexión inicial como un recordatorio para evitar un efecto de fascinación imaginaria ante las transformaciones en el campo de la distribución sexual, que sin embargo existen. Pero es evidente que lo nuevo coexiste con lo viejo y que lo viejo no se deja reducir exclusivamente por la ideología. Las pulsiones no se dejan domesticar por las ideas. Esto implica que las diferencias sexuales no pueden ser entendidas como otras diferencias (ideológicas, por ejemplo). Lo ideológico remite al orden simbólico, lo sexual a las pulsiones, a lo real del goce. Por eso el sexo se resiste a lo cultural y no puede ser deconstruido tan fácilmente como otras variables.

Debemos al movimiento feminista, al movimiento de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales, y a la acción favorecida por los discursos de los “estudios sobre el género” (gender estudies), los “estudios sobre la mujer”, y los “cultural studies” transformaciones notables en el discurso y en las prácticas sociales basadas, hasta hace bien poco, en el binarismo heteronormativo.

Mención aparte merece la política queer que, de algún modo, es una reacción a los movimientos de gays y lesbianas de gozar de los mismos derechos que los heterosexuales. El término queer (raro, bizarro, en inglés), reivindica una diferencia más radical que se sostendría en la práctica particular de goce. Desde esta perspectiva, se postula una sexualidad performativa por fuera de las categorías hombre o mujer, pero también heterosexual u homosexual. Se defiende así una sexualidad rebelde a cualquier clasificación, a cualquier determinismo.    Se trata de una propuesta de desidentificación radical.

Afirmar que no existe un saber sobre lo que es un hombre, una mujer, un gay, o una lesbiana, es un fundamento del pensamiento queer. Las prácticas queer, al subvertir toda categoría sexual, se sostienen, lo sepan o no, en que la pulsión no tiene un objeto predeterminado excepto la satisfacción misma, y que todo objeto es parcial y desnaturalizado. Por eso la sexualidad no se reduce a la genitalidad. Aunque solo sea porque la libido genital nunca deja atrás las perversiones polimorfas de la infancia. Nunca deja atrás al niño “perverso polimorfo” que Freud alumbró al mundo.

*Psicoanalista. Fragmento editado en Aperiódico Psicoanalítico Nº 30.