En la revista La Barraca del 19 de julio pasado, el maestro Noé Jitrik se pregunta si “los que lo votaron (...) son parte de eso que no se equivoca nunca, o sea el sagrado pueblo, púdicamente respetado hasta por los más perjudicados por el macrismo pese a que ocasionaron con ese inmaduro voto el dramático carnaval de entrega que el macrismo en el poder nos regala cada día. ¿Se sentirán bien con lo que decidieron?”

Yo creo que no y apuesto a que la mayoría de ellos no se siente bien. Acaso culposos, lo disimulan. Y en el mejor de los casos, algunos están llenos de dudas. Pero seguro que bien, no. Al menos los que yo he querido y quiero todavía, aunque ya casi no hablamos, sé que no se sienten bien.

Están llenos de odio, querido Noé, llenos de un inexplicable resentimiento y su necedad está blindada. Quien tenga amigos históricos con quienes ha vivido, gozado y llorado, compartido exilios y desexilios, y futbol, cine, libros, fiestas familiares, sabe que ahora que votaron a Cambiemos en 2015 y 2017 se sienten forzados a sostener su voto.

Pero lo peor no es esto, sino su negación. No quieren ni enterarse del desastre institucional que planificó y ejecuta su gobierno. 

Parece mentira que fueron gente de pensamiento e ideales, más o menos sutiles o informados, y con cierto sentido nacional. Muchos hicieron fortunas en lo que va del siglo, y se internacionalizaron y se encontraron con un status que ni sus padres ni sus abuelos tuvieron. Hoy son los contentos.

Los llamo así porque al menos los que conozco no eran gorilas, en el sentido de ese antiperonismo furioso que conduce a la muerte, a celebraciones como “viva el cáncer” o “se murió el tuerto”, o a negar el asesinato masivo del 16 de junio de 1955. ¿Qué les pasó que cambiaron? ¿Qué los llevó de acompañar los reclamos de Memoria, Verdad y Justicia, a odiar a Estela y a Hebe, y aplaudir a este perfecto monigote? Es increíble cómo les achicaron los sesos vía “se robaron todo”, “la herencia recibida”, “la porota asesina” y el largo reguero de estupideces.

Muchos de estos contentos –algunos fueron muy cercanos en nuestras vidas– eran gente pensante, con ciertos principios, y con quienes tantas veces marchamos juntos, votamos igual o parecido, y soñamos a la par con un país justo, libre y soberano, más allá de lo que esa fórmula evocaba.

Hoy ya no hay justicia, ni derechos ni plenas libertades, ni mucho menos soberanía. Pero ellos están contentos. Eso.

Y algunos se enojan si se los llama fachas. Y es comprensible: debe ser fulero, insoportable, que te digan fascista. Pero tan espantoso como aprobar los aporreos de policías y gendarmes, los más de 20 presos políticos que hay hoy en la Argentina, las renovadas desapariciones de compatriotas, las bestialidades de jueces que equiparan ciudadanos con terroristas y que tratan mejor a femicidas y violadores que a trabajadores desesperados porque se quedaron sin laburo. Sí, debe ser horrible que te llamen facha.

Como es horripilante el odio. Que es evidente que los ha ganado. Cualquier persona inteligente sabe que el odio no sirve, y muchos contentos son inteligentes. ¿Qué será que les pasó? Porque a ellos no los ofendió nadie, no les robaron nada, no perdieron nada, más bien ganaron todo. Ha de ser por eso que no ven ni quieren ver la degradación de una familia sin casa, los chicos que van a comer a comedores escolares u ollas barriales, miles durmiendo en las veredas, viejos que se mueren porque ya no hay un Estado que los atienda.

Uno querría decirte, Noé, que esto va a pasar, pero sería una expresión sin fe.

Inútil apelar a sus memorias; los contentos la han perdido. A los sueños que tenían en 1983, en los 90, incluso en la crisis de 2001, chau, los dejaron por el camino. Y no nos dábamos cuenta. Nunca la Argentina estuvo tan en emergencia como ahora, sin Constitución Nacional porque es violada día a día, sin Corte Suprema ni justicia confiables, y ellos, contentos.

De ahí la desilusión, la depre generalizada que estimula el Sistema. El fascismo. Esta que es ya una dictadura. Que fue votada (más allá de que algunos siempre pensamos que hicieron fraude las dos veces) y que nosotros que somos demócratas y pacifistas nos bancamos. Aunque con bronca y junando, claro está.

Qué pena, Noé, que a tantos les han lavado la cabeza. Los mentimedios les ocultan cosas y les inventan otras, y ellos aceptan. Parece joda. Les muestran pelotudeces para distraer a la gilada, y ellos las viralizan. Cientos de tapas con acusaciones no probadas y condenas no firmes, pero ni una sola sobre las offshores del presidente y su familia. Ni una sola con las aportaciones truchas a la candidatura de la chica sonriente y corazón de amianto que estafa a pobres, jubilados y giles. Ni una tapa con el segundo robo del Correo.

Y ni se diga, Noé, de los intelectuales que les hacen coro. De a uno o en grupos, ahora parece que empiezan a ver que se equivocaron, pero no lo dicen ni mucho menos trabajan para enmendar el error. ¿Será porque tienen terror a que vuelva Cristina? O a perderse cocteles y prebendas macristas, quién sabe.

Escribo esta carta con tu mismo dolor, querido maestro, porque nos están dejando sin país y ellos, los contentos, son corresponsables. De las bases militares extranjeras, de los latifundios, y de la pérdida de Vaca Muerta y de la Antártida Argentina. Parece mentira que no les importe. Pero tampoco les importa la deuda que nuestro pueblo no contrajo pero deberán pagar varias generaciones. O pagariola, si nosotros llegamos al poder. Que es la tarea y no es imposible. Para anular por decreto todos los decretos de estos miserables. Para repudiar y nunca pagar la “deuda” angaú con el FMI. Y para hacer todo lo que está declarado en nuestro Ideario, el del Manifiesto Argentino que lo dice todo y que es tuyo y mío y de miles, Noé.

Cierto que sabemos que ellos ya no leen PáginaI12, que fue su diario de culto durante años. Bueno, pero seguro que van a recibir por diferentes medios esta reflexión. Adolorida, pero todavía llena del viejo afecto que nos hizo caminar juntos tantas veces, del brazo y por la calle.