Hay un relato milenario que sigue sorprendiendo, entre otras cosas, por su estructura de “cuentos y cuentos, dentro de cuentos”, como dice la canción de una de las obras que lo pone por estos días en escena: Las mil y una noches. Allí la joven Sheherezade se las ingenia para salvar su vida, y las del resto de las mujeres del reino, con un tipo de seducción que también es milenaria: la que ejercen las historias que se cuentan. Noche tras noche va atrapando con sus relatos al sultán Shahriar, evitando que al llegar el alba ruede su cabeza, y que pase la que sigue. Y así van apareciendo mil y un relatos, muchos muy populares en sí mismos: Alí Babá y los cuarenta ladrones, Simbad el marino, o Aladino y la lámpara maravillosa. En esta temporada de vacaciones, tres obras con gran despliegue ponen en escena, de diferentes modos, este último y milenario cuento en el que el joven y pobre Aladino se convierte en príncipe, la alfombra vuela y el genio sale de una lámpara. Se trata de Las mil y una noches, con los sorprendentes títeres del grupo Libertablas; Aladin, será genial, un musical con gran despliegue de producción, y la versión de Disney llevada al patinaje sobre hielo, en Disney on ice.  

Hay varias versiones sobre el origen de la célebre recopilación medieval en lengua árabe de Las mil y una noches. Lo que es seguro es que tiene más de mil años, que recoge muchas historias de tradición oral, que como suele ocurrir fue cambiando y se le fueron agregando historias con el tiempo, y que en el afán por presentar lo exótico, lejano y desconocido, habla de un mundo que transcurre entre la India, Persia, Siria, China y Egipto, sin ser ninguno y siendo un poco todos, un tanto distorsionados. También es seguro que su gran potencia es la de presentar ese mundo de forma fantástica. Y que a pesar de que su contenido se fue adaptando según las épocas y los públicos, esa fantasía sigue llevando de las narices a los lectores a un territorio de otro orden. 

Cuando el francés Antoine Galland lo tradujo por primera vez en 1704, por ejemplo –en un occidente que se expandía y “salía” a descubrir lo exótico–, su versión dejó cuidadosamente de lado los pasajes más sangrientos, y los múltiples y bien servidos adulterios de las historias. Un siglo después se popularizaría la traducción más fiel al original que hizo el antropólogo, diplomático, explorador, políglota, erudito de la cultura africana y enemigo del orden público en la Inglaterra victoriana Richard Francis Burton –traductor también del Kama Sutra–. Claro que adaptaciones hubo siempre, y seguirá habiendo. Muchas fueron hechas pensando especialmente en los lectores niños y adolescentes. 

En el caso de Aladino y la lámpara maravillosa, la historia transcurre en el Lejano Oriente, por lo que una versión más apegada al original debería mostrar personajes chinos. Aunque en ese país lejano y de Oriente todos llevan nombres árabes, no hay budistas sino musulmanes, y el rey parece más un árabe que un emperador chino. En el reino de la fantasía, nadie pide precisión. Allí vive Aladino, joven y pobre, que es engañado por un malvado brujo que, haciéndose pasar por su un hermano de su padre muerto, lo convence para que lo ayude a recuperar una lámpara de aceite maravillosa. Así lo guía por el desierto hasta una cueva mágica, donde está la famosa lámpara y el famoso genio, que originalmente es mucho menos simpático que el de Disney. Con su ayuda, y la de otro genio ayudante que sale de un anillo, Aladino se hace rico y se casa con la princesa, que tiene el complicado y poco sexy nombre de Badrulbudur.

Cuestión de género

Celebrando sus cuarenta años de trayectoria, la compañía teatral y de títeres Libertablas está presentando su versión de Las mil y una noches en el teatro 25 de Mayo (Av. Triunvirato 4444), con gran despliegue en su puesta. Y con una muy interesante lectura en su adaptación, que no sólo hace hincapié en el poder fantástico del relato. También destaca, como potencia de género, la valentía y determinación de Sheherezade para enfrentarse al sultán Shahriar con la sola arma de sus relatos. Logrando volverlo protagonista de cada uno de esos cuentos que le irá contando, hasta que amanezca… y el sultán pida seguir escuchando uno más, a la noche siguiente. 

En este ambiente oriental, lleno de magia y fantasía, ellos mismos protagonizan todas las historias fantásticas que narra Sheherezade. Y terminan protagonizando también su propia historia de amor. Nuevamente, con la debida adaptación, ya que en lugar de quedar dos veces embarazada mientras arriesga su vida entre cuentos, como hace mil años, la futura princesa ahora responde al pedido de matrimonio con un: “lo voy a pensar”. En otra vuelta valiosa dentro de esta idea de “cuentos y cuentos, dentro de cuentos”, que se resalta en la canción central del espectáculo, la historia comienza con un chico urbano y contemporáneo… que está leyendo Las mil y una noches.

En el gran trabajo que hace Libertablas con esta historia, utilizan distintas técnicas titiriteras, con manipulación a la vista, mostrando, entre otras cuestiones fantásticas, esta idea de que hay una realidad dentro de otra realidad. Al punto que en uno de los cuentos, cuando llega la luz del día y hay que cortar el relato hasta la noche siguiente, se levantan los escenarios, dejando visibles a los titiriteros que protestan por la interrupción. Este hallazgo resulta uno de los momentos más festejados por los chicos y chicas del público.   

Las técnicas puestas en juego van desde el pequeño retablo y la proyección de sombras, hasta las tecnologías novedosas, las grúas con genios voladores y los muñecos gigantes, como el del cuento de El elefante mecánico. Cuando llega el momento del cuento de Aladino, el que se lleva la mayor atención no es el genio gigante, poderoso e infalible sino su ayudante, el pequeño genio Ají, al quien a veces no le sale del todo bien la puesta en práctica de los deseos de su “Amo” Aladino.   

Libertablas ya había hecho una versión de Las mil y una noches en el teatro Cervantes, veinte años atrás, pero esta es una nueva puesta, en la que, entre otras cosas, se subraya, sin que parezca forzada, una interpretación con perspectiva de género. Con el trabajo de los históricos de Libertablas Sergio Rower, Luis Rivera López, Mónica Felippa y Mimí Rodríguez, más otros como Julieta Rivera López y Mathías Carnaghi en los papeles de Sheherezade y Shahriar, y la gran realización de títeres y escenografía a cargo de la misma cooperativa de teatro Libertablas, la compañía se luce en esta versión de Las mil y una noches acorde a los tiempos de pañuelos verdes.  

Será genial

Recortado específicamente a la historia de la lámpara, otra aproximación actual a este relato milenario es la del musical Aladín, será genial, que sigue hasta el domingo con dos funciones diarias en el teatro Gran Rex (Av. Corrientes 857). Se trata de una producción de gran despliegue, con muchos cuadros coreográficos, muchos bailarines, mucha escenografía y mucho vestuario. Y un despliegue técnico que hace que la alfombra mágica vuele, literalmente, sobre las cabezas de los espectadores de las primeras filas de las plateas. 

El equipo que lo hace es el mismo que se lució el año pasado y el anterior con Peter Pan, todos podemos volar. Y si Fernando Dente era en aquella obra un Peter Pan eternamente inquieto e infantil, aquí es un Aladín encantador, que baila, canta y actúa con gracia propia. Pero hay otro que tiene aquí su show aparte, y es el Genio de la lámpara, también literalmente, porque en un momento hasta se presenta con “El show del Genio”, con formato de programa de televisión berreta. Es Darío Barassi, un genio que tiene a su cargo los guiños para los adultos y que pone en juego todos sus recursos histriónicos, en un papel muy a su medida. 

Con dirección de Ariel Del Mastro, dirección de actores de Daniel Casablanca, música de Patricia Sosa, Oscar Mediavilla, Daniel Vilá y Federico Vilas, y libro de Marisé Montero, la obra presenta un relato esta vez demasiado simplificado. Si Peter Pan contaba con el atractivo de ser un personaje con sus grises, insoportable y encantador a la vez, acá Aladín es bueno, bueno, bueno. El Gran Visir (Carlos Belloso) es malo, malo, malo. El rey es tonto, tonto, tonto. Y el pueblo, como se repite machaconamente, es pobre, pobre, pobre. Aun con esa vocación moral de por medio, encarnada en el libro y en el tono de las canciones, la obra impacta por su despliegue técnico y escénico, por sus coreografías y por la destreza de sus bailarines. Si se entregan a esos encantos, los amantes de los musicales se sentirán transportados en su propia alfombra mágica.  

Con formato Disney

Y si se habla de princesas, de príncipes y de bajadas morales no se puede dejar de mencionar a… ¡Disney! Uno que es un clásico de vacaciones de invierno, y que llega con todo su gran aparato publicitario y técnico atrás, es el espectáculo de patines sobre hielo que recrea los personajes de la factoría. Como todos los años, El maravilloso mundo de Disney recaló en esta temporada en el Luna Park, y a pesar del alto costo de sus entradas (van de los 2500 pesos en los palcos vip, hasta los trescientos allá lejos, sin numerar), y de la malaria general, se sostuvo con dos funciones diarias, llegando a tres los fines de semana.  

Acá son muchos los príncipes y las princesas que aparecen patinando. Y entre ellos está Aladdín, que primero no es príncipe, sino un simple chico de pueblo que anda con su monito por el mercado. Pero que, enamorado de la princesa Jasmín (oh, si habrá dejado niñas en pupo y las habrá llevado a las academias de danza árabe este personaje), logra colarse en el palacio entre muchos otros príncipes, hasta transformarse en uno más. 

Como todos los cuadros, la adaptación patinada emula en todo a la película. Que, cuando se estrenó en 1992, no solo tuvo un tremendo éxito (como casi todo lo que hace Disney) sino muchos elogios de la crítica, sobre todo por el trabajo de Robin Williams poniendo la voz al Genio. Aladdin llegó a ganar entonces un par de premios Oscar y dos Globos de Oro por su banda sonora, entre otros premios.

Con títeres, bailado o en patines sobre hielo, simplificado, hecho cuento de hadas o traído a los tiempos de pañuelos verdes, el poder de un cuento como Aladino, con toda su magia a cuentas, parece mantenerse inalterable. Por algo Las mil y una noches existe desde hace mil y un años.